Ya pasaron diez años. Ahí están, para la foto, el entonces presidente Néstor Kirchner y su ministro de Economía, el hoy massista Roberto Lavagna. La Argentina concretaba el canje de 81.800 millones de dólares, cerrando -se decía- la etapa más importante del default declarado en diciembre de 2001.
Las adjetivaciones sobre esa operación fueron superabundantes: “quita histórica”, “solución definitiva al problema del endeudamiento externo de nuestro país”, etcétera. Esto fue acompañado con una afirmación que, a poco de andar, se demostró absolutamente falsa: aquellos acreedores que no aceptaban ingresar al canje se quedaban afuera “definitivamente”, “nunca más iban a cobrar”. Más allá de las exageraciones -la “quita histórica”, cuando se hicieron las cuentas, no resultó ser tal- y de que los bonistas que ingresaron a ese canje realizaron muy buenos negocios, la afirmación más fuerte que se sostenía entonces era que la Argentina entraba en una era de “desendeudamiento”. La deuda externa, eterna espada de Damocles sobre nuestra economía desde los años de la dictadura militar, dejaría de ser un factor determinante.
Mucha agua ha corrido bajo el puente. Los holdouts de ese primer canje casi al día siguiente de efectivizado éste, comenzaron a ser buscados por operadores no oficiales del Gobierno para organizar un “segundo canje” que los incluyera. Mientras tanto, la administración kirchnerista mostraba diversos números, que obviamente no incluía esa deuda no normalizada, ni toda otra serie de acreencias pendientes: con esos valores se “demostraba” la tesis del desendeudamiento. Finalmente llegó el segundo canje, en 2010, bastante más desprolijo que el primero en cuanto a las “grises” de los cruces de información entre el gobierno y los privados interesados. Los bonistas que “nunca más iban a cobrar”, recibieron su parte.
Quedaba un resto, los holdouts del segundo canje. Nuevamente, el Gobierno juró y perjuró que el tema estaba terminado y “nunca más iban a cobrar”. El tema se complicó y judicializó al extremo, dando lugar en los últimos años a los pasos de comedia de los fallos de Griesa y a las adjetivaciones del gobierno sobre los buitres. Pero hay un hecho nodal: no era cierto que el problema de la deuda externa argentina se hubiera “terminado”.
El propio Kicillof lo reconoció cuando, a poco de asumir su cargo a fines de 2013, inició un periplo para “normalizar” los pagos pendientes. Así se le abonó a Repsol por sus reclamos sobre YPF, al Ciadi por fallos desfavorables pendientes y al Club de París por viejas deudas “impagas”. En todos los casos, esos arreglos incluyeron el reconocimiento por la Argentina de montos que “no figuraban” oficialmente como formando parte de la totalidad de nuestro endeudamiento.
Esto nos lleva entonces a tres reflexiones: el monto total de endeudamiento público fue siempre sustancialmente mayor al que se reconocía y publicitaba, cuando se afirmaba que la relación deuda/PBI de nuestro país había descendido fuertemente. No se incorporaba a los bonistas que habían quedado afuera de los canjes, aunque esa deuda existía y el propio gobierno negociaba cómo pagarla, no se tenían en cuenta los intereses caídos por la deuda con el Club de París -que en la negociación final casi duplicaban el capital-, y tampoco los fallos pendientes con el Ciadi -aunque luego se aceptaba pagarlos. Y, artilugio contable mediante, no se reconocía ni siquiera el valor presente de los cupones PBI, bajo la excusa de que se trataba de “activos contingentes”, aunque todo el mundo sabe que iban a tener que abonarse algún día.
Pero vamos a la segunda reflexión: el monto total de la deuda, aún con esas trampas e incluso tomando el dudoso indicador deuda/PBI, comenzó a crecer en los últimos tres años, dejando hasta aritméticamente atrás la afirmación del “desendeudamiento”.
Y finalmente, mi tercera y última reflexión: lo verdaderamente importante para la Argentina no es justamente el ratio deuda/PBI, sino la capacidad efectiva de pago de nuestro país. Y acá se acaban todas las discusiones. Con la fragilidad de nuestro superávit comercial, la fuga de capitales, el monto de nuestro endeudamiento sigue siendo una pesadísima e impagable carga para nuestra economía.
Pasados diez años del primer canje, el kirchnerismo se caracterizó por ser el gobierno que más deuda externa pagó en efectivo en toda la historia argentina. Y su perspectiva, con Scioli o el candidato que sea, es seguir pagando y endeudándose. La oposición de los Macri y Massa, más allá de los matices sobre los “ritmos”, no difiere con el gobierno en este punto. De hecho votaron conjuntamente en su momento la aprobación parlamentaria de ambos canjes. Desde el Frente de Izquierda volvemos a afirmar, en soledad, lo que sostuvimos ante la crisis de la hiperinflación de 1989 o en diciembre de 2001: no hay ninguna plan económico viable para desarrollar la economía de nuestro país a favor de los intereses de la clase trabajadora y el pueblo si no se empieza por no pagar esta hipoteca histórica, ilegal, inmoral pero sobre todo impagable, que se recrea y crece como bola de nieve que es la deuda externa. No reconocer esto llevará, inexorablemente y más temprano que tarde, a nuevas debacles.