La destrucción de la riqueza en Argentina

Si bien el hecho de que la tasa de expansión de la economía (nunca hubo crecimiento, sino una mera recuperación cíclica) viene cayendo muy fuertemente pasando de un nivel del 8% anual promedio durante 2003-2007 al 4% para 2007-2011 y ubicándose en el 0% durante la segunda gestión de CFK, al tiempo que la inflación se acelera, no existe creación de empleos genuinos y que los niveles de comercio exterior se contraen en más de un 20% respecto a los máximos históricos deberían ser muestras mas que suficientes de un modelo exterminado, desde distintos sectores políticos se cuestiona la visión de los economistas “ortodoxos” que se manifiestan sobre el pésimo manejo de la economía y que dan cuenta de la oportunidad que se ha perdido de acelerar la convergencia a la luz del mejor contexto internacional de la historia del país.

En línea con esta visión sobre la economía argentina, un trabajo sobre competitividad elaborado por el Foro Económico Mundial (WEF) muestra a nuestro país en el lugar 140° en una muestra de 141 países, donde sólo nos hemos privado de superar a los formidables logros del modelo venezolano, al que con tanto esfuerzo (económico y social) intentamos copiar día a día.

Naturalmente, lo expresado por el WEF no es novedad para los economistas locales, ya que hoy por hoy, el debate sobre la competitividad de la economía está en el tope de la agenda. En función de ello, y dado que la competitividad de un país viene dada por su capacidad de ganar dinero (generar riqueza), junto a Diego Giacomini y Nicolás Kerst hemos desarrollado un indicador al que hemos llamado “El Termómetro de Riqueza”, el cual representa una expansión de los usos de la “q” de James Tobin como herramienta analítica dentro del análisis económico.

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La idea de desarrollar dicho indicador a partir de la teoría de la “q” surge por el hecho de que ésta última sintetiza toda la información sobre el futuro que resulta relevante para la toma de decisiones de inversión por parte de los agentes, ya que en el armado de la misma convergen las condiciones de equilibrio tanto del mercado de bienes (los ingresos resultan suficientes para cubrir todos los costos operativos, el fiscal y el del capital) como de capitales (el retorno de los activos se iguala con el costo de oportunidad del capital). Al mismo tiempo, si uno asume que la economía bajo análisis es abierta y que de largo plazo se cumple la paridad del poder de compra (PPP), a partir de las condiciones de equilibrio en el modelo de la “q” es posible determinar el tipo de cambio de equilibrio, el cual vendrá dado por el salario real (salarios en términos de nivel general de precios) relativo a la productividad del trabajo, el costo de oportunidad del capital (el cual toma al apalancamiento de la economía, la tasa de interés de los EEUU, el riesgo país y la devaluación esperada), la presión fiscal (el gasto público y su eficiencia) y la escala productiva, todo ello en relativo a la economía de referencia (la de la moneda que se compara).

A partir de dicha estructura conceptual se construyó “El Termómetro de Riqueza”, el cual toma como año base a 1942, dado de que luego de dicho año, el país fue víctima de la instauración de un régimen populista que ha convertido a un país rico en uno de frontera y que de continuar por la misma senda nos pone de cara a una situación de pobreza. A su vez, para que la evaluación de la política económica no esté afectada por las condiciones internacionales, el indicador ha sido corregido por los términos de intercambio.

La construcción del indicador muestra que a lo largo del período bajo análisis, el mismo se ha ubicado en promedio un 3,3% por encima de la unidad, lo cual permite explicar porque, pese al mal desempeño relativo mostrado por la economía frente al mundo, ha podido sostener una tasa de crecimiento positiva. Al mismo tiempo, el indicador muestra que cada vez que cayó debajo de la unidad, la economía presentó una crisis de balanza de pagos (áreas sombreadas), salvo para el año 2014, lo cual viene explicado por el hecho de que nos encontramos frente al mejor contexto internacional de toda la historia del país.

