En estos tiempos las similitudes entre Boca y la Argentina son llamativas. Okey, hay distancias, pero análogamente están en situaciones parecidas. Y sus gestores están cometiendo el mismo error. En el caso de Rodolfo Arruabarrena, el director técnico de Boca Juniors, está gestionando una crisis futbolística pensando en la gente, en los dirigentes, en los jugadores y posiblemente en los representantes. No está pensando en cómo tomar las posibles decisiones impopulares que sean necesarias. ¿Colgar a Agustín Orión?, ¿al Cata Díaz?, ¿a Fernando Gago?, ¿bajarle los humitos a Carlos Tévez mandándolo a banco para que vea que también es mortal? U otras decisiones fuertes.
Arruabarrena está respetando a esa vaca sagrada llamada hincha que paga su entrada, que sufre el trabajo de la semana, que necesita descargar sus frustraciones y otros credos religiosos que nos impusieron durante años. Humo en estado puro y de la más alta toxicidad.
En rigor, el hincha no es más que un asistente (muchas veces ignorante) sin derecho a formar o parar un equipo. No tiene tal derecho. No es cierto que su opinión es sagrada. Debe ser respetada, como todo, por supuesto, pero no tiene derecho a que su injuria sea una verdad religiosa ni su escupitajo un decreto. Es más, el gestor ni debería escuchar el aplauso o la reprimenda. Es nada más que un espectador. Si le gusta, que pague la entrada y si no, que mire en televisión programas de cocina los domingos a la tarde. Pagar la entrada, comprar el abono a un palco o una platea no dan títulos de nobleza. No convierten la pasión en razón, ni dan derecho a veto a nada. Continuar leyendo