Todos sabemos que con nuestro voto elegimos a quienes van a administrar parte de nuestro dinero, el espacio donde vivimos, las condiciones sociales en las que coexistiremos como sociedad los próximos años. A nivel personal, cuando otorgamos un poder a alguien para que administre nuestras cosas, confiamos en su “don de gentes” pero también su capacidad, en su pericia para hacerlo, no alcanza con una sola de ambas virtudes, porque puede enterrarnos en la bancarrota, con total buena fe.
Sin embargo, muchas veces al votar perdemos de algún modo ese grado de racionalidad que manejamos en lo cotidiano. Padecemos confusiones donde se mixturan sentimientos que resultan ajenos a nuestras reales necesidades, como si apoyásemos a un personaje de “Bailando por un sueño” o a un equipo de fútbol.
Si somos activos televidentes del programa de Marcelo Tinelli y se nos ocurre que queremos participar de una votación telefónica para apoyar a su primo “el Tirri”, a fin de que se mantenga en la pantalla más tiempo que, por ejemplo, Eleonora Cassano, seguramente sea porque el personaje nos divierte más, porque su incapacidad para los desplazamientos armónicos nos haga sentir identificados con nuestra propia torpeza, etc. Pero son criterios que no son aplicables a una elección de representantes y mucho menos a una donde se seleccionan cargos ejecutivos de quien debe administrar nuestros intereses; y sin embargo, solemos confundir tales criterios.
Puede ocurrir también que los futboleros, mirando un partido de la liga española sonriamos satisfechos con algún gol del Rayo Vallecano en el último minuto frente al Real Madrid, por esa tendencia humana lógica a sentir inclinación por el débil, el menos dotado.
Son señales de empatía que se relacionan con nuestra predisposición psicológica y que por supuesto, los consultores de imagen que manipulan la de los candidatos, conocen a la perfección, juegan con ella y la transforman en sufragios poco racionales, pero que suman en el recuento.
Los especialistas que diseñan la imagen de los candidatos buscan generar esa empatía, creando un personaje “como nosotros”. En la mayoría de los casos, los ciudadanos comunes nos sentimos relegados por los poderosos, débiles frente al Estado o frágiles ante situaciones que escapan a nuestro control. Por ende diseñar la imagen de un candidato apoyándose en cierta presunta debilidad, lo “humaniza” y dispara la empatía necesaria como para generar votos.
Estos últimos son los votos de aquellos ciudadanos en los que prima, en su disputa interna entre razón y pasión, el apoyo al “Tirri” o a Rayo Vallecano, por sobre la exquisitez de Eleonora Cassano o el juego lucido del Real Madrid. El problema es que en ambos casos, terminado el baile o el partido, seguimos con nuestros problemas cotidianos, con la inseguridad, las complicaciones en la vía pública y las dificultades para llegar a fin de mes.
Cuando los consultores de imagen nos venden un producto sin otras virtudes que la empatía generada por la publicidad y el marketing de imagen para una elección en donde se disputa un cargo Ejecutivo, de administrador de nuestros fondos comunes y nuestra vida social en general, la cosa no se termina cuando metemos el voto en apoyo al “Tirri”. Porque de ahí en adelante, su torpeza de desplazamientos, su imposibilidad de realizar una danza eficiente, empieza a perjudicarnos y al poco tiempo, a complicarnos gravemente la vida cotidiana.
Todos tenemos ese litigio interno entre razón y pasión que nos hace lo que somos según el aspecto que predomine. Pero el futuro depende de imponer la razón al momento de votar a los responsables de conducir los instrumentos que hacen a nuestro presente y futuro. Una elección no es una simpatía futbolera sino la definición del camino que vamos a tomar. Siguiendo con el ejemplo, seguramente votemos al “Tirri” para que se mantenga en el Bailando, pero difícilmente lo contratemos si montamos un espectáculo de ballet para exhibirlo en el Teatro Colón.
Una votación de administrador, de quien va a ocupar un Ejecutivo, es nuestra producción en el Colón, es a nuestra costa. Si elegimos bien, podremos mantener el espectáculo y tal vez ganar algún dinero; pero si lo hacemos mal, terminaremos con serias dificultades.
Es cierto, el representante o el equipo de comunicación del “Tirri” van a jugar el rol que desempeñan los consultores de imagen de los políticos, nos querrán vender su producto. Nuestro grado de madurez como empresarios de espectáculos o como ciudadanos electores, estará dado por saber elegir al protagonista de la obra para que sea un éxito, al margen de la empatía que nos pueda generar la estrategia de los gurúes de la comunicación.