Cuenta el Antiguo Testamento que Esaú “menospreció su primogenitura” vendiéndosela a su hermano Jacob por un efímero “plato de lentejas” ¿La primogenitura era sólo una palabra? ¿Un título de nobleza? No, la primogenitura era el seguro individual que un hombre antiguo tenía para acceder al poder político y la solidez patrimonial. Cambiar un futuro venturoso por un plato de comida resultaba ya tan poco razonable en el año 3000 A.C. como hoy. En 5000 años el marco de racionalidad para la acción no ha variado mucho en ese sentido.
Pero como si se tratara de un poema de Borges, no sólo Caín sigue matando a Abel, también Esaú sigue vendiendo su primogenitura una y otra vez por un plato de lentejas.
Esto sucede con los países, las organizaciones y las corporaciones, cuando por apetito de coyuntura se degluten a la estructura en un bocado, matando al futuro como proyecto y convirtiéndolo en un presente continuo.
La Argentina del Siglo XIX apostó por la primogenitura agropecuaria y logró situarse en el camino del crecimiento estratégico. Esto resultó positivo hasta que el “futuro” se transformó en “presente continuo” y renunció así a su primogenitura industrial por un plato de renta, dejando de imitar el camino material de Canadá o Australia, por entonces centrado en la adquisición de bienes de capital. El Siglo XX fue la ardua herencia condicionada de aquel desacierto.
El Siglo XXI se abre ante nosotros como una promesa y la primogenitura Argentina está en su australidad, justo allí, en la última frontera planetaria de los recursos naturales, enfrente de nuestra Patagonia, más allá de Malvinas y hasta el Polo Sur.
En el siglo XIX quedamos a las puertas de la Tierra Prometida por el Pacto Roca-Runciman; esto fue por nuestra propia responsabilidad. En el XXI tenemos nuestra oportunidad de construir aquella potencia media que pudimos ser, porque el Siglo XXI será el siglo del mar, de las plataformas continentales y del continente Antártico.
Es que se trata de un gigantesco sistema de más de seis millones de kilómetros cuadrados de subsuelo, océano y continentes donde está todo lo que el hombre como especie necesita para hacer frente a horizontes futuros de escasez planetaria: energía, minerales, proteínas, biodiversidad y agua potable.
Tenemos un rol planetario que jugar en la conquista de nuevos hábitat, nuevas fronteras para la minería metalífera y nuevas reservas de recursos estratégicos.
Como en el Siglo XIX, el Siglo XXI pone ante nosotros el “ancho de espada” del “territorio” que antes fuera la Pampa Húmeda y que mañana será el Atlántico Sur. Al territorio debe seguirle la opción por el capital y la tecnología puesta al servicio de la producción como motor social. Si no es así, todo será un nuevo plato de lentejas que devoraremos en alguna contienda electoral.
¿Cómo asegurar nuestra primogenitura? No es posible construir políticas de Estado cuando temas de valor estratégico pero de baja incidencia en la vida cotidiana de la gente se hallan sujetos a las vicisitudes del “mercado electoral”. Hay cosas que no están en la vidriera pero que forman parte de las más altas responsabilidades de Estado.
Un país que se piensa a sí mismo como oceánico y bicontinental no puede dejar librado a los vaivenes de la coyuntura el rumbo de la política de Estado más promisoria para el futuro económico y social de la Argentina. No es una exageración, Argentina tiene un gran papel global que jugar en nuestro mar.