Vivir en Cuba mantenido desde el exterior

Una semana antes de que sus parientes de Miami aterrizaran en La Habana, Milena contrató una brigada para que pintaran el interior y la fachada de su casa en el bucólico barrio Casino Deportivo.

Luego de dos manos de pintura y retoques menores en las paredes, hicieron una limpieza a fondo y justo encima de la puerta de entrada, colocaron una cursi cadeneta de papel plateado con el letrero Bienvenidos a casa.

“Hace veinte años que mis primos no vienen a Cuba. Queremos darles un recibimiento por todo lo alto. Gracias al dinerito que ellos nos han enviado, pudimos reparar toda la vivienda”, señala Milena.

Se supone que en cualquier otro país, el agasajo lo financie el anfitrión. Pero Cuba es un punto y aparte. Para Gisela, peluquera, tener familiares en el extranjero es más que una bendición.

“Pude montar mi negocio con los dólares que me gira mi hija. Todo lo que tengo, televisor de pantalla plana de 42 pulgadas, computadora, teléfono móvil y aire acondicionado lo he comprado con el dinero que ella me ha enviado. A veces me asalta una duda; ¿qué pasaría si los cubanos no tuviésemos familiares afuera?”, se pregunta Gisela.

Bueno, la pasarían bastante mal. Le presento a Félix, mulato de seis pies. No tiene parientes en el exterior y solo ha visto los euros y dólares en los filmes del sábado por la noche.

Es padre de cuatro hijos que a duras penas mantiene haciendo trabajos informales de albañilería. “No recibo remesas y nadie me envía paquetes con comida, ropa o medicinas. Me la tengo que janear (arreglar) por mi cuenta”, confiesa, mientras bebe cerveza a granel en un sucio bar estatal de la calzada 10 de Octubre.

Ciudadanos como Félix son los menos. Según algunos analistas, poco más del 60% de los cubanos tiene un pariente o amigo en el extranjero que regularmente le gira dinero o le envía paquetes.

A ese tipo de ayuda, la gente de a pie le dice ‘tirar un salve’. En una nación donde el salario promedio es de 23 dólares mensuales, para pagar un auto necesitas seis vidas y reparar o amueblar una casa es un verdadero lujo, no es reprobable que los emigrados ayuden a sus parientes pobres en la Isla.

Lo que alarma es la desfachatez. A la primera de cambio, un segmento amplio de cubanos envía SMS, emails o hacen llamadas a cobro revertido, pidiendo con urgencia dinero a sus familiares del exilio.

Parientes asfixiados

“Es un descaro. Todos los meses les enviaba cien dólares a una tía y dos primos. Cuando podía, les hacía llegar artículos de primera necesidad. Pero de un tiempo acá, mis parientes me piden más dinero. Por cualquier pretexto, celebrarle los quince a una hija o comprar un inodoro. En Cuba se creen que los cubanos que vivimos fuera somos ricos. Yo tengo que partirme el lomo trabajando para tener un nivel de vida decente”, expresa un habanero residente en la Florida.

Aquino, camionero pinareño que vive en Nueva York, comenta su experiencia. “Llevaba doce años sin visitar a los míos. Te soy sincero, la mayoría de los cubanos está ‘echando con la cara’ (son desconsiderados). Nada más saben hablarte de sus problemas y pedirte dinero y cosas. Le regalé un teléfono móvil a una sobrina y con gesto despectivo me dijo que ese modelo ya era antiguo, que a ella le gusta el Samsung Galaxy. Los jóvenes no quieren un celular o una tableta cualquiera, quieren el último modelo. Son unos malagradecidos”, dice.

La cultura del jineteo va más allá de la prostitución. Muchos cubanos están convencidos que sus parientes son dólares con piernas. Por tanto, es lícito pedir lo que se les antoje. Hay peticiones de poco calado: culeros desechables o jeans. Otros creen que su familia es una versión real de Rico McPato.

Cultura del mantenido

Y hacen planes a costa de familiares radicados en el extranjero. “Mira tú con la que se apeó un sobrino mío. Quería que yo le diera 10 o 12 mil dólares para comprarse un almendrón (auto antiguo) y ponerse a botear (alquilarlo como taxi). Es asombrosa la cantidad de gente que en Cuba no tiene los pies puestos en la tierra. Desconocen que casi todos los cubanos que afuera, tenemos dos y tres empleos para poder pagar el alquiler y las deudas. No se conforman con nada. Siempre quieren más y sin disparar un chícharo”, cuenta Osvaldo, residente en Tampa.

