El vicepresidente de la Cámara Electoral, Dr. Alberto Dalla Via, señaló en el día de la fecha que “hay provincias que no se encuentran capacitadas para hacer elecciones”, y ello se debía a la existencia de “concentraciones de poder” y “tendencias feudalistas, donde el propio sistema electoral hace que ganen siempre las mismas mayorías”.
Uno de los candidatos a la presidencia, Sergio Massa, oportunamente ya había hecho mención de este tema, señalando que “los señores feudales usan a la pobreza para mantener el poder”.
Estas referencias destacan y ponen el tapete una problemática que aqueja a alguna de nuestras provincias, en donde se ejerce un verdadero poder feudal de parte de los gobernantes, y en donde parte de su población adopta el rol de súbdito de estos verdaderos jerarcas del poder.
A los fines de merituar la exacta dimensión de este flagelo, debemos recordar que los señores feudales eran, en la edad media, aquellos “grandes señores” que se constituían como dueños absolutos de su territorio, entregando privilegios y protección a los subordinados a cambio de su fidelidad y especial acatamiento a su poder.
Para constituirse en señor feudal, estos jefes debían reunir recursos políticos, económicos, en especial acaparando parcelas de tierra (grandes extensiones) que lo constituirían en amo absoluto y soberano de sus territorios conquistados. Luego de ello, su poder resultaría ilimitado, siendo una de las características de ese ejercicio abusivo del poder, la perpetuidad con la que ejercían sus cargos.
No resultaría antojadizo y arbitrario si nos atreviéramos a transpolar esta concepción y la comparáramos con la realidad existente en grandes regiones de nuestro país.
Efectivamente, volviendo a los dichos del vicepresidente de la Camaral electoral, “Formosa, Santa Cruz, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y Tucumán son provincias con sistemas electorales mayoritaristas para favorecer a quien está en el poder, con (claras) tendencias feudalistas”.
En dichos territorios, los convertidos en verdaderos “señores feudales”, haciendo gala de su poder ilimitado y mediante un popurrí de prácticas clientelares, entregan comida, dinero, y elementos de primera necesidad a cambio de la fidelidad de sus súbditos, materializada por el voto, que les permite afincarse en el poder sin tiempo ni ley que lo obstaculice.
Son los verdaderos amos de su territorio, hacen lo que quieren y cuando quieren. Hasta se pueden dar el lujo de enrostrar sus mansiones y grandes extensiones de tierra y poder, a aquellos que tímidamente le efectúan algún planteo acerca de sus carencias.
Ante este panorama sombrío, la pregunta que surge y nos cierne es si realmente existe la posibilidad de concluir con dicho anormal ejercicio del poder, si existe un óbice a tamaña desviación que pueda frenar esa forma de gobierno ilegitima, finiquitando el “contrato” de adhesión que parte de la ciudadanía le brinda a estos “jerarcas”.
Y la respuesta a dicho interrogante no se encuentra en otro lugar que en la voluntad del pueblo.
Ese mismo pueblo que pudo, afligido por sus penurias y contingencias, sucumbir por necesidad ante el clientelismo que le propusieron.
Ese mismo pueblo les puede decir ahora que agradecen la “benevolencia” de estos amos del poder, pero que no necesitan de limosnas ni prerrogativas que vayan mas allá de un trabajo decente para llevar el pan a sus hogares.
Ese mismo pueblo les puede decir que quieren mirar con dignidad su futuro y el de sus hijos.
Ese mismo pueblo… les puede decir que no.