Si alguien me hubiera dicho hace unos años que la meditación iba a convertirse en un hábito de mi día a día, no le habría creído. Lo cierto es que es una práctica que he tardado en comprender y de la que ahora soy un total defensor. Como explicaba el escritor Og Mandino: “La meditación y la oración alimentan el alma”. Sus beneficios incluso son reconocidos por estudios científicos.
Por ejemplo, el psiquiatra Andrew Newberg denomina neuroteología a la disciplina que equilibra las neuronas y las religiones. En su opinión, ese proceso destaca la liberación de emociones trascendentales, gracias a la estimulación repetitiva de rituales como la oración o la meditación.
Newberg considera que la religión proporciona una conexión superior. Durante un estudio de la Universidad Thomas Jefferson, en Filadelfia, inyectó un rastreador radiactivo a un monje budista para descubrir el movimiento del cerebro con la meditación. Así, Newberg llegó a la conclusión de que nuestro cerebro es capaz de producir “espiriteria”, las experiencias trascendentales en un cerebro emocional.
La meditación no tiene por qué estar asociada a la religión. Este hábito puede suponer un cambio en nuestras vidas a nivel profesional y personal. El líder espiritual Osho destaca: “La meditación es vida, no es sustento. No tiene nada que ver con lo que tú haces, tiene todo que ver con quién eres”. Continuar leyendo