No hay modo de que un Papa -cualquier Papa, incluso Francisco- satisfaga a todas las partes en una peregrinación pontificia a la convulsionada Tierra Santa. Es inevitable que sus gestos hacia unos ofendan a otros, y viceversa. Es de esperar además que cada actor procure sacar el máximo rédito político a la presencia del Papa en su tierra, lo que usualmente pone al Sumo Pontífice en aprietos diplomáticos. El viaje pontificio puede evaluarse en su integralidad y en la evaluación general la gira ha sido exitosa. Si deseamos ponernos más específicos, sin embargo, debemos prestar atención a los detalles, pues son ellos los que -con mayor o menos sutileza o con diversos grados de simbolismo- expresan con elocuencia las posturas vaticanas.
¿Que nos dicen, entonces, los detalles del viaje de Francisco a la zona?
Desde Jordania, nación atestada de refugiados sirios, pidió por la paz en Siria. El Papa no tiene tanques y aviones a su disposición y es predecible que apele a un sermón moral para agitar conciencias. No obstante, él puede respaldar acciones de terceros que sí tienen el poderío político y militar para actuar. La Nación informó que en esa terrible guerra civil la comunidad cristiana ha padecido “degüellos, asesinatos de ancianos, niños y mujeres embarazadas, y hasta crucifixiones por negarse a abjurar de su fe y no renunciar a sus creencias y aceptar su conversión al Islam”. Y aun así, el año pasado, cuando Estados Unidos y Francia estaban montando el caso a favor de la intervención en aquel país árabe para detener las matanzas, Francisco se opuso a toda acción militar y convocó a una jornada mundial de ayuno y plegaria por la paz. El gesto fue caritativo y estuvo en sintonía con la prédica pacifista de la Iglesia, pero a la vez fue geopolíticamente vacuo ya que no tuvo impacto real en el régimen Assad ni en los rebeldes jihadistas. Los cristianos, junto con otros, seguirán sufriendo en Siria.
De allí viajó directamente a Belén donde fue recibido con afiches que mostraban al presidente palestino Mahmoud Abbas flanqueado por Francisco y el patriarca griego de Jerusalem con el lema “Estado de Palestina, mayo 2014”. De este modo la Autoridad Palestina buscaba capitalizar la presencia pontificia como una expresión favorable hacia la soberanía de su inexistente estado. Al no objetar eso, la diplomacia vaticana implícitamente lo validó y el propio Francisco habló allí del “Estado de Palestina” y se manifestó por “un reconocimiento al derecho del pueblo palestino a una patria soberana”. Ya antaño la Santa Sede había dado su apoyo a la movida unilateral del gobierno palestino de postular a “Palestina” al sistema de las Naciones Unidas.
El incidente más comentado lo tuvo como protagonista frente a lo que podemos a estas alturas llamar el “Muro de los Lamentos” palestino, es decir, la valla de seguridad erigida por Israel para contener ataques terroristas. Ante un sector con la leyenda “Papa, necesitamos que alguien hable de justicia. Belén luce como el gueto de Varsovia. Liberen a Palestina”, Francisco rezó brevemente en silencio. La equiparación con la ocupación nazi en Polonia pasó inadvertida. Empero, Francisco tuvo un mensaje claro ante un grupo de niños de un campo de refugiados de Belén, a quienes les dijo que “la violencia no se vence con la violencia”, un llamado tan necesario como importante para una joven generación demasiado educada en la jihad y la guerra de liberación. En un gesto paralelo, al visitar la Mezquita Al-Aqsa un día después, exclamaría “¡Que nadie use el nombre de Dios para la violencia!”, unas palabras que, en el contexto del abuso teológico por parte de grupos fundamentalistas, fueron contundentes y oportunas.
El siguiente tramo de la gira lo llevó a Israel, país al que decidió entrar por Tel-Aviv. Belén está a pocos minutos en auto de Jerusalem, pero en un gesto diseñado para subrayar el no-reconocimiento vaticano a la capital designada por Israel, el Papa se desplazó hasta el aeropuerto internacional Ben-Gurión para, una vez allí, emprender el rumbo de regreso hacia Jerusalem. Eso no tuvo el menor sentido geográfico, pero políticamente fue rotundo. Una vez allí, Francisco se expresó por “el derecho del Estado de Israel a existir y a florecer en paz y seguridad dentro de fronteras internacionalmente reconocidas” e invitó a los presidentes palestino e israelí a orar juntos en el Vaticano próximamente. La iniciativa es noble pero admite más de una lectura a la luz de que la reciente ruptura del diálogo entre Israel y Ramallah surgió como consecuencia de la alianza de la AP con Hamas (movimiento fundamentalista islámico-palestino que repudia la existencia de Israel). ¿Estaba el Papa indirectamente consintiendo esa unión? Posiblemente no. Con seguridad el acto se inscribe en sus honestos esfuerzos a favor de la paz. Es sólo que acarrea el riesgo de poner al gobierno de Israel en una postura difícil: la de aceptar negociar con Abbas mientras éste forma gobierno con Hamas.
En Israel, Francisco tuvo una serie de gestos notables. Al visitar la tumba de Theodor Herzl, el fundador del sionismo político, sentó precedente y se diferenció de los previos pontífices que visitaron el país, lo que toma gran relieve además en el contraste con el hecho de que no fue a la tumba de Yasser Arafat en Ramallah. Asimismo, Francisco rindió tributo a las víctimas israelíes del terrorismo árabe y palestino, a lo que accedió a pedido del primer ministro Benjamín Netanyahu que estaba molesto con la decisión papal de orar frente a la valla de seguridad. En Yad Vashem, el Museo del Holocausto, besó las manos de los sobrevivientes que lo recibieron, un gesto de una humildad y calidez excepcionales. Ante el Muro de los Lamentos rezó y se abrazó con sus dos acompañantes argentinos, uno musulmán y el otro judío, logrando una emblemática iconografía de la coexistencia y del diálogo. A la vez, al destacar de manera tan extraordinaria la presencia simbólica de las tres religiones monoteístas frente al Muro de los Lamentos, el Papa podía estar sutilmente afirmando la universalidad del carácter de la ciudad santa; una postura tradicional de la Santa Sede que históricamente bregó por la internacionalización de Jerusalem.
Jorge Bergoglio tenía un amplio entrenamiento como líder religioso, pero no como diplomático. Aun así, Francisco ha sorteado exitosamente los desafíos de una visita delicada, ha hecho aportes positivos a la dinámica de la zona, ha sembrado optimismo y ha partido de regreso a Roma con un logro apreciable: dejar mayormente complacidas a todas las partes involucradas.