Yanaida, 28 años, aún recuerda algunas de las cosas que le dijo de su abuela, hace tiempo fallecida. “Cuando era niña, me repetía que no me casara con un negro, que adelantara la raza, si no iba a tener que peinar pasa. Mi madre es blanca, pero mi padre es un negro retinto ”, comenta tres días antes de su boda.
Yanaida siguió al pie de la letra el consejo de su abuela. Su futuro esposo es alto, blanco, bien parecido y de buena familia. Como en los absurdos culebrones brasileños que tanto gustan en la isla.
En Cuba los prejuicios raciales se han atrincherado en la mente de un segmento amplio de la población. También en ciertas instituciones del Estado. Aunque no existe ninguna letra jurídica que pueda despertar suspicacia racial.
Aparentemente, todos tenemos los mismos derechos. Pero más fuerte que las obsesiones por el color de la piel, es la segregación estatal que juzga a los cubanos de acuerdo a su lealtad con el régimen.
Carlos, sociólogo, considera que en la esfera oficial y en la vida cotidiana, como la mala yerba, proliferan diversas variantes de racismo. Y afirma que la peor de esas variantes, es la de los negros que odian ser negros.
“Si ya es un problema el racismo sutil y no tan sutil en el empresas con capital foráneo, turismo y élites intelectuales, igualmente lo es el sentimiento de inferioridad que ha ido creciendo entre los negros y que los medios de prensa no tienen el valor de abordar. Entonces observamos a mujeres y hombres negros que gastan elevadas sumas de dinero para alisarse el pelo y parecer mulatos. Y llegan a usar apodos y hacer comentarios denigrantes hacia los de su propia raza”, señala el sociólogo.
Habituales se han vuelto motes racistas como “negritillo” y “cara de mono”. O referencias cargadas de racismo como “es un negro con alma blanca”.
El racismo no lo trajo Fidel Castro en su mochila guerrillera. Cuando en enero de 1959 llegó al poder a punta de carabina, implantó un sistema que no ha funcionado, una economía que hace agua, partido único y caudillismo vertical. Pero no el racismo.
Los prejuicios raciales en Cuba vienen desde mucho más atrás. Cuando en 1886 se abolió la esclavitud, se pretendió solucionar el problema. La mayoría de los negros esclavos pasaron a ser jornaleros y obreros de bajos salarios.
En su inserción social partían en desventaja. No poseían bienes y su instrucción era escasa. Durante la Guerra de Independencia tuvieron un loable desempeño. Machete en mano y desarrapados, aportaron innumerables hazañas. Las diferencias se acrecentaron con el surgimiento de la República, el 20 de mayo de 1902.
En 1912, tras una sublevación comandada por el albañil Evaristo Estenoz y el Coronel Pedro Ivonet, el gobierno de José Miguel Gómez desató una carnicería que según cálculos conservadores costó la vida a 3 mil negros.
Hubo sectores intelectuales y políticos dentro de la República que trabajaron por abolir las diferencias raciales. Se fraguó una correcta y progresista Constitución en 1940 donde todos los cubanos tenían iguales derechos.
Pero en ciertos sectores católicos, empresariales, intelectuales e institucionales, prevalecían los prejuicios por el color de la piel. Existían clubes solo para blancos o solo para negros.
Y barrios exclusivos donde los negros trabajaban de criados o caddies de golf. La revolución intentó solucionar las diferencias, vistiendo a los negros de milicianos y refrendando normas que terminaron convirtiéndose en letra muerta.
Las estructuras del Estado y los mejores puestos laborales siguieron en manos de blancos. A pesar de ser una isla mestiza, la televisión promocionaba patrones de moda y belleza caucásicas.
Todavía hoy, la Iglesia Católica sigue mirando con cierto desdén la proliferación de sincretismos religiosos como la santería, el palo o los abakuá, donde predominan negros y mestizos.
Ninguno de los dos Papas que han visitado la isla -Juan Pablo II en 1998 y Benedicto XVI en 2012- se reunieron con líderes de esas creencias, pese a que por la cantidad de sus seguidores, la religión yoruba es el culto número uno de Cuba.
Los negros siguen viviendo en las peores casas y devengando los salarios más bajos. Su as de triunfo es el deporte, la música y los bailes africanos. O prostituirse con extranjeros. En las cárceles de la Cuba profunda, el 80% de los reos son negros o mestizos.
Cualquier etnólogo o sociólogo que realice una encuesta, notará que muchos negros cubanos aspiran a escalar posiciones sociales blanqueando su ascendencia.
“Mi meta es casarme con una blanca o una mulata blanconaza, para que mis hijos sean menos oscuros y tengan el pelo mejor. Espero que ellos harán lo mismo. Es la única forma de escapar a esa desgracia que hace siglos nos acompaña, la de ser negros, pobres y olvidados”, señala Yasnier, estudiante de bachillerato.
En la disidencia también existen prejuicios raciales. En tono despectivo, algunos opositores blancos llaman “los tiznados” a sus homólogos negros. Y la policía política los trata con mayor brutalidad.
Ahora mismo, duermen en precarias celdas el matrimonio disidente negro de Sonia Garro y Ramón Alejandro Muñoz. Llevan dos años en prisión sin saber cuándo los enjuiciarán.
Juliet Michelena, joven de la raza negra perteneciente a la Red Cubana de Comunicadores Comunitarios, fue encarcelada por tirar fotos durante una actuación policial en la calle.
De una forma u otra, a los negros en Cuba siempre les ha tocado ocupar el escalón más bajo de la sociedad. Los prejuicios les llegan desde todas partes. Incluso de los propios negros.