Despidos y cargos políticos

Quienes observamos la política o participamos de ella hace más de treinta años, asistimos por estos días a un fenómeno único, extraño, heterodoxo, producto seguramente de doce años continuados de la misma fuerza política en ejercicio del poder y de la concepción autocrática y con pretensión y convicción de eternidad con que dicha fuerza concebía su estancia en la conducción del Estado.

Es histórico, tradicional, de buen uso y gusto, y un gesto de vocación democrática, que los funcionarios y los empleados políticos del Estado que ejercieron un rol en una administración entreguen sus renuncias cuando esa gestión concluye. Y que aquellos que no lo hacen esperen pacíficamente su reemplazo cuando el nuevo Gobierno lo decida.

Es lógico, cada gestión tiene su impronta, su modo de ver las cosas, sus confianzas y sus fidelidades, al cabo, por eso el pueblo toma su soberana decisión de cambiar una administración por otra, no solamente para el cambio de un presidente, sino de todos sus equipos de trabajo. Es disparatado pensar que el nuevo gobernante deberá llevar adelante el país con gente que piensa absolutamente distinto o guarda fidelidades con sus rivales políticos. Con estos puede sentarse y acordar, debatir, intercambiar ideas e incluso aceptar propuestas, pero no son su equipo de gestión. Continuar leyendo