Hace poco se conoció un estudio que revelaba la opinión que los argentinos tienen, en promedio, acerca de los compatriotas más ricos de la sociedad. Los resultados fueron alarmantes. Más del 40% de los encuestados respondió que para ser rico hay que ser corrupto o bien haber heredado la fortuna familiar.
Por el contrario, solamente el 16% indicó que la mayor fortuna dependía de la mejor educación y únicamente el 13% afirmó que ser más rico tiene relación directa con el esfuerzo personal.
La respuesta de la corrupción se entiende en un país como el nuestro. Gran parte de la dirigencia política combina, por un lado, un enorme patrimonio y, por el otro, cantidades industriales de denuncias de corrupción y enriquecimiento ilícito. Además, es innegable que existe un entramado empresarial que se enriquece gracias a licitaciones poco transparentes y los contratos amigos, lo que contribuye a la malversación de los fondos que el Gobierno toma de los contribuyentes.
En tanto, la percepción acerca de que la herencia es una de las principales fuentes de la riqueza es una mirada con amplio consenso no sólo en nuestro país, sino también en muchos ámbitos académicos a nivel mundial. El francés Thomas Piketty, de hecho, sostiene que vivimos en un mundo cada vez más desigual en el que los ricos se vuelven cada vez más ricos, ya que al ser poseedores de capital pueden invertirlo a una tasa de retorno superior a la del crecimiento de la economía. En este marco, la herencia de ese capital se convierte en una ventaja fundamental en el inicio de la “carrera” hacia la riqueza y el bienestar, lo que genera desigualdad entre los distintos competidores. Continuar leyendo