Adicionalmente, el indicador también deja de manifiesto que nunca en la historia del país se destruyó tanta riqueza como en el período que va desde 2003 a 2013. En este sentido, la política económica presente ha logrado una destrucción de 1,61 puntos del indicador, seguida por la economía de la dictadura durante 1977-1982 con 1,27 puntos, la salida de la convertibilidad (2000-2002) con 0,97 puntos, el rodrigazo (1973-1975) con 0,81 puntos y los años que van desde 1945 a 1949 durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón con 0,74 puntos. Por otra parte, si bien es cierto que durante el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín el indicador mostró el nivel más bajo de la serie (mayor proceso de destrucción de valor), la caída en el termómetro de riqueza fue de solo 0,29 puntos entre los extremos del período (donde a mitad de período el Plan Austral marcó un fuerte salto pero que luego terminó en la hiperinflación).

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Por otra parte, dada la fuerte relación entre los momentos que el indicador cae debajo de la unidad y la presencia de crisis de balanza de pagos se procedió a realizar un estudio estadístico mediante el uso de un modelo Logit, el cual arroja como sub-producto al análisis de creación de riqueza (competitividad) la probabilidad de caer en una crisis de balanza de pagos y los niveles que marcan el ingreso a la zona de peligro. En este sentido, el gráfico que muestra el estado de la economía y la probabilidad de crisis deja de manifiesto la robustez estadística del indicador.

A su vez, el mismo estudio estadístico muestra que cuando el indicador cae por debajo de 0,6 la probabilidad de crisis se acelera fuertemente. En otras palabras, cuando el indicador pierde 0,4 puntos respecto al nivel del promedio histórico, la economía ingresa en una crisis. Nuevamente, a partir de este análisis se confirma que estamos frente al peor gobierno de la historia, ya que el mismo, a lo largo de los últimos 12 años ha generado una caída que podría haber generado cuatro crisis, de no ser por las reformas estructurales de los ‘90s, el ajuste realizado por Eduardo Duhalde y el mejor contexto internacional de la historia.

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Finalmente, el indicador resulta de utilidad para el diseño de políticas económicas que sienten las bases para el crecimiento futuro y el producto per-cápita asociado. En este sentido, para un nivel de tasa libre de riesgo internacional (la de EEUU) promedio del 3%, un nivel de riesgo país promedio 550 puntos básicos (5,5%), una presión impositiva promedio del 32% del PIB, un palanca financiera del 16,3% y un valor del producto marginal del capital en dólares del 13,8% la economía argentina tendería de largo plazo a un PIB por habitante del 40% del de EEUU. A su vez, si consideramos que bajo el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el riesgo país promedio se ubicó en el orden de los 1.500 puntos básicos (medido por el CDSs de 5 años), la presión impositiva se ubica en 50% del PIB, la productividad marginal del capital cayó al 10,1% al tiempo que la economía no crece, el PIB por habitante tendería al 10,2% del de los EEUU lo cual haría que el país dejara la definición de país de frontera para convertirse en un país pobre.

Simultáneamente, y de cara al futuro, con dicho indicador es posible determinar las condiciones de política que permitirían lograr la convergencia, las cuales constan en: (i) erradicar el déficit fiscal y alcanzar la solvencia intertemporal de modo sostenible tal que desaparezca el riesgo país, (ii) reducir la presión fiscal a 26,1% del PIB y (iii) recuperar el nivel de productividad de la década del ’90 (donde la misma se ubicaba en el 20,1%). De este modo, se logrará crecer más rápido y de manera sostenida tal que podamos alcanzar el producto por habitante de los EEUU. Por supuesto que una reforma de éstas características tendrá resistencia, especialmente en la corporación política, a la que se le debería informar que aún llevando a cabo los puntos (i) y (iii) no sería posible alcanzar la convergencia ya que habría un techo para el PIB por habitante del 55,2% respecto al de los EEUU. En definitiva, un costo muy alto para tan mala prestación en los servicios brindados por el sector público.

La herencia de doce años de populismo

La historia económica argentina del Siglo XX y la que va del presente es la crónica de una decadencia sin parangón a nivel mundial. El país, que durante la primera mitad del siglo XX se encontraba entre los países más rico del mundo, luego de haber sido sometido a la aplicación sistemática del manual de política económica heterodoxa (mezcla de la irresponsabilidad fiscal keynesiana y los groseros desatinos monetarios de los estructuralistas locales) durante cerca de setenta años, hoy nos encuentra en la categoría de país de frontera (menos que emergente) y posicionados en un sendero inclinado que, salvo que tomemos el toro por las astas, nos verá en un futuro ocupando la posición de país pobre. Así como al inicio del siglo pasado se nos veía como una potencia con capacidad de disputarle el liderazgo mundial a los Estados Unidos, hoy lucimos como un país que tiene un destino asimilable al presente africano.

