Hacer grande un país requiere más “sesos y libros” que “pan y circo”.
Roberto Mangabeira Unger es tal vez hoy uno de los espejos más contradictorios en el que suelen mirarse las elites del Brasil contemporáneo. Filosofo del Derecho, se autodenomina hombre de la “izquierda humanizante”, no por su simpatía con Marx, ni con el trotskismo, ni mucho menos con los movimientos antisistema, sino por su obstinada convicción por el cambio posible. La plasticidad.
Este hombre de las ideas, profesor de Obama en Harvard, fue sin lugar a dudas el primer puente viviente de Brasil hacia el Siglo XXI. Su labor fue nada más y nada menos que darle sentido orgánico y continuidad estructural al trabajo de Fernando Henrique Cardoso durante la segunda Presidencia de Lula Da Silva.
¿Cómo hizo esto? Fue él mismo quien puso sobre sus espaldas el enorme peso de tratar de hilvanar el “caos subjetivista” de los intereses sectoriales de las “elites revolucionarias” con la “tiranía estática” del objetivismo de las “elites conservadoras”. Porque Parménides y Heráclito nunca mueren.
Brasil, más allá del subibaja de toda coyuntura macroeconómica, tenía por delante la posibilidad de construir un “destino histórico” de poderío estratégico, de movilidad social y crecimiento en la producción y la innovación tecnológica, pero como en la fábula del “elefante amarrado a una estaca”, los países suelen estar a veces socializados para el “éxito sub-óptimo”.
Mangabeira entendió que para salir del lamentable pantano de la “miseria” y de la “comedia” no eran necesarios magos y alquimistas sino hombres dúctiles, pragmáticos, socialmente comprometidos y decididos al cambio, que miren hacia adelante y planifiquen con rigor técnico y visión política para armonizar esfuerzos y aunar horizontes.
Cardoso estabilizó la macroeconomía de su país y puso los cimientos del Brasil “Suecia Tropical”. Lula pensó distinto y sobre esos cimientos construyo el ideario de un Brasil “País Continente” dándole énfasis a la integración sudamericana. Los timonazos no son buenos sobre todo si consideramos al “portaviones” del Estado como una gran masa acelerada que surca mares bravíos a gran velocidad.
Mangabeira propuso una fórmula de síntesis: “Brasil Emergente”, un actor local con liderazgo global y capacidad de interlocución mixta con el mundo desarrollado (el viejo poder) y las potencias emergentes (el nuevo poder). No debe haber contradicción sino armonía cuando se trabaja en una matriz de oportunidades y fortalezas antes que en una de debilidades y amenazas.
Mangabeira fue siempre un férreo opositor a Lula, a quien consideraba el “peor presidente de la historia de Brasil”, pero terminó incorporándose a su gabinete en 2007, habiéndole sacado un compromiso, el de dejarlo conducir un Ministerio absolutamente transversal a todos dedicado a la planificación estratégica de largo plazo.
La explicación era simple, sea por torpeza, descoordinación o corrupción, los caminos mal andados son más difíciles de desandar que los nunca transitados.
Los “parches” de coyunturas electoralistas o de simple “capitalismo de amigos” tienen un altísimo costo social y estratégico para los países. Si pensamos que planificar y hacer lo mejor es caro, evaluemos el costo de políticas nacionales sin planificación.
Pero sería injusto no decir que el correlato directo del gigante “sin pies de barro” fueron los mayores índices de movilidad social de la historia de Brasil, el acceso masivo a la vivienda, al automóvil, a las universidades y a las tecnologías, todas ellas también presentes en el ideario trazado por Mangabeira Unger.
Mangabeira no es un ser especial, es un hombre sencillo de un metro sesenta y cinco, parco al hablar pero enamorado del bien común hecho con buen gusto y sin bolsillos con doble fondo.
La herencia institucional de Mangabeira transita inmutable las tempestades del presente encarnada en la Secretaría de Asuntos Estratégicos (SAE) de la Presidencia de Brasil.
Argentina en 2016 necesita una Secretaría similar que piense nuestro país a 20 años. Tenemos una agenda enorme por delante. Si somos adultos dejaremos de ver conspiradores para ver pescadores pragmáticos que se benefician de nuestro rio revuelto.
“El justo medio” se traduce hoy en el “consenso” como único punto de fuga hacia el futuro. Ojala octubre nos encuentre juntos como una sociedad adulta que traza con pragmatismo y compromiso social su itinerario fundamental de largo.