La apresurada sanción de un presupuesto plagado de inconsistencias y números falsos, es la prueba elocuente de que el Gobierno nacional, lejos de cambiarlo, profundizará un rumbo que nos conducirá a una crisis tan innecesaria como inevitable.
En esta alocada carrera, el Gobierno está imposibilitado de asumir cualquier error y blinda su relato engañoso hasta el límite del fanatismo. En ese contexto, cualquier reconocimiento acerca de que algo no anda bien, se equipara a una claudicación y todo se viene abajo como un verdadero castillo de naipes.
El Gobierno sabe perfectamente que la economía no crecerá a una tasa del 6% el próximo año, que una inflación del 10% es imposible y que esperar que el gasto público crezca sólo el 15%, con una reducción superior a los 20 puntos con respecto a este año, es pura fantasía. Sin embargo, insiste en su estrategia, conduciéndonos a una inexorable crisis. Un obrar tan irresponsable oculta, además, un propósito inconfesable: que la factura la pague el que viene.
No habrá crecimiento, o éste será mediocre, porque el mercado de trabajo no genera empleo, el crecimiento de los salarios, en el mejor de los casos, empata a la inflación real y, consecuentemente, el consumo privado no será el motor de esa expansión.
Consistente con las señales que el Gobierno transmite a quienes toman decisiones económicas, la inversión se ha desplomado y tampoco puede esperarse que esa sea la fuente del valor agregado. Si miramos el resultado del sector público, el ajuste del gasto impide suponer que desde allí se sostenga el crecimiento proyectado. Desde 2009 no existía una discrepancia tan marcada entre las proyecciones oficiales y la de fuentes alternativas.
Un dólar promedio del orden de $6,33 no parece compatible con el superávit comercial proyectado. Esta evolución del tipo de cambio implica una fuerte desaceleración de la tasa de devaluación que el gobierno viene aplicando. No obstante el presupuesto prevé un importante aumento de las exportaciones y una sensible baja de las importaciones, objetivo, este último, a su vez incompatible con los niveles de crecimiento proyectados.
Para completar este cuadro incoherente, se prevé aumentos de salarios, asignaciones familiares y AUH, entre otros, muy por debajo de la inflación real; se mantiene el elevado nivel de subsidios generalizados e inequitativos; y se destinan 4.000 millones de dólares al pago del cupón PBI – de los cuales el 70% deberá hacerse en divisas extraídas de unas reservas internacionales bajo mucha presión – en base a un crecimiento que solo se verifica en la mente de quienes asaltaron el Indec.
En definitiva, atravesaremos una crisis debida sólo a la obcecación e irresponsabilidad de un gobierno que prefiere estrellarse, y junto a ellos todos los argentinos, antes que reconocer la necesidad de modificar su propio relato.