WASHINGTON – César Chávez, el líder histórico de la comunidad latina, nunca fue invitado a la Casa Blanca. Al menos ocho presidentes pudieron invitarlo, pero no lo hicieron.
Quizás porque Chávez hacía sentir muy incómodos a los poderosos. O tal vez porque le tenían miedo a alguien que había bautizado a sus perros “Boycott” y “Huelga”.
Una de las mejores cosas de Estados Unidos es esa voluntad de disculparse públicamente y de corregir errores. Por ejemplo, estoy seguro de que, tarde o temprano, este país rectificará el gravísimo error de haber deportado a dos millones de personas en seis años y de haber esperado casi tres décadas para legalizar a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Eso vendrá. Pero lo que ya ocurrió fue la invitación de César Chávez a la Casa Blanca.
Hace unos días el presidente Barack Obama invitó a los actores de la nueva película César Chávez – Michael Peña, América Ferrera y Rosario Dawson – y a su director, Diego Luna, a la Casa Blanca. Junto a ellos estaban Dolores Huerta, la principal aliada de Chávez en el sindicato de campesinos United Farm Workers, Paul Chávez, el sexto de los ocho hijos del líder, y una docena de familiares. Yo estaba de testigo y aquello fue una fiesta. César Chávez, por fin (y aunque de manera simbólica, en un filme), había llegado a la Casa Blanca.