6 meses de Macri: shock externo, gradualismo interno

El 10 de junio se cumplen los primeros seis meses de la nueva gestión, período de transición delicado en el que el Gobierno actuó con más profundidad o “shock” en el frente externo y optó por iniciativas más gradualistas fronteras adentro.

La liberación del mercado cambiario, la reducción de retenciones a las exportaciones, el pago a los holdouts, la emisión de deuda en dólares y el recientemente anunciado blanqueo de capitales, entre otras medidas, apuntaron a un fluido ingreso de dólares al país. En un breve período se dejó de discutir el nivel de reservas y la cotización de la divisa y se despejaron todas las dudas sobre las necesidades de financiamiento.

El intenso flujo de dólares soslayó la preocupación por los activos del Banco Central, mientras que el tipo de cambio, en torno a 14 pesos, se aquietó tanto que ya empiezan a escucharse advertencias sobre un retorno del atraso cambiario, impensado cuando se eliminó el “cepo” en diciembre.

En los últimos meses el mundo volvió a ayudar a la Argentina. El aumento de los precios internacionales de los granos y derivados industriales fue sorpresivo y su aporte a la economía todavía no llega a ponderarse. Los precios de la soja aumentaron 30% en cinco meses. La harina de soja subió 58% y el maíz, un 15 por ciento. También fue positiva la evolución del aceite de soja (+5,6%) y el trigo (+3,2%). Estas producciones concentran casi la mitad de las exportaciones nacionales.

Por otro lado, la dificultad de la Reserva Federal de los EEUU para subir las tasas de interés en el corto plazo y el cambio de gobierno en Brasil, que podría coincidir con el piso de su crisis económica, también despejan obstáculos en los planos financiero y comercial, respectivamente.

Desde el punto de vista interno –el de los pesos- el panorama es diferente y más sombrío. La administración de Cristina Kirchner legó un déficit fiscal superior al 7% del PBI que en este duro presente parece irreductible. El desprolijo “sinceramiento” tarifario está aún a mitad de camino: demasiado alto para que la población pueda asumir el costo sin sufrimiento y demasiado bajo para adecuar el precio de los servicios públicos domésticos al nivel que cuestan y pagan en la región.

A partir de 2011 el empleo fue sostenido principalmente por el sector público y es un eslabón débil de la economía de 2016. Los indicadores oficiales de pobreza fueron ocultos durante el último tramo de gobierno kirchnerista. Sin embargo, las mediciones privadas muestran que un tercio de la población tiene problemas para satisfacer sus necesidades básicas.

Atento a esto, el Ejecutivo impulsó el plan para el pago de la deuda a jubilados, amplió asignaciones y extendió la tarifa social a 1,5 millones de usuarios de gas y a 3,3 millones de usuarios de energía eléctrica.

La inflación tocó en mayo un techo de 40% anualizado. Numerosas familias, cuyos ingresos no llegan aumentar al mismo ritmo, pasan a ser pobres, o indigentes si no consiguen acceder siquiera a la canasta básica de alimentos. El ascenso de la inflación obligó al Banco Central a subir las tasas de referencia a niveles no vistos desde 2002, con el objetivo de aspirar pesos y reducir lo más posible la presión sobre precios y dólar.

Éste es un bálsamo de corto plazo: la deuda del BCRA aumentó 71% desde el 10 de diciembre y superó a la Base Monetaria. El monto acumulado en Letras y Notas asciende a $594.471,1 millones. Al tipo de cambio actual son casi USD 43.000 millones, un 8,2% de un PBI de USD 520.000 millones –en una estimación optimista- y más que el déficit fiscal de un año entero.

Los vencimientos semanales de estos bonos son cada vez más voluminosos y los rendimientos tan elevados que atentan contra el futuro crecimiento económico y la recomposición del crédito en pesos.

Una definición a trazo grueso es que en lo inmediato sobran los dólares y faltan los pesos, por la altísima carestía de los precios internos, la absorción del BCRA y el rojo de las cuentas públicas nacionales y provinciales. Es una profunda diferencia entre el gobierno nuevo y el anterior, al que los dólares se le escapaban de las manos y que inyectaba pesos en exceso para incentivar el consumo.

En esta dificultosa transición el Gobierno debe aplicar un ajuste sobre las cuentas públicas, con recesión y alta inflación, y a la vez mantener del lado positivo las expectativas. El endeudamiento es la llave para conseguirlo en términos que sean aceptables sin un mayor deterioro social: en dólares a través de la emisión de deuda pública y en pesos -en forma indirecta- a través de las LEBAC del BCRA que recuperan de la plaza los fondos girados a Tesoro.