Es que una parte considerable de la economía castrista de cuartel está diseñada para que la sufraguen los emigrados cubanos. Los precios de las tiendas tienen impuestos inverosímiles cuyo objetivo es captar divisas. Y los aranceles aeroportuarios y postales son de infarto.

El Estado y no pocos cubanos ordeñan a sus familias como si fueran vacas. Y si antes pedían comida, ropa, artículos de aseo y medicamentos, ahora quieren que les paguen desde los gravámenes absurdos para habilitar el pasaporte hasta ofertas de recargas a celulares. Sin contar las peticiones de teléfonos inteligentes de última generación, casi siempre usados para especular (alardear).

Natasha, empleada en una oficina comercial de ETECSA, asegura que “el 80% del dinero de las recargas que se efectúan a los celulares en Cuba, es hecha por familiares o amigos radicados en otros países. ETECSA es uno de los organismos que más se beneficia de los otrora gusanos”, dice con ironía.

Más de un cubano residente en el exterior, se ha preguntado cuándo y cómo sus parientes se convirtieron en unas sanguijuelas, chupándola la billetera a sus familiares en otro país.

La escoria que expulsamos

“Una respuesta pudiera ser por la perenne escasez padecida por el pueblo cubano durante 56 años. Pero la verdadera respuesta es Fidel Castro. Él es el culpable de haber maleado a los cubanos, creándoles esa mentalidad de exprimir a los exiliados. En 1980 inventó los actos de repudio a los que se iban por el Mariel, a los que llamó escoria y se alegró que se fueran pa’l carajo. A mí no me joden más con tanta pedidera. A Cuba no pienso volver”, señala molesto un cubanoamericano de visita en La Habana.

El desastre económico y las cíclicas penurias gestionadas por el régimen de los Castro ha engendrado una casta de pedigüeños. Y también de sinvergüenzas. Por el día simulan apoyo al Gobierno y por la noche hacen una llamada a Miami. Tras un recuento de sus miserias, le piden dinero o cosas. Es lo más fácil.

Esperando por un diálogo entre cubanos

El daño que la autocracia verde olivo ha hecho a los cubanos es antropológico. La economía hace agua, tenemos una infraestructura del cuarto mundo y el salario es una broma de mal gusto.

Recuperarnos del desastre económico es probable. Lo que va a costar dos generaciones o más es superar los daños a la ética y valores ciudadanos. El manicomio ideológico instaurado en enero de 1959 por Fidel Castro polarizó la sociedad.

El régimen ha dividido familias y exacerbados las diferencias. Criminalizó las discrepancias políticas. Y los servicios especiales y la propaganda del partido comunista han convertido la represión en un arte.

Entre sus estrategias están los mítines de repudio. Auténticos linchamientos verbales para reprimir a la oposición, utilizando a ciudadanos y paramilitares camuflados de estudiantes y trabajadores.

En Cuba se gobierna de arriba hacia abajo. Las personas no tienen mecanismos que les permita cambiar el estado de cosas. El carnet rojo del partido y la lealtad absoluta se han convertido en una especie de pasaporte que te permite escalar en las estructuras del Estado.

Hace 25 años, el compromiso hacia la revolución se premiaba con un televisor, un apartamento o una semana de vacaciones en la playa. La crisis económica estacionaria que asola la Isla desde 1990 ha menguado las arcas estatales y eliminado los estímulos materiales a los obreros y empleados más fieles.

Los Castro ya no gobiernan tan fácil. Su narrativa no convence a segmentos importantes de la población. El desgaste de 56 años de poder y los desastres económicos han abierto un boquete en la sociedad.

Ahora la gente opina sin miedo en las calles. Aunque la estrategia oficial implementada es denigrar a la disidencia y amedrentar a los cubanos de café sin leche.

El castrismo ha tenido éxito en mantener aislada a la disidencia, a pesar que su discurso está en sintonía con los ciudadanos de a pie. Lamentablemente, la oposición no ha sabido capitalizar el enfado de la población.

