El ser humano cuenta con dos pabellones auriculares, o sea, dos orejas, cuya función es captar las vibraciones sonoras externas y enviarlas al oído interno. Sin embargo, solo tiene una cavidad bucal para hablar. Está más preparado para escuchar que para decir.
En su etapa primitiva, el hombre escucha primero. Lo hace mucho antes de pronunciar su primera palabra. Durante siglos escucha y, para comunicarse con los demás, gime o emite chillidos, además de comunicarse a través del cuerpo, eso que hoy llamamos “lenguaje corporal”. Por tanto, el oído es el pilar primario en que se apoya la comunicación y también parte esencial del desarrollo intelectual del ser humano.
Larry King, el gran entrevistador de la televisión norteamericana, confesó en mi primer libro, El poder de escuchar: “Nunca aprendí nada mientras era yo quien hablaba”. Es así, nunca aprendemos cuando hablamos. La acción de hablar únicamente materializa en palabras lo que ya conocemos.
Sin embargo, pocas veces estamos dispuestos a escuchar plenamente y preferimos dar rienda suelta a la lengua. No domesticamos el ego, nuestra voz suena una y otra vez, en ocasiones, como si fuéramos los protagonistas del universo. Continuar leyendo