“La sinceridad va recta, simple, sin dobleces, sencilla, sin ninguna segunda intención; busca lo que es y solo lo que es”. La hermosa frase es de Rumi, el gran poeta y teólogo persa del siglo XIII. La sinceridad es una excelsa y valiente virtud, está por encima de títulos y riquezas, define la calidad de un ser humano.
Para ser sinceros con los demás, ante todo, hay que serlo con uno mismo, porque es la única manera de autoconocernos. Si obviamos esa virtud a la hora de descubrir quiénes somos y qué perseguimos en la vida, si no aceptamos nuestros valores y defectos, jamás podremos ser francos con nuestros semejantes. ¡El autoengaño es un obstáculo insalvable a la hora de ser sinceros con los demás!
Por el contrario, si somos devotos de esta virtud, muchos confiarán en nosotros y nos valorarán como personas honestas. Por eso creo que la sinceridad define la calidad de un ser humano, a la vez que permite disfrutar la dicha de una conciencia tranquila. Así vivimos felices, porque nada oscuro empaña el brillo del espíritu.
¿Es correcto ser sinceros siempre? ¡Sí! Sin embargo, debemos actuar de manera segura, sin dobleces, convencidos de que es útil y verdadero lo que vamos a decir. Conviene también preguntarse: Continuar leyendo