En una intersección, un vehículo pierde el control y embiste al poste que sostiene la red de semáforos. El caos es inmediato. Minutos después llega un oficial, se coloca en el medio, sustituye a las inutilizadas luces y reorganiza el movimiento. Lo logra gracias a sus conocimientos de las normas del tránsito y, sobre todo, al dominio de su lenguaje corporal.
Con sencillos, pero atinados movimientos de brazos, manos y piernas, el agente nos “dice”: adelante, más despacio, siga de largo, doble derecha, doble izquierda, deténgase… El agente viaja, en términos de comunicación consciente, a la prehistoria, cuando el hombre no pronunciaba palabras, cuando gruñía y transmitía ideas a través de símbolos.
Nos persuadimos, aún más, de la necesidad de dominar el lenguaje corporal. No solo para salir airosos de situaciones comprometidas, como la que enfrenta el oficial, sino para dar la cara en cada momento de la vida. Continuar leyendo