Infinidad de veces me he preguntado por qué nosotros, los que queremos un cambio en Cuba, redundamos coloreando el pasado de una isla que por idílica es posible que nunca haya existido. Por qué empeñarnos en no mirar hacia el futuro, o por qué no volcarnos más de lleno a las soluciones, donde convivamos todos.
Por supuesto que el pasado importa. Sin él, no sabríamos de dónde venimos y posiblemente tampoco hacia dónde vamos, pero aferrarnos al ayer es como morir despiertos. Es hora de levar anclas y echar a un lado la cultura del enfrentamiento, odios y frustraciones.
Al aceptar y digerir que mucho de la enseñanza escolar y, por repetición en mi casa, castigaba y vulneraba los derechos de mi pueblo, cambié. Y créanme, no fue sencillo. Soy parte de ese llamado “hombre nuevo” que tantas personas critican por no ser virtuoso ni moral pero tiene menos vicios, pues harto de partidismos mira con igual desidia al gobernante Raúl Castro y a los “salvapatrias”, esos que de solo mencionar la palabra democracia les sale hueca.
Y es que ambos pregoneros, los de una esquina y la otra, unidos desgraciadamente por la falta de capacidad y el amor por los espejos, son simples politiqueros que hablan con el mismo despotismo sobre las acciones del pueblo cual si fuera una masa amorfa y no un conjunto de personas sapientes.
Intentando excluir las pasiones y, sin mucho esfuerzo, podríamos ver que en Cuba están creadas las condiciones para la transformación. Las viejas estructuras ya no pueden soportar más las necesidades económicas, éticas, políticas y hasta jurídicas in crescendo.
Lo observamos en las noticias, también lo ha reconocido el propio Raúl Castro. Pero no vemos el cambio, y nos exculpamos culpando de tanta inactividad al miedo de nuestros conciudadanos.
Puede ser -de hecho lo sé por experiencia- que el temor únicamente estimula la imaginación para desarrollar la defensa, pero no creo que hoy en Cuba exista tanta dosis de miedo. Creo que al analizar deberíamos ser más serios. La Revolución se cae, sí, y de eso no tengo dudas. Pero nos va a caer encima si no tomamos un momento para revisar lo que hacemos. Y antes de caer en el grave peligro de juzgar a ciegas, ¿por qué no aceptar que nos falta capacidad de convocatoria y que debemos adaptarnos a condiciones más reales?
No podemos atraer y mucho menos convencer si no somos inclusivos. Existe una sugerente y pegajosa frase que aparece en algunas cajas de cereales que dice: “la publicidad se basa en vender felicidad”. Adoptémosla como propia, olvidemos el lenguaje catastrófico y llegaremos incluso a entender que una sociedad plural se construye eliminando las palabras enemigo, trinchera, violencia y batalla.
Soy martiano y no podría pasar por alto que el día de ayer, 19 de mayo, pero de 1895, cayó en Dos Ríos José Martí, el más grande de todos los cubanos. Sería un perfecto homenaje que, desde ambas orillas del estrecho de La Florida, intentemos comenzar a reunificar nuestro fragmentado y dividido país al decir de nuestro apóstol “Con todos y para el bien de todos”.