Para muchos, el “no” se convierte en una pesadilla. Creen que diciendo siempre “sí” logran mejores relaciones con los demás, evitan discusiones desagradables y, por lo tanto, son valorados como personas más sociables, solidarias y colaboradoras.
Sin embargo, vivir con la tendencia a aceptarlo todo es una de las formas más sutiles —y peligrosas— de negarse uno mismo como ser humano independiente. Aceptarlo todo es amoldarnos a los intereses de los demás y soslayar los propios, con todo el daño a la personalidad que eso conlleva. Continuar leyendo