Recomponer las instituciones, hacer un Estado viable que cumpla sus funciones, disminuir el proceso inflacionario, combatir la marginalidad estructural; todos ellos son desafíos por venir, muy importantes, trascendentales, pero no los únicos, ni siquiera los más importantes. La sociedad argentina necesita además una recomposición cultural, ética, una reformulación de su escala de valores, si se pretende construir un futuro.
Hay diferentes formas de graficar el problema, pero debemos iniciar diciendo que los dirigentes, tanto los que nos gobiernan como los que aspiran a hacerlo y muchos sobre los cuales tenemos grandes sospechas, no son húngaros ni bielorrusos: son argentinos, emergieron de esta sociedad y no de otra, su forma de comportarse y la prioridad exclusiva de enriquecer sus bolsillos cuando arriban al poder venían con ellos al llegar a la cima, no nacieron allí, el poder corrompe al esencialmente corrupto.
Durante el desesperante diciembre de 2013, pudimos observar un fenómeno extraordinariamente preocupante: cuando las fuerzas de seguridad se acuartelaron por problemas salariales, inmediatamente, muchos argentinos salieron a saquear, a robar a otros argentinos, a romper. Las imágenes muestran gente humilde llevándose comida, pero principalmente, a gente de clase media robando objetos suntuarios, a veces en vehículos que los más humildes no poseen.