Hace poco, la lotería de Estados Unidos repartió un premio de 1.500 millones de dólares. Según los expertos, era una cifra jamás vista en un sorteo de esta naturaleza. Tras conocerse los tres ganadores, un amigo me escribió eufórico para comentar el suceso: “Ismael, la suerte sí existe”.
“Claro que existe”, le respondí. El problema es fiar nuestro presente y futuro a un simple juego de azar, que suele premiar a poquísimas personas. Por supuesto, me alegra la fortuna que cualquiera pueda alcanzar por vías legítimas, pero pienso que los golpes de suerte o los regalos divinos son hechos muy aislados. La mejor vía hacia el éxito sigue siendo el esfuerzo, el cultivo del talento y la transformación personal.
Tampoco creo que los fracasos sean resultado de la mala suerte, sino las consecuencias de nuestros errores: naufragamos cuando no hacemos bien las cosas en el momento correcto. Si culpamos a la suerte de los descalabros, jamás aprenderemos a superarlos y los repetiremos eternamente; hasta tal punto que sus efectos adversos terminarán por aplastarnos.
La suerte existe, pero es loca, como dice el refrán. Conozco a jugadores que han insistido en la lotería durante más de veinte años. Apuestan con optimismo y perseverancia, y se la pasan haciéndole cosquillas al azar casi la vida entera. Dichas personas tienen más posibilidades de ganar un premio que yo, porque rara vez apuesto, pero perseverancia no significa obstinación, ni mucho menos confiar el éxito a un sorteo, algo completamente ajeno a nuestro control. Continuar leyendo