Para el narcotráfico, las fronteras y las villas forman parte de un circuito socio-delictivo unificado que se retroalimenta y crece. Para el narco no hay distancias entre las fronteras sin radares y los angostos pasillos de las villas porteñas, bonaerenses o rosarinas.
En los noventa, Argentina todavía era un país de grandes zares de la droga provenientes de México y Colombia. Hoy somos, además, un país de narcos locales (barones) dotados de creciente control territorial de áreas calientes en las grandes urbes y con vínculos logístico-criminales en Paraguay, Bolivia, Perú y las diásporas chinas en Sudamérica.
¿En qué consiste este circuito unificado “villas- fronteras”? En primer lugar, las pericias químicas de las drogas incautadas en nuestras villas nos surgieren que esa pasta base proviene de cultivos de hoja de coca con patrones genéticos más compatibles con los de Perú y Bolivia, que con los de Colombia o Ecuador. Es decir, que ha sido la pasta base boliviana y peruana la que ha convertido a nuestro país en un mercado de estupefacientes con capacidad de cristalización de cocaína. Este dato es muy revelador porque marca una diferencia sustancial con los patrones genéticos de la cocaína incautada en grandes procedimientos que tienen por destino final Europa, más compatibles con los provenientes de Colombia.
En segundo lugar, el seguimiento en fase investigativa de las redes que operan en nuestras villas nos llevan a una misma conclusión: la droga del narco-menudeo local se nutre de los circuitos aéreos de pistas clandestinas o del tráfico “hormiga” de “bagayeros” que ingresan la pasta base tras cruzar nuestras desguarecidas fronteras de Paraguay y Bolivia.
En tercer lugar, y también de la mano de pericias químicas, es posible hoy conjeturar a partir de un conjunto de indicadores bastante inequívocos que varios de los precursores químicos utilizados suelen ser de origen asiático. Esta eventual ruta de precursores químicos nos conduce inmediatamente al “boom” de la minería peruana que encuentra en China no solo a su gran inversor sino también al gran proveedor de estos “insumos duales”.
De esta manera, varios aspectos tácticos y logísticos que tienen que ver con la naturaleza económica del negocio del narco-menudeo nos revelan parte de la trama oculta en el circuito unificado villas-fronteras.
Seamos cautos. Este análisis debe situarnos muy lejos de la xenofobia. Argentina es país abierto construido durante dos siglos gracias al esfuerzo de los inmigrantes. El xenófobo es el narcotráfico. Son los narcos quienes “estratifican” las tareas y los riesgos según la pertenencia nacional y étnica de los sujetos. Varias tramas delictivas nos acercan a la conclusión de que existe una pirámide étnica de jerarquías en el negocio territorial del narcotráfico. En más de una ocasión se ha verificado en nuestro país una secuencia sorprendente: capos de origen peruano, traficantes paraguayos y bolivianos, dealers argentinos y gerenciadores locales chinos.
Es por ello, que el reciente cuádruple homicidio de la Villa 1-11-14 nos obliga a realizar un salto cuántico para unir en una sola secuencia causal las porosas fronteras de Salta, Jujuy, Formosa y Misiones con los bunkers, kioscos y dealers de Capital Federal, Rosario y el Gran Buenos Aires. Solo de esta forma estamos en condiciones de salir del estupor mediático para darle a estos homicidios el valor que merecen, el de otra lamentable pieza de nuestra “arqueología del futuro”.
El cuádruple homicidio forma parte de una peligrosa hoja ruta que como sociedad hemos comenzado a transitar y que nos da una pauta del tipo y magnitud del delito organizado que tendremos en nuestro país en la próxima década, si es que no asumimos con seriedad y profesionalismo la agenda de seguridad del presente.
Hace décadas que somos incapaces de resolver la cuestión del vínculo entre el poder político (federal, provincial y municipal) y las fuerzas de seguridad a nivel territorial. Esta descoordinación, que es más que administrativa por cuanto cobra vidas, es descoordinación en el campo de la prevención, del combate directo al narcotráfico, y también del gerenciamiento de los sistemas de información anticipada (inteligencia).
Los narcos saben que “estamos en otra”, que no nos ponemos de acuerdo y que todo forma parte de una épica e intestina gesta política. Entre tanto, para ellos, “business”.
Tenemos que estar atentos y no dejarnos engañar. Es necesario que nuestro país deje de lado el camino del “efectismo” para recuperar la senda de la “efectividad”. Las estadísticas de incautación y las puestas en escena son, a los fines del combate real, “pan y circo”. El inventario nos confunde porque forma parte de una estrategia de marketing comunicacional. Las estadísticas de incautación se abultan y abruman.
“¡Mil de dosis de paco en un operativo!” ¿Sabe la gente cuanto es el volumen o el peso de mil dosis de paco? Presuponiendo máxima calidad estamos a hablando de no más de un cuarto kilogramo de residuos de pasta base de cocaína. Es decir, que cuando un país enorme como el nuestro ha incautado 300.000 dosis de paco en un año, en realidad estamos hablando de apenas 75kg de pasta base. Esto no es mucho.
“No esperes que nada cambie si haces siempre lo mismo”, dice la sabiduría popular. Necesitamos un “shock” que saque a la política de seguridad del “simulador de vuelo” y la “puesta en escena” y nos sitúe como sociedad en su conjunto en un combate decidido y planificado contra el narcotráfico y a favor de la vida.
Debemos recorrer el camino de las soluciones probadas. Hay decenas de casos exitosos en el mundo, no hay tiempo para los experimentos. Cada proceso de experimentación y aprendizaje tiene un costo social e institucional enorme, además de constituir a nuestra propia torpeza en una ventaja irrecuperable puesta al servicio del Crimen.
Ya lo sabemos. El problema territorial de la (in)seguridad es un problema de responsabilidad política cuyo diagnóstico principal es la acefalía del poder punitivo y reparador del estado puesto al servicio del combate al crimen organizado.
Necesitamos salir de los “oligopolios” de la seguridad y reconstruir el “monopolio” legítimo de la fuerza en un proyecto federal total en favor de la gente.