A raíz de la caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, la solución más razonable hubiera sido que Fidel Castro se hubiese sentado con los opositores y pactado un compromiso conjunto.

Pero en sus genes no está tolerar discrepancias. Optó por la posición numantina. Lo execrable no es que haya hipotecado el futuro de Cuba. Lo infame es que viene utilizando a intelectuales y sectores afines en su enfrentamiento con la disidencia.

La cosecha de papas no crecerá ni la producción lechera aumentará insultando a compatriotas que tienen una visión política diferente. La burocracia y los carteles mafiosos incrustados en las instituciones estatales no van a desaparecer entonando estrofas genocidas al estilo de “al machete que son pocos”.

En la tranquilidad de sus casas, estos personajes, reconvertidos en armas de destrucción moral, comprobarán que la nevera sigue vacía y el futuro entre signos de interrogación.

Comportarse como pandilleros no va a enmendar el errático desempeño económico de un sistema fallido ni acabar con las carencias materiales. La solución a los problemas estructurales y políticos en la Isla solo se resuelven mediante el diálogo.

Lo que dijo Luis Morlote, representante de los artistas y escritores nacionales, de que “nosotros como sociedad civil estamos defendiendo lo nuestro, no podemos estar en el mismo espacio que los disidentes”, es cuando menos lamentable.

¿Qué van a hacer con los opositores? ¿Enviarlos a un asentamiento en el Pico Turquino? ¿Y cuando los que apoyan a los Castro coincidan con disidentes y periodistas independientes, qué van a hacer? ¿Huir? ¿Pedirnos permiso para sentarse a nuestro lado en un ómnibus o un taxi?

¿Cómo el régimen va a solucionar las discrepancias? ¿Con cárcel, destierro, golpizas y asesinatos extrajudiciales? Todavía se está a tiempo de revertir el actual diseño represor y sustituir las ofensas por un apretón de manos y el intercambio de criterios.

Para activistas iracundos como los que gobierno cubano envió a Panamá, puede resultar repugnante dialogar con ‘mercenarios’ que se hacen fotos con el ‘asesino’ del Che. En la acera de enfrente, un sector de la disidencia prefiere comer con los Borgia antes que platicar con representantes de la dictadura.

Cada cual en su trinchera. Pero la realidad es que los problemas que afectan a todos los cubanos siguen sin resolverse.

La pírrica victoria de Castro II

Después que pase el júbilo por la llegada a Cuba de los tres espías presos en Estados Unidos, cuando los medios oficiales terminen su campaña de panegíricos y se apaguen las luces montadas en las tribunas para que los agentes escuchen el aplauso del pueblo, el gobierno comandado por el General Raúl Castro deberá trazar planes de futuro.

Un futuro ignoto. Todavía el embargo económico y financiero de Estados Unidos tendrá que afrontar una auténtica batalla legislativa en el Congreso.

Pero, por orden ejecutiva del presidente Obama, el Estado cubano puede comprar mercaderías estadounidenses a empresas radicadas en el extranjero y hacer negocios en materia de telecomunicaciones que permitan al cubano de a pie conectarse a internet a precios asequibles.

De una forma u otra, cuando tuvieron dinero a mano, las empresas estatales siempre compraron mercancías en Estados Unidos. Si usted recorre las tiendas habaneras por divisas, encontrará electrodomésticos made in USA, manzanas de California y Coca-Cola.

A partir de ahora, adquirir productos a 90 millas será más simple. Se podrían comprar cientos de ómnibus GM para mejorar el pésimo transporte urbano de pasajeros. También miles de ordenadores Dell o HP para que las escuelas cubanas renueven su equipamiento y puedan acceder a internet. Excepto las universidades, el resto de los colegios públicos no tienen conexión a la red.

Solicitando una licencia, se podrán comprar toneladas de medicamentos para combatir el cáncer infantil, que la propaganda gubernamental nos contaba que debido al riguroso embargo resultaban inaccesibles.

También azulejos, muebles sanitarios y materiales de construcción de calidad, para que la gente pueda remozar sus desvencijadas viviendas.

La lista de lo que puede hacer el gobierno para mejorar la calidad de vida en Cuba es amplia. Curiosamente, la prensa estatal no ha publicado una línea sobre la hoja de ruta diseñada por Obama que benefician a los cubanos.

