En una de las últimas emisiones del programa “6-7-8″, Roberto Felleti, economista y diputado oficialista, dedicó buena parte de su intervención a atacar el señalamiento del periodista Ismael Bermúdez acerca de que la industria automotriz en Argentina es una armaduría de partes extranjeras. Los punteros oficialistas están lanzados a una campaña contra Bermúdez y Altamira, con falsificaciones y arbitrariedades. Les preocupa menos el Club de París o los especuladores que se quedan con el patrimonio de la Anses. Después de batir el parche acerca de que la emisión de moneda para pagar la deuda externa y los subsidios a los capitalistas, no es inflacionaria, y que quienes afirman lo contrario son indiscriminadamente ‘neoliberales’, se han llamado a silencio ante la brutalidad de la suba de las tasas de interés del Banco Central para absorber moneda en circulación, a cambio de un beneficio usurario monumental para los bancos.
Quien esto escribe, en columnas en Perfil y Clarín, y Bermúdez, en Mitre, coincidieron en caracterizar que la industria automotriz y la electrónica son armadurías o ensambladoras de partes importadas, que dejan un balance negativo de divisas, que se agravará considerablemente como consecuencia de la mega devaluación. La participación de autopartes producidas en el país no llega al 25%. El déficit de balanza comercial de la industria llegó a los 35.000 millones de dólares en 2013. Felleti acusó a Bermúdez de pretender el desmantelamiento de estas industrias, para que el excedente comercial de la soja quede en manos de la oligarquía agrario-cerealera. Es claro que, para Felleti, ese excedente de divisas (una vez remuneradas las sojeras y las cerealeras) debe ir a manos de GM, Fiat, VW, Ford, Renault o Toyota. Ocurre que, precisamente, debido, entre otros factores, a esta transferencia parasitaria de divisas, el gobierno ha procedido a una megadevaluación del peso, que ya es del 40%, lo cual significa una desvalorización equivalente del patrimonio nacional, en especial de la fuerza de trabajo (y los jubilados).
La apología de la maquila industrial, asocia a Felleti al desarrollismo de Frondizi-Frigerio-Alsogaray-Martínez de Hoz (1959-1962), una cría de ‘Libertadora’, cuya seudoindustrialización provocó, en solamente dos años, una grave crisis de balance de pagos, debido al déficit comercial, el pago de regalías y la remisión de utilidades al exterior. Estas crisis produjeron, a su vez, despidos y un aumento tendencial de la tasa de desocupación. El parasitismo de los regímenes de subsidio a la electrónica y productos digitales fue denunciado hasta por Horacio Verbitsky; la industria automotriz ha recibido del gobierno K adelantos de capital y el pago de la mitad de los salarios. La burguesía nativa y sus representantes políticos e intelectuales han sido incapaces de formular una vía para industrializar a Argentina. Por eso ocultan que la megadevaluación acentuará el desequilibrio comercial o, en su defecto, desatará despidos masivos en la industria.
El armado de partes, maquila, es el método de superexplotación nacional que el capital internacional ha impuesto a numerosos países periféricos, como ocurre con México, Centroamérica y Asia. Es precisamente la ‘tercerización’ industrial del capitalismo ‘neoliberal’.
La posición de Felleti es tan grosera, que desmiente a su tutor, Aldo Ferrer: “La causa principal de la restricción externa, dice Ferrer (BAE, 23/1), es la creciente brecha en el comercio internacional de manufacturas (…), particularmente (sic) en las autopartes, el complejo electrónico, los bienes de capital y el sector químico”. Ferrer destaca “la subindustrialización y la débil participación en el proceso innovativo de la industria argentina”. El lamento de Ferrer es tardío, incluso porque ya hacía de las suyas como ‘joven frondicista’.
El ataque de Felleti y los punteros televisivos K es, de todos modos, una maniobra de distracción. Estos energúmenos han salido a defender el ajuste, la mega devaluación, las tasas de interés usurarias, el entreguismo a las petroleras y el sometimiento a los usureros internacionales, que cobrarán 4.000 millones de dólares en 2014 por la reestructuración ruinosa de la deuda externa por parte de Kirchner-Lavagna-Nielsen, y por la falsificación de las estadísticas de producto interno bruto.