El filósofo kirchnerista Ricardo Forster ha sido nombrado en el cargo de Secretario Estratégico para el Pensamiento Nacional, o denominación similar, en el Ministerio de Cultura de la Nación. La voluntad de imponer o al menos promover determinado tipo de pensamiento por parte del Estado, es algo que se ha mostrado manifiesto, a lo largo de la historia, solamente en gobiernos poco proclives a la democrática libertad o en regímenes de tipo religioso, como la avanzada del Imperio Otomano en Europa a la caza de infieles, o a la inversa, la expediciones de las Cruzadas, buscando imponer el pensamiento católico.
Sin embargo, en las democracias, los gobiernos mantienen subyacente esa tan humana voluntad de que todos piensen como ellos. Lo natural es tratar de convencer con hechos o con agentes propagandísticos externos a los propios funcionarios a los que los ciudadanos solventamos su salario para que administren la cosa pública y no para que nos enseñen a pensar a su gusto.
Sería bueno en principio tratar de comprender qué es el pensamiento nacional, porque lo cierto es que el término puede generar múltiples interpretaciones. Podría consistir en pensar en la propia Patria por sobre las demás, pero para eso no nos hace falta una dependencia oficial de alto rango como una secretaría de Estado. En principio, todos queremos que al país en el que vivimos le vaya muy bien, porque necesariamente nos irá muy bien a todos los que habitamos en él. No resulta para eso necesario un estratega del pensamiento con semejante rango.
El problema es que uno sospecha que se le da el mote de “pensamiento nacional” al modo de pensar del sector político que circunstancialmente gobierna. Más allá de que dicho pensamiento, luego de 11 años, es para algunos un misterio todavía, dado que sistemáticamente sus dichos y sus acciones se contraponen, con lo cual uno no sabe si piensan como dicen o piensan como actúan.
Los partidos o agrupaciones políticas en el gobierno siempre tienen dos aspectos que deben mantenerse diferenciados: los funcionarios que gobiernan para todos, sean oficialistas o no, por un lado; y las usinas de pensamiento y acción política que son quienes se ocupan de convencer y obtener adhesiones puramente políticas. Para contextualizarlo: un militante K puede legítimamente buscar convencerme que su forma de ver las cosas es la más beneficiosa para el futuro del pueblo, pero los encargados de la administración de los asuntos del Estado no deben ni pueden, con las herramientas que éste les da, intentar digitar mi pensamiento de ninguna manera.
Crear una dependencia estatal para difundir un modo de pensar o vigilar como piensan otros, es propio de gobiernos autocráticos de pensamiento único. Que un filósofo administre esa dependencia es un contrasentido. Su profesión misma se nutre y enriquece del debate, del pensamiento de otros, de la propia duda y autorefutación constante.
Por propio mérito, los argentinos nos hemos ganado la posibilidad de pensar libremente, y la capacidad de hacerlo sin “vigilantes” del pensamiento. Y nos hemos ganado esa libertad con mucha sangre derramada en otras ocasiones en las que, con medios menos sutiles, se nos ha intentado indicar como pensar. Le han dado un trabajo poco feliz y también estéril a Forster.