Los logros de ayer son los fracasos de hoy

De golpe, la Presidente decidió que la soberanía era una expresión más de su autoritarismo, y reformuló las normas del canje realizado por el mismo Néstor Kirchner. Tantos elogios que había merecido Néstor por aquella tarea perfecta de negociar la deuda, tantos méritos que lo llevaban a entrar en la historia, y de pronto, la Presidente le enmienda la plana. El grande de Néstor había sido un genio al negociar la deuda, al nombrar la Corte, controlar la inflación y detener la corrida al dólar. Todo eso se había logrado en el primer gobierno, sin necesidad de gastar fortunas en medios propios y con una sola cadena oficial en todo el período.

Aquella lista de méritos figura hoy como la boleta de las deudas contraídas, y en casi todos los casos se nota una voluntad de confrontar con el ausente. Néstor jugaba con la supuesta izquierda pero nunca le dio poder real; Cristina la suma a su gabinete sin pensar en las consecuencias. Néstor logró un éxito negociando la deuda que la gran mayoría no hubiera imaginado; Cristina obtuvo un rotundo fracaso que casi nadie esperaba. Los mismos logros de ayer convertidos en fracasos de hoy.

Cuando el dólar había quedado clavado en torno a los cuatro pesos todo el período de Néstor, ahora salimos con el descubrimiento de que es un mercado marginal. La inflación es tan creativa como los delitos de Boudou; los discursos sustituyeron a la obligación de gobernar.

Si hay algo que marca el fin de un gobierno es la necesidad de inventar enemigos para obligar a la sociedad a apoyar al oficialismo. La caricaturesca figura del jefe de Gabinete, convertido en conducción de los patriotas, anunciando que Macri apoyaba a los buitres, esa mera imagen acompañada de Julián Domínguez con su convocatoria “Todos a Santiago” y a Jorge Taiana como candidato presidencial de la Cámpora, todo eso junto aparecía de pronto como un desmadre en el espacio del poder. Un cambalache difícil de entender, una mezcla rara de ingredientes revolucionarios y delictivos, todo conducido por una ineficiencia más penosa que digna de respeto. Y por debajo, un Scioli que ve como sus posibilidades se desdibujan, un Gobierno que sin duda termina su ciclo y ya no piensa en dejar ni herederos ni descendientes, solo enemigos.

En una segunda vuelta imaginaria para enfrentar a Capitanich, de seguro que a Griesa no le iría muy mal. Pero lo importante es cómo fueron desarmando todo lo realizado por Néstor, por qué esa profunda necesidad de tomar distancia del fundador. Y son un partido del poder -eso es muy importante, muchos lo ignoran: el oficialismo tiene normas y prebendas que no soportan la dureza del espacio opositor. ¿Dónde irán tantos supuestos periodistas cuando cambien los vientos electorales? Todo lo sostenido a pura publicidad, oficial y oscura, todos esos revolucionarios del carguito, ¿cuántos se irán borrando haciendo mutis por el foro?

Ellos, los oficialistas, quisieron ser fundacionales. Eliminarnos a todos los que cometíamos el delito de no aplaudirlos, de asumir la disidencia. Restos del viejo partido comunista, una de las estructuras más gorilas que soportó el movimiento popular, y restos de la guerrilla que confrontó con la pacificación que impuso el General Perón a su regreso. Esos dos pasados sumados se creyeron capacitados para cuestionar al peronismo y a la misma democracia. Estalinistas fuera de época, fracasados de toda relación con lo popular.

El peronismo fue fruto de la alianza entre los trabajadores industriales y los empresarios productivos. El kirchnerismo es el resultado de la alianza entre algunos docentes de clase media con sectores improductivos de la sociedad. Por eso el peronismo sigue vivo y el kirchnerismo es, por suerte, una enfermedad pasajera.

Los discursos presidenciales y las explicaciones del ministro de Economía y del jefe de Gabinete tienen un amargo sabor a haber sido todos superados por la época. Son los finales de esta década extraviada, que para algunos fue ganada, pero solo para algunos.

