Vivir para trabajar o trabajar para vivir es un dilema, al parecer, de corte shakespeariano. Algo así como un “Ser o no ser” del que casi nadie escapa en esta sociedad moderna, inquieta y tecnificada. Yo apuesto por la primera parte de la frase. Pienso que vivimos para trabajar, aunque muchos, desafortunadamente, trabajan para subsistir, que es muy diferente.
Venimos a este mundo con el objetivo de ser útiles y hacer algo siempre a favor de los demás y de nosotros mismos. Venimos a trabajar, porque es la única forma loable de lograr éxito y escalar a otro nivel en la vida.
Dice Confucio: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día en la vida”. Se trata de una gran verdad, pero con doble filo. Cuando sucede así, muy a menudo la faena laboral nos cautiva demasiado, sobre todo si ostentamos un cargo de responsabilidad o aspiramos a un sueño, en medio de una realidad cambiante y competitiva. Nos podemos convertir en seres adictos al trabajo. Y, aunque esto arrastre consigo importantes dividendos profesionales, puede perjudicar nuestras relaciones familiares y sociales.
Hoy te propongo responder unas pocas preguntas, con el propósito de descubrir si somos propensos a la adicción al trabajo. Tomo como referencia una interesante prueba del doctor, psicólogo y comunicador español Ricardo Sotillo.