LA HABANA.- Caminar por plazas y calles donde no hay señales inalámbricas de internet y casi ninguna de las aplicaciones de los teléfonos inteligentes funciona, le da un toque de anacronismo a la sociedad cubana.
Una brisa refrescante que llegaba desde la bahía atenuaba el calor en las atestadas callejuelas que circundan la parte antigua de La Habana.
Por una calle empedrada, contigua a un hotel que una empresa suiza edifica en la Manzana de Gómez, el tráfico de transeúntes es alucinante. Cientos de habaneros caminan apresurados con sus habituales bolsos de mano para cargar lo que aparezca. Mientras, la fauna marginal está al acecho.
Desde un banco en el Parque Central, un tipo desgarbado con una bermuda por la cintura y zapatos de puntera afilada, en un inglés macarrónico, propone una tumbadora y un par de claves a una pareja de risueños gringos. Después de comprársela por 40 pesos convertibles, le piden hacerse un selfie con ellos. Continuar leyendo