Concentraciones enfermizas

En una sociedad que no logra encontrar su rumbo, el Estado se convierte en la principal fuente de riquezas, y en consecuencia, en un distribuidor de injusticias. Y en sus pliegues se va instalando una burocracia infinita, una nueva clase social que no vive las angustias del resto, de los que están sometidos a las inclemencias de capitalismo. La misma burocracia genera puestos de trabajo basados en supuestas necesidades políticas o en simples prebendas personales o familiares.  Cuando se retire, el Kirchnerismo nos va a dejar como legado una enorme cantidad de empleados que son en rigor los miembros del partido gobernante. Un oficialismo rentado que se lleva para sí buena parte de las riquezas que debiera haber canalizado hacia los necesitados. Como en tantos proyectos para combatir la pobreza, la burocracia se lleva una parte muy superior a la que llega a los destinatarios. Estos terminan siendo una excusa para que vivan los que dicen ocuparse de ayudarlos.

En otras épocas los sindicatos definían el momento de la sociedad, el Cordobazo era impulsado por la industria automotriz, los metalúrgicos fueron vanguardia cuando la sociedad se forjaba industrial. Menem y Cavallo, cuando destruyeron el ferrocarril, entre otras cosas hicieron fuertes a los camioneros. En el presente, el cargo estatal es el camino más corto para la estabilidad laboral.  Los gremios de empleados públicos pueden ser fuertes en cantidad pero nunca vanguardia de transformación. Los estatales terminan siendo más débiles en salario a cambio de mayor tranquilidad en el empleo. Ser oficialista da más seguridades que la de ser eficiente o esforzado.

La energía vital de una sociedad está en su capacidad productiva, y su desarrollo social en la distribución que ese capitalismo logre. Cuando dejamos venir los supermercados los tomamos sin asumir su costo social, los centenares de almacenes que caían en su avance. Cuando recorremos Europa tomamos conciencia de que esa enfermedad no los invadió a ellos, que defendieron sus pequeños comercios como parte de su calidad de vida. Ahora hasta los bares caen en manos de cadenas capitalistas. Y las farmacias y hasta los quioscos son presa fácil de la concentración.  Los taxis han sido un recurso familiar, ahora son demasiados los que convirtieron a sus choferes en inquilinos. Cada avance de la concentración de capital es un paso en la decadencia de la sociedad. El capitalismo, cuando no encuentra limites en las instituciones, termina convocando al estallido social, incitando y desarrollando a la izquierda que lo confronta.

Los economistas se ocupan de la renta pero ignoran las leyes sociales. Los estatistas como el gobierno actual desarrollan concentraciones enfermizas como la de los medios propios, el juego o la obra pública. Los grandes capitales son necesarios cuando así lo exige la producción, como es el caso de la energía, pero el pequeño comercio familiar no puede ni debe caer en manos de capitales de supuestos inversores que se comportan como destructores de la trama social. Entre la desmesura del Estado y la concentración de los privados, los ciudadanos vamos quedando reducidos a la situación de meros sobrevivientes de un capitalismo más adicto a las mafias que a las instituciones.

La ambición de ganancia no es el único motor del progreso. Desde ya que es más lógico en su desarrollo que las prebendas de la burocracia, pero una sociedad que crece en justicia necesita detener la desmesura de su Estado y la concentración de sus privados.  Mucho más una sociedad como la nuestra, donde el poder del Estado genera y distribuye más riquezas que el agro y la industria juntos.

La sociedad necesita viviendas, pero eso implica un esfuerzo de mediano plazo. El gobierno, entonces, decidió fomentar la fabricación de automotores por ser un logro de más rápido resultados. Claro que, como carecemos de rutas y estamos en deuda con la energía y los combustibles, lo automotriz iba sin duda a terminar en frustración, en huelgas y fracasos. Pero los ayudó a pasar un veranito consumista.  Lo demás no les parecía importante.  Y gastaron fortunas en generar una prensa propia, un relato rentado y oficial donde no pudieran penetrar las fisuras de la realidad. Como tomar una foto del pasado y quererla convertir en espejo del presente. El Kirchnerismo no fue un modelo de sociedad sino tan sólo de autoritarismo. Un enorme Estado que construyó un aparato político en torno a sus prebendas. Termina con un final parecido al menemismo tan odiado. Otra nueva frustración: salimos de la inflación y el miedo al dólar en el primer gobierno de Néstor, retornamos en el de Cristina.  Tanto aplaudir el haber