El gobierno de Macri prevé que la llegada de la reactivación económica será cuestión de meses. Aunque no se perciba en forma nítida en el tan invocado segundo semestre, podrá ser en 2017. Es una apuesta fuerte, en la que el mandatario está dispuesto a jugarse la porción más grande de su capital político.

Cinco meses y mucho camino recorrido

El 10 de mayo se cumplen los primeros cinco meses de gestión de Cambiemos. Con una serie de medidas, el presidente Mauricio Macri marcó la dirección que tomará su Gobierno y el propósito de diferenciar su política de la de los gobiernos de Cristina y Néstor Kirchner que lo precedieron. Esta voluntad no es garantía de éxito, pero sí muestra una convicción expresada con señales contundentes.

El primer paso fue la normalización del mercado de cambios, en la que se asumió un tipo de cambio casi 50% más alto. Esa fuerte devaluación fue en lo inmediato perjudicial porque en buena parte se trasladó a precios, aunque en materia de comercio exterior significó un reimpulso a las exportaciones, con una necesaria convergencia del peso argentino con el resto de las monedas emergentes, que ya habían emprendido el recorrido devaluatorio contra el dólar a partir de 2014.

La reducción de retenciones también apuntó a fortalecer el rol del comercio exterior como nuevo vector de la actividad, al contrario de lo concebido por el gobierno anterior, que a partir del “cepo” de fines de 2011 se inclinó por promover hasta el exceso el consumo y la expansión del mercado interno, hasta agotar las reservas del BCRA.

Los aumentos de las tarifas de servicios públicos y de los combustibles fueron, en su conjunto, una decisión de shock, pero menos abrupta que la del dólar, dado el descomunal atraso acumulado por años. De hecho, en las ciudades del interior del país hace tiempo que se pagan precios mucho mayores que en el área metropolitana de Buenos Aires, brecha que hace más inequitativa e inaceptable esta distorsión.

Sin embargo, queda claro que la suba de tarifas es la que mayor costo social tiene. En un marco de inflación estacionada en 2015 en torno al 30% anual, el arranque de 2016 agregó mayor presión alcista sobre los precios, con un pico en abril de 6% mensual. Hoy hasta suena optimista pensar para todo el año en curso una inflación acumulada por debajo de la del año pasado.

Los ingresos de las familias van a perder este año contra la inflación. El desempleo está aumentando y el año será recesivo. Moderar todo lo posible la profundidad de este deterioro es el desafío más grande para la actual administración en lo que queda de 2016, con la esperanza puesta en una reacción de la actividad en 2017.

Rescatar de la anemia a la economía argentina justifica un período de ajuste y medidas correctivas como el actual. Es indeseado y doloroso, pero rehuirlo nos llevaría a una crisis estructural como las que la Argentina experimentó en el pasado.

Desde la visión de Alfonso Prat Gay, el acuerdo con los holdouts y la colocación de deuda son claves para financiar el déficit fiscal, atenuar el rigor del mencionado ajuste y salir del “financiamiento vía inflación, que ha sido la estrategia de los últimos años”, como dijo el ministro de Hacienda y Finanzas.

Esos oportunos dólares no son gratis. Argentina pagará una tasa promedio de 7,14% anual. Aunque lucen satisfactorios ante la premura del país por fondeo en dólares, esos rendimientos no son suficientemente bajos: extender en el tiempo un endeudamiento externo a ese costo también es peligroso.

Después de la salida del cepo y el pago a los holdouts sin grandes traumas, no hay por ahora motivos para descreer de las promesas de los funcionarios, que anticipan una desaceleración de la inflación en el segundo semestre, la llegada de inversiones, estabilización del empleo y calma cambiaria. Pero aún son promesas.

Tuvo razón el actual presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, cuando vaticinó el año pasado que con la apertura financiera el problema no sería la apreciación del dólar si no la del peso. En lo que va del año el dólar subió solo 9%, moderación que distiende al mercado y calma el ánimo de los pequeños ahorristas. Otra premisa por cumplirse es que primero desembarcan los dólares financieros y después los de la inversión real, aquellos que con el tiempo apuntalan el desarrollo y una mejora palpable en la economía.

Es prematuro sacar conclusiones, pues el camino a 2019 será largo y arduo, con un frente externo volátil y más adverso que en la década pasada, al que la Argentina pretende integrarse sin barreras, y un frente interno que necesita más que nunca del compromiso empresario para dar trabajo, producir, competir e innovar. Y en definitiva, crecer.