Virtudes contra la intolerancia

Las virtudes son rutinas hermosas de la vida. Se es virtuoso de forma natural. Ellas fluyen espontáneas y sacan a la luz toda la bondad y el amor que llevamos dentro los seres humanos. No podemos fingir ser virtuosos, pues nos convertiríamos en hipócritas.

Giacomo Casanova, escritor veneciano, nos regala una idea bella e interesante: “Los verdaderos virtuosos son aquellos que practican la virtud sin el menor esfuerzo, son los que no cultivan, en lo absoluto, la idea de la intolerancia”. La frase sostiene una gran verdad: ¡un intolerante jamás puede ser virtuoso!

Basta con hojear un diario o dedicar unos minutos a los medios electrónicos de comunicación para darnos cuenta de que la intolerancia es un mal profundo y contemporáneo, a pesar del desarrollo científico, técnico y cultural de la sociedad moderna. Es una enfermedad brutal, porque brutales son las emociones destructivas de las que se alimenta. Continuar leyendo

Para una escucha inteligente

El ser humano cuenta con dos pabellones auriculares, o sea, dos orejas, cuya función es captar las vibraciones sonoras externas y enviarlas al oído interno. Sin embargo, solo tiene una cavidad bucal para hablar. Está más preparado para escuchar que para decir.

En su etapa primitiva, el hombre escucha primero. Lo hace mucho antes de pronunciar su primera palabra. Durante siglos escucha y, para comunicarse con los demás, gime o emite chillidos, además de comunicarse a través del cuerpo, eso que hoy llamamos “lenguaje corporal”. Por tanto, el oído es el pilar primario en que se apoya la comunicación y también parte esencial del desarrollo intelectual del ser humano.

Larry King, el gran entrevistador de la televisión norteamericana, confesó en mi primer libro, El poder de escuchar: “Nunca aprendí nada mientras era yo quien hablaba”. Es así, nunca aprendemos cuando hablamos. La acción de hablar únicamente materializa en palabras lo que ya conocemos.

Sin embargo, pocas veces estamos dispuestos a escuchar plenamente y preferimos dar rienda suelta a la lengua. No domesticamos el ego, nuestra voz suena una y otra vez, en ocasiones, como si fuéramos los protagonistas del universo. Continuar leyendo