La evidencia empírica internacional muestra que en aquellos países donde la inflación es alta, y existen mercados paralelos, retraso cambiario, déficit fiscal, bajos niveles de monetización y cierre de la economía, el resultado es una feroz pérdida de riqueza. En esta línea, si uno observa que la gestión kirchnerista hizo trepar la tasa de inflación del 3,8% al 40%, gestó una brecha cambiaria en torno al 50%, redujo el resultado fiscal primario en 6 puntos porcentuales del PIB, los agregados monetarios se estancaron y cada día se cierra mas a la economía, no resulta difícil entender por qué Argentina muestra un producto per-cápita que oscila entre USD 13.000 y USD 9.000 (según sea el tipo de cambio que se considere) cuando debería tener un ingreso per-cápita en torno a los USD 30.000 (que surge de considerar conjuntamente el crecimiento tendencial, la presencia de convergencia y el mejor contexto internacional de la historia). Esto es, la magnitud del fracaso asciende a una diferencia en el PIB por habitante del 130% medido al tipo de cambio oficial y de 260% cuando se usa el paralelo. Tal como señala el especialista en crecimiento y desarrollo, William Easterly: “Los malos gobiernos, al igual que la mala suerte, pueden acabar con el crecimiento”.

Al mismo tiempo, más allá de los daños en torno a la oportunidad perdida, todos los motores del crecimiento han sido brutamente estropeados. La estimulación del consumo sin contrapartida sólida en términos de ingreso permanente ha llevado a una merma en el ahorro y en la inversión, de modo tal que nos hemos consumido una parte importante del capital físico. Sin lugar a dudas, el caso más escandaloso es el de la inversión en infraestructura, donde el Gobierno (quien buscó liderar dicho proceso), pese a contar con la mayor cantidad de recursos de la historia, invierte como en períodos de vacas flacas y con peores resultados.

Por otra parte, en materia educativa, los resultados en las pruebas PISA dan cuenta de la pésima calidad en nuestro capital humano, donde por ejemplo, en matemáticas, los resultados muestran que estamos un 35% por debajo del promedio de los países de la OCDE, al tiempo que cerca del 70% no llega a cubrir los conocimientos mínimos y menos del 0,5% puede alcanzar niveles de excelencia. Algo similar nos sucede en lectura y literatura. Esta situación se ve agrava aún más si consideramos que Argentina está disfrutando la fase de la transición demográfica que permite repotenciar la tasa de crecimiento, para lo cual se requiere de acciones coordinadas en materia de capital humano, sistema previsional, estabilidad macroeconómica e instituciones de modo tal que sea posible acelerar la convergencia al mundo desarrollado. Sin embargo, un contexto en el que prolifera la desnutrición infantil, se jubilan personas sin aportes al tiempo que los fondos previsionales se invierten de modo cuestionable, una tasa de inflación creciente que castiga al ahorro y un continuo atropello a las libertades individuales, todo hace parecer que nuestro país estuviera empecinado en convertir al bono demográfico en un regalo envenenado.

Paralelamente, tampoco es menor el daño causado en el aspecto institucional. No sólo se ha tomado una visión relativista de la justicia (la cual mira de reojo por debajo de la venda para dar crédito a quien viola la ley) que no solo invierte la responsabilidad de los crímenes haciendo una víctima del victimario y viceversa, sino que además, el respeto de los derechos de propiedad se ha transformado en un objeto de máxima elasticidad. En este sentido, mientras que en casi todos los países del mundo se avanza hacia la liberta económica (los países libres son en promedio 9,5 veces más rico y tienen una incidencia de la pobreza 75% menor que en los países reprimidos), en nuestro país no paramos de retroceder. La contracara de ello es un riesgo país que hace de la inversión un acto heroico, aún admirable hasta para un Cíclope. De hecho, si Argentina hubiera llevado un conjunto de políticas similares al resto de los emergentes, sus activos financieros y el stock de capital físico se deberían haber triplicado. Puesto en otros términos, desde 1998 (pico de ciclo en Argentina) a la fecha, el promedio de América Latina incrementó su producto por habitante en un 80% mientras que nuestro país, a tipo de cambio oficial, ha caído un 10%.

