Desde hace unos meses el mundo cambió para las economías emergentes, incluidas las latinoamericanas. El disparador de este nuevo contexto internacional fue sin dudas el cambio de discurso de la FED en el que se puso por primera vez en la mesa la posibilidad de un final cercano a la política “híper” expansiva llevada adelante por la entidad desde un largo tiempo atrás.
Muchos consideraron en ese momento -y consideran todavía- que el anuncio fue un globo de ensayo para medir el posible impacto de tal medida y para comenzar justamente a modificar las expectativas en un sistema financiero que vuelve a exponerse a una nueva burbuja (a sólo cinco años de la caída de Lehman Brothers). Pero las consecuencias fueron muy importantes, afectando de manera directa a la mayoría de los emergentes. La norma en estos últimos meses fue la salida generalizada de capitales de estos mercados, con caídas en el valor de prácticamente todos sus activos –deuda soberana y privada, acciones, etc.- y depreciaciones de sus monedas.
Y, a pesar de que finalmente la FED decidió esta semana continuar con su programa de estímulo sin modificación alguna, incluso desdiciéndose respecto de unas semanas atrás, el efecto parece haber llegado para quedarse definitivamente. Los mercados financieros internacionales ya descuentan que la reversión del sesgo de política monetaria en EE.UU. llegará más temprano que tarde.
Aunque el consenso hoy apunta a que esta reversión se dé lentamente, en un escenario donde la FED tiene margen por una inflación bajo control y un crecimiento modesto de la actividad económica, de manera que una suba de las tasas de corto plazo tardaría en llegar. Pero lo cierto es que las expectativas ya están haciendo su trabajo a través de las tasas de largo, que ya están descontando un mundo menos líquido en el futuro.
Pero el efecto sobre las economías emergentes no se agota en las cuestiones meramente financieras y de flujo de capitales. Además, a estos efectos hay que sumar las presiones a la baja que este ciclo podría significar sobre los precios de los commodities. Es que, por un lado, es esperable que a medida que se desarmen posiciones financieras en emergentes, esto también ocurra para los contratos no comerciales en el mercado de estos productos, un destino alternativo en un mundo de bajas tasas de retorno en los activos de países centrales. El desarrollo de un mercado financiero para estos bienes ha constituido un elemento adicional del pasado ciclo internacional para explicar el incremento sostenido en el precio de commodities en un contexto de elevada liquidez global. Y por el otro, como contracara de las presiones depreciatorias sobre las monedas emergentes, es esperable que se produzca un fortalecimiento del dólar a nivel global, lo que también sumará pérdidas sobre los bienes primarios cuyos precios están denominados en esta moneda.
Y, finalmente, hay que tener en cuenta una cuestión adicional. En lo que va del año han crecido las señales que apuntan a una desaceleración de la economía china. Si bien este país aún muestra un crecimiento más que aceptable, una pérdida de dinamismo mayor a la esperada (que, si bien no es el escenario más probable, no puede descartarse de plano) agregaría más presiones sobre los precios de commodities. Y podría generar además una caída en las cantidades demandas de estos productos.
Esto pone una presión importante en las economías emergentes, especialmente en aquellas con déficit de cuenta corriente como el caso de Brasil, uno de los más perjudicados en estos últimos dos meses. Es que el sólo hecho de enfrentar una reversión de los flujos internacionales de capitales obligará a los emergentes a mejorar el resultado de sus cuentas corrientes (y revertir el déficit en caso de tenerlo). Situación que se hace más dificultosa y desafiante si además se combinan con precios de commodities en descenso y cantidades demandadas de estos bienes en caída.
De esta forma, los países emergentes se verán obligados a llevar a cabo un ajuste en sus cuentas externas, que será mayor cuanto más agudo sea su desahorro con el exterior. Esto seguramente involucrará un mayor debilitamiento de sus monedas, como ha sucedido en los pasados meses. Aunque dados los elevados costos que suelen asociarse a una excesiva suba de los tipos de cambio (fiscales, financieros, en materia de inflación, etc.), muchos Bancos Centrales intentarán limitar el ajuste de “precios” (como lo ha hecho recientemente Brasil) sacrificando reservas internacionales. En cualquier caso, difícilmente pueda evitarse un ajuste por el lado de las “cantidades”, dado que la reversión de los flujos de capitales demandará que las economías logren un mayor superávit de la cuenta corriente, lo que ciertamente involucrará un menor crecimiento económico.