“Todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina…”. Nada podría ser más apropiado que este fragmento de la letra “Presente” de Vox Dei, para describir el retiro de quien la historia monetaria de los Estados Unidos juzgará como el mejor Presidente de la Reserva Federal que haya existido: Benjamin Shalom Bernanke.
Al momento de tomar el timón de la FED el ex profesor de Princeton, el mundo enfrentaba una crisis de características muy similares a la Gran Depresión. El mayor grado de aversión al riesgo redujo la demanda de bienes en favor de activos emitidos por el Gobierno, implicando un nivel de producción e inflación debajo del nivel deseable. En función de ello, primero se redujo la tasa de interés. Sin embargo, la caída en la demanda agregada era tan profunda que no resultaba posible cerrar las brechas en producción y precios a tasas de interés nominales positivas. Así, cuando asomaba el fantasma de la trampa de la liquidez, Bernanke echó mano al efecto saldo reales de Pigou y comenzó a emitir dinero a tasas escalofriantes. La emisión de dinero incrementó los saldos reales del público sin tener que reducir la demanda de bienes, lo cual estabilizó al producto. Si a esto le sumamos los aumentos del gasto público impulsados por Barack Obama, el nivel de actividad comenzó a recuperarse, los precios salieron de la deflación y la tasa de desempleo de a poco comenzó a ceder. La depresión había sido abortada.