Adicionalmente, se ha dañado el capital social. La continua exacerbación de la puja distributiva encarada por el Gobierno ha llenado a la sociedad de animosidad y resentimiento, la cual, busca mediante el uso y el abuso del poder la utopía de la igualdad de resultados, cuando lo que se debería reclamar son las condiciones para que cada persona se pueda desarrollar libremente, percibiendo los beneficios de sus esfuerzos y pagando los costos de sus errores. En otras palabras, nos vemos atrapados en un marco que ha pervertido profundamente al sistema de incentivos que conduce a la creación de riqueza, donde el mismo, entre otra infinidad de cosas, promueve estudiantes sin aplazos, el castigo al exitoso, la pontificación del fracaso, vivir del trabajo ajeno y la multiplicación desenfrenada de delincuentes sin condena.

En definitiva, no sólo que no hemos podido aprovechar una oportunidad histórica para acelerar la convergencia (y así poder ingresar al pelotón de los países de altos ingresos), sino que a su vez, el populismo-keynesiano-estructuralista nos ha posicionado en un sendero que nos conduce a un futuro de extrema pobreza. Sin embargo, cargar toda la responsabilidad sobre kirchnerismo y parte de la corporación política es una simplificación adolescente, ya que como señalara Ayn Rand: “La raíz de todos los desastres modernos son de índole filosófica y moral. La gente no abraza al colectivismo por haber sido cooptados por una mala teoría económica. La gente acepta a la mala teoría económica porque ha decido abrazarse al colectivismo”. Esto es, si la sociedad no cambia sus valores, estamos condenados a hundirnos en la más absurda de las miserias.

El debate sobre el nivel óptimo de reservas

Durante estos días las reservas internacionales del Banco Central de la República Argentina han vuelto a ubicarse en el orden de los USD 30.000M, situación que, como ya es casi natural, ha dado lugar a dos lecturas. Por un lado, la versión plena de euforia por parte del Gobierno que muestra al hito como un logro de política económica y da por tierra con todas las visiones sombrías en torno al desempeño del país, como si una inflación anual del 40%, una caída del PIB en torno al 2,5% y la destrucción de cerca de 500 mil puestos de trabajo fueran los datos de una economía floreciente. Por otra parte, la visión más oscura del fenómeno viene dada por el cómputo de las reservas de libre disponibilidad. De este modo, cuando a las reservas internacionales informadas por el BCRA se les depura: (i) USD 8.000M en concepto de encajes bancarios, (ii) deudas con importadores por USD 5.000M, (iii) préstamos de los Bancos Centrales de China y Francia por USD 4.000M y (iv) la posición en Derechos Especiales de Giro de USD 3.000M, el monto final se ubica en un exiguo USD 10.000M.

Más allá de las cuestiones acerca de si el nivel es adecuado o no, resulta clave comprender el rol de las reservas en la economía a la luz del esquema cambiario elegido por el Banco Central. Así, en términos generales, con tipo de cambio totalmente flexible, las reservas serían nulas (siendo el precio de la moneda extranjera la variable de ajuste), mientras que bajo otro esquema, para el caso de una economía normal, el nivel estaría vinculado principalmente a dos motivos: (i) la necesidad de sincronizar los pagos y cobros que debe realizar la economía (transacción) y (ii) la necesidad de disponer de fondos líquidos ante la presencia de un shock externo negativo de tipo transitorio (precautorio).

Sin embargo, desde mi punto de vista, esta idea de contar con un mayor nivel de reservas en la medida que se hace más rígido el esquema cambiario es incorrecta. De hecho, al menos desde el plano teórico, existe un conjunto de condiciones bajo las cuales una economía podría mantener un tipo de cambio fijo sin reservas. Si bien el resultado en cuestión es “impactante”, al menos desde el punto de vista empírico, uno podría preguntarse si los Estados Unidos hubiese podido durante los últimos 70 años mantener un tipo de cambio fijo respecto de la moneda argentina sin acumular un solo billete emitido por el BCRA. La respuesta no sólo que es afirmativa, sino que además los americanos deberían dar las gracias por no haberlo hecho, salvo que mostraran un amor fanático por la inflación (donde la contra-cara local es la destrucción de 5/6 signos monetarios junto a la eliminación de 13 ceros a la moneda). En este sentido, para que el nivel óptimo de reservas fuera nulo, ello implicaría cumplir al menos con alguna de las siguientes tres condiciones: (i) una demanda de dinero no decreciente y/o, (ii) una política fiscal totalmente flexible como para compensar las fluctuaciones en el mercado de divisas y/o (iii) pleno acceso al mercado de capitales.

