La economía argentina atraviesa una recesión en 2016. Con fluctuaciones, acumula cinco años de estancamiento, que exponen una molesta realidad: se revirtió el ciclo económico virtuoso de una década que comenzó en la segunda mitad de 2002 y que mostró sus últimos destellos en 2012, cuando la soja alcanzó valores récord en torno a USD 650 por tonelada.
Para establecer límites más definidos, la actividad económica creció de manera ostensible desde la devaluación de la presidencia de Eduardo Duhalde hasta el “cepo” al dólar de la administración de Cristina Kirchner. En el medio se sorteó un breve pero complejo período, signado por la pelea con los productores del agro por las retenciones móviles en 2008, la mediocre campaña agrícola 2008/2009 por una sequía y la crisis financiera internacional que se desarrolló a partir de septiembre de 2007, con la quiebra de Lehman Brothers, hasta marzo de 2009.
Desde el cierre de la convertibilidad que no se atravesaba un período de letargo como el último lustro. A diferencia de la crisis política, económica y social que estalló el 19 de diciembre de 2001, enmarcada en un período recesivo que comenzó a fines de 1998 y continuó hasta el invierno de 2002, el gobierno de Mauricio Macri apunta a una salida menos convulsa, pues las condiciones macroeconómicas son mejores que las de 15 años atrás, pero que igual demandará mucho sacrificio de la sociedad hasta que estén alineados los precios relativos y cedan el déficit fiscal y la inflación.
“Estamos en un momento que a muchos les duele y a mí me duele. Ordenar el desaguisado que nos habían dejado lleva a cosas que hacen que me duela tomar las decisiones y lo que generan”, reconoció el Presidente la semana pasada, durante un acto en Misiones.
En enero el ministro Alfonso Prat Gay estimó que este año la actividad económica podría mostrar una recuperación en el segundo semestre para terminar 2016 en equilibrio. Sin embargo, previsiones de consultoras anticipan una caída entre uno y dos puntos del Producto este año.
Con respecto a las metas oficiales de inflación, el ministro de Hacienda y Finanzas consideró posible en enero terminar el año en un rango de 20 al 25 por ciento, para reducirla progresivamente “en un dígito, alrededor de 5% anual” en 2019. También los cálculos más recientes de los estudios privados sitúan a la inflación del año por encima del 30%, con un pico interanual cercano a 38% en abril, cuando más se van a sentir los aumentos de las tarifas de servicios públicos y en plena puja salarial por las paritarias.
La estrategia del Gobierno parece tomar forma: apurar el ajuste tarifario en el arranque del período presidencial, sacrificar crecimiento y afrontar de entrada el costo social, con algunas medidas paliativas para los sectores más vulnerables, a la espera de un nutrido flujo de crédito externo una vez saldada la deuda con los holdouts. Así se sentarán las bases para un crecimiento moderado pero consolidado en el tiempo para los próximos años. Será complicado, pero no necesariamente un “shock” como en 1991 o 2002. Es, probablemente, lo que la ciudadanía hoy está dispuesta a tolerar y convalidar, después de años de auge del consumo financiado por el “boom” de las materias primas.
Un problema irresuelto que dejaron los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner fueron las deficiencias en infraestructura, el desaliento al ahorro y la inversión y una fuga de capitales que alcanzó a fines del año pasado los USD 230.557 millones, un monto equiparable a los USD 234.224 millones de la deuda pública, si se adicionan los bonos en default. Que empiecen a regresar los dólares que están fuera del sistema será imprescindible para el despegue económico.
Indicios de un año en baja
La caída del poder de compra del salario por la inflación, pobreza y desocupación en alza, y algunos indicadores sectoriales que exhiben deterioro (producción automotriz, construcción, consumo, entre otros) anticipan contracción de la actividad en 2016. Tampoco acompaña el contexto internacional, con franca desaceleración de la expansión china y una notoria recesión en torno al 4% pronosticada para Brasil.
La producción del complejo automotriz, el más importante de la industria nacional, acumuló una caída de 18,1% interanual en el primer trimestre del año, en particular por el desplome del las exportaciones (-40,2%), en particular al mercado brasileño.
El Índice Construya, que computa las ventas de insumos para la construcción, disminuyó 3,6% en el primer trimestre en comparación con el mismo período de 2015, debido a “la retracción del sector privado y público, derivado de la fuerte contracción del Plan Procrear y de las obras públicas”.
Un informe del IERAL de la Fundación Mediterránea indicó que “en el primer trimestre del 2016 se profundizó la desaceleración del nivel de actividad, con guarismos negativos en sectores relevantes”. El estudio señala que “el primer trimestre muestra indicadores en general negativos del nivel de actividad que en parte, son una continuidad de las tendencias declinantes del cuarto trimestre de 2015″.
“Tras un cuarto trimestre en terreno positivo, el despacho de cemento marcó una caída de 9,1% interanual en el primer trimestre de 2016 y las ventas de gasoil del primer bimestre bajan 2,3% interanual luego de haber aumentado 2,8% en el cuarto trimestre de 2015″, añadió el IERAL.
El consumo de carne vacuna cayó 5,9% entre enero y marzo de este año, en comparación con el mismo lapso de 2015. La Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (CICCRA) explicó la baja: “Los consumidores en general perciben salarios de 2015 y deben consumir con precios postdevaluación”.
En este presente árido sorprende que el precio del dólar, tema excluyente de la agenda durante la restricción cambiaria, paso a un segundo plano. Afortunadamente, el impacto devaluatorio del peso en diciembre dejó a la divisa norteamericana en un nivel del que apenas se movió, incluso lo hizo a menor ritmo que la inflación, sin salirse de ese cauce como presagiaban los defensores del “cepo”.