Del régimen no se espera otra cosa que intolerancia e inmovilismo hacia la oposición. Aceptemos que continuarán los palos, maltratos y linchamientos verbales a la disidencia pacífica.

Pero esperemos que a partir de enero de 2015, la autocracia verde olivo trace una estrategia para que los cubanos puedan vivir en un “socialismo, prospero y sustentable”.

Esto pasa por construir no menos de cien mil viviendas anuales. Reparar los destruidos hospitales y policlínicos. Aumentar la producción de frijoles, viandas y frutas, entre otros.

A lo mejor en las mesas aterriza por fin el prometido vaso de leche, para cada día desayunar como dios manda. La boca se le hace agua a muchos pensando en la venta a precios asequibles de carne de res, camarones y pescado.

Puede que finalmente se rehabilite el añejo acueducto que de acuerdo a informaciones oficiales, provoca que el 60% del agua potable no llegue a su destino.

Y es probable que a un banco estadounidense se le pueda pedir un préstamo destinado a la construcción de viviendas en los más de 50 barrios insalubres existentes en La Habana.

Muchos esperan que Castro II no ponga ahora cortapisas para que los trabajadores particulares puedan negociar directamente una línea de crédito con instituciones financieras de Estados Unidos.

Y de paso, amplíe la Ley de Inversiones Extranjeras, autorizando a los cubanos de la Isla a invertir en pequeñas o medianas empresas.

Por supuesto, después de hacer las paces con el enemigo, deben derogarse los costosos trámites que pagan los cubanos residentes en el extranjero cuando visitan su patria.

Ya en la acera del enfrente, los perversos yanquis no están al acecho, amenazando a la pequeña isla del Caribe, solo por escoger un modelo político diferente.

Entonces ya se puede legalizar que los compatriotas del exilio tengan derecho a la doble ciudadanía, votar en elecciones locales y postularse al aburrido y monocorde Parlamento local.

A fin de cuentas, son pocos “los mercenarios” como Carlos Alberto Montaner, Raúl Rivero o Zoé Valdés, si se comparan con la inmensa mayoría de emigrados que, según el régimen, claman por el fin del embargo y relaciones pacíficas entre las dos naciones.

Se acabó el trillado argumento de país acosado. Ahora Estados Unidos
 es un país hermano. Un vecino que desde el siglo XIX compartió con los mambises su derecho a la emancipación de España, según contaba emocionada una periodista del noticiero de televisión.

Por efecto dominó, pronto debe bajar el precio de la leche en polvo y el “impuesto revolucionario” al dólar que en 2005 le puso Fidel Castro.

Cualquier mañana de 2015, nos despertaremos con la noticia de que en las tiendas en moneda dura se dejarán de aplicar los aberrantes gravámenes de hasta un 400% a las mercancías.

También se espera que el Gobierno revise los precios estilo Qatar en la venta de autos. Y que la hora de internet en las salas de Etecsa sea la más barata del mundo, ahora que nos podremos conectar a cables submarinos estadounidenses que bordeen las costas cubanas.

Como los cuentapropistas no son delincuentes ni “contrarrevolucionarios”, es deseable que el magnánimo Estado los escuche e implemente una reducción de los absurdos impuestos. Esta vez, de seguro, se abrirá el solicitado mercado mayorista para los dueños de negocios privados.

Y, probablemente, con prisa y sin pausa, se estudie el aumento de los salarios a los trabajadores, a ese 90 y tanto por ciento que en 2002 votó a favor de la perpetuidad del socialismo fidelista.

Como Raúl Castro está convencido que con ciudadanos como los cubanos 
la revolución puede extenderse 570 años más, se supone que en la parrilla de salida ya debe estar un aumento sustancial de las jubilaciones a nuestros sufridos ancianos, los grandes perdedores de las tímidas reformas de pan con croqueta.

Las nuevas reglas de juego ponen a prueba al régimen.

Ahora se verá si es el embargo el culpable de que la carne de res y los mariscos estén desparecidos de la dieta nacional desde hace más de medio siglo. O si es el sistema.

Concedámosle a los autócratas un plazo de cien días para implementar mejoras en la calidad de vida de los cubanos. El reloj ya echó andar.