Claramente, Argentina no cumple ninguna de dichas condiciones. Asociado con el alto nivel de inflación y las recurrentes crisis de balanza de pagos que sufrió el país a lo largo de la historia, la demanda de dinero muestra un comportamiento sumamente volátil. Respecto a la política fiscal, la regla ha sido la compulsión por gastar, donde la única forma de bajar el gasto real ha sido la vía de la licuación inflacionaria. En cuanto a la posibilidad de acceder a fondos externos para nivelar los desequilibrios cambiarios parecería ser una tarea gigante, aún hasta para uno o varios de los Cíclopes. Por lo tanto, a la luz de los hechos, debería quedar claro que el BCRA tendría que contar con una muy buena posición de reservas.

En función de todo lo expresado anteriormente, uno debería preguntarse cuánto debería ser el nivel óptimo de reservas. Cómo no podría ser de otra manera en el gremio, la respuesta depende del criterio. Si nos guiáramos por el criterio comercial, esto es, cuatro meses de importaciones, las reservas de libre disponibilidad deberían ser del orden de los USD 25.000M. Por otra parte, si utilizáramos el criterio de optimalidad desarrollado por el propio BCRA durante la gestión de Martín Redrado, el nivel debería estar en torno a los USD 55.000M. Finalmente, si el criterio se basara en minimizar la probabilidad de crisis, el nivel que haría nula a la misma (lo cual no tiene porque ser óptimo, salvo que el nivel de aversión al riesgo sea infinito) estaría en el orden de los USD 100.000M. Ahora bien, dado que la distancia entre los criterios prudenciales y el nivel observado luce abismal, para tener claro si los cálculos tienen sentido debemos por lo menos recordar tres datos: (i) el nivel de reservas del BCRA para el año 2010 era de USD 52.000M, (ii) por otra parte, si se toma la cantidad de divisas compradas por el BCRA y que de no haberse perdido por la inconsistencia fiscal-monetaria-cambiaria, el monto de reservas se ubicaría en torno de los USD 95.000M, (iii) finalmente, durante la última década se han fugado del país USD 100.000M que de otra manera podrían haber engrosado las reservas del BCRA.

Una forma alternativa de contrastar las estimaciones es comparar contra nuestros vecinos, como ser Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay Perú y Uruguay, cuyo nivel de reservas sobre PIB (para 2013) se ubican en 46%, 17%, 15%, 11%, 20%, 33% y 29% respectivamente. Por otra parte, en cuanto a los meses de importaciones para los países mencionados se ubican en 18, 19, 7, 9, 6, 19 y 17 meses. Esto es, el promedio simple de los países considerados muestra que el monto de reservas en términos del PIB es del 17%, al tiempo que los meses de importación se ubica en 15, lo cual contrasta fuertemente con el caso argentino, donde el indicador en términos de ingreso es del 5% y de 5 meses por el criterio comercial (lo cual si se ajusta por los encajes de los bancos cae a 3,7 meses). Puesto en otros términos, acorde a los datos regionales, el nivel de reservas debería oscilar entre USD 90.000M (en importaciones) y USD 110.000M (en PIB). Naturalmente podría objetarse la muestra, en especial por el hecho de excluir a Venezuela, cuyo nivel de reservas representa 6% del PIB y 6 meses de importaciones. Sin embargo, ello obedece a la intención de darle un crédito al Gobierno cuando afirma que no es su objetivo convertirse en el espejo de la República Bolivariana de Venezuela. Desafortunadamente, los números no dicen lo mismo.

La costosa factura heterodoxa

Todos los experimentos populistas tienen el mismo final: un plan de ajuste. Luego de la euforia inicial que generan los aumentos de demanda sobre el nivel de actividad y el empleo sin mayor impacto en precios, la expansión se debilita, la inflación se acelera y comienzan a insinuarse las inconsistencias. Ignorar las señales de precios y profundizar el intervencionismo deriva en la restricción externa que, al deteriorarse las expectativas de los agentes lleva a la desmonetización y a un ataque especulativo contra la moneda. Lo sorprendente del caso argentino es que todo esto ha sucedido pese a contar con el mejor contexto internacional (bajas tasas de interés y altos términos de intercambio) y la mayor presión tributaria de la historia. Esto es, todas las fuerzas del dios Eolo soplando de cola, no pudo torcer el lacerante destino de la mano heterodoxa.

