De empresarios y testaferros

El empresario es una persona imprescindible para el desarrollo de un país. Tiene una idea, crea algo, brinda un servicio. Es útil a la sociedad. Reúne el capital y el trabajo, crea empleo, satisface necesidades, innova. Sobre todo, arriesga.

Lázaro Báez no es un empresario, salvo que despojemos a esta palabra de todo lo que tiene de positivo. Era hasta no hace tanto tiempo un modesto cajero de una sucursal del Banco Nación en Río Gallegos. Hoy es dueño de una constructora que ganaba todas las licitaciones en Santa Cruz, posee infinitas hectáreas, importantes hoteles, se mueve en tres aviones privados… Nadie en su sano juicio puede creer que un rayo súbitamente le transmitió al cajero en 2003 todos los talentos y las oportunidades de un empresario. Báez es una simple máscara de Néstor y Cristina Kirchner. Su socio formal en algunas empresas, pero en verdad es el hombre que usaron para acumular una indebida fortuna, hecha de sobreprecios y de coimas. Báez expresa de la manera más torpe ese capitalismo de amigos que es el veneno del capitalismo sano, tan necesario para crear riqueza auténtica y mejorar la calidad de vida de la gente.

Es común en los Estados Unidos que se hable con admiración del self made man, el hombre de modestos orígenes que a fuerza de trabajo y de ingenio se transforma en un poderoso empresario. Un Andrew Carnegie, por ejemplo, inmigrante escocés que trabajaba desde niño en una empresa de ferrocarriles y llegó a ser un magnate del acero y un extraordinario filántropo. Báez es su contracara: un día es un oscuro cajero de un banco, al siguiente tiene una empresa constructora poderosa. Su condición es tan evidente que bien podría ilustrar, cuando se escriba, el Manual del Testaferro. Continuar leyendo