El sesgo expansivo de la política fiscal acumulado durante la última década requiere una corrección de corto plazo en el gasto público de 7 puntos del PBI. En este contexto, los subsidios económicos .los cuales representan 5 puntos del PBI- que favorecen al grupo de mayores ingresos y que se financia con un impuesto inflacionario que recae sobre la población más humilde, tenían todos los números en la ruleta del ajuste. Por otra parte, en la transición hacia el nuevo equilibrio se necesita de una política monetaria austera como para comprar tiempo hasta que las medidas fiscales surtan efecto. En este sentido, el BCRA actuó (al menos durante el primer bimestre) de manera correcta, mientras que el Ministerio de Economía recién ahora se ha percatado que la pelota está en su campo.

Más allá de que todavía queda mucho por recortar del gasto público, de modo tal que esta insinuación de programa de ajuste pueda ser definido como un giro ortodoxo, una arista tan importante como el propio diseño del programa está relacionada con la forma en que se lo implementa y se lo comunica.

En concreto, ante la actual situación de inconsistencia fiscal-monetaria-cambiaria las autoridades pueden optar por “no hacer nada”, con lo cual la corrección será aguda en términos de inflación, actividad, empleo, pobreza e indigencia (crisis). Sin embargo, si se opta por implementar un plan de estabilización, el gobierno aún se encuentra ante dos alternativas a saber: (i) anunciar el plan o (ii) llevarlo a cabo de manera implícita. Así, la diferencia entre los resultados de uno u otro curso de acción está en la manera en que se ven afectadas las expectativas y en cómo los agentes incorporan la nueva información para tomar decisiones.

Si no se anuncia (o peor aún, se niega o se hacen manifestaciones en sentido contrario), los agentes necesitarán de una mayor cantidad de tiempo para inferir el programa y por ende puede que determinen sus acciones futuras de acuerdo a una matriz de información no consistente con el plan. Por lo tanto, el “descalce” de los datos generará la necesidad de realizar correcciones futuras con las consecuentes pérdidas en términos de asignación de recursos, constituyendo así el peor resultado en materia de actividad y empleo.

Por otro lado, el gobierno puede anunciar la implementación del programa. Sin embargo, aun bajo este escenario, todavía el resultado depende de si los agentes creen o no en la factibilidad del plan. Si los agentes creen en el programa y este se lleva a cabo, entonces sus decisiones estarán alineadas con el marco generado por el plan y el mismo sería exitoso en alejar al fantasma de la crisis, bajar la inflación y sostener el nivel de actividad y empleo. Alternativamente, si los agentes no creen en el plan, los resultados en términos de actividad serían menos eficientes que si el programa fuese creído, pero aún así serían mejores que aquellos que resultan del caso de no anunciarlo.

Por lo tanto, en función de lo señalado anteriormente deberían quedar en claro al menos dos de los costos que nos ha infringido el manejo heterodoxo de la economía. En primer lugar la necesidad de llevar a cabo un plan de estabilización frente al mejor contexto de la historia en materia de sector externo y recaudación tributaria. En este sentido, el costo directo surgirá de cuan creíble resulte el programa y la convicción que le imponga a su defensa un Ministro de Economía que dedicó toda su vida académica al cultivo de una visión heterodoxa de la economía basada en el desborde del gasto público. En cuanto al segundo costo de la heterodoxia, el mismo viene dado por el hecho de que a duras penas estamos manteniéndonos sobre el nivel del PBI de tendencia, cuando con el contexto internacional de la última década podríamos haber acelerado nuestra convergencia hacia un país desarrollado.

Sin embargo, de nada sirve llorar sobre la leche derramada. Luego de esta nueva experiencia, lo mejor que nos podría pasar es asimilar la lección de que las sirenas heterodoxas siempre nos conducirán al mismo resultado. Estos experimentos no sólo nos han llevado a una continua decadencia relativa en el ranking de naciones, sino que además dejamos de ser un país rico para ser uno de ingresos medios que lucha para no caer en la pobreza. Esperemos capitalizar esta experiencia y con ello volver a retomar la senda del crecimiento que nos regrese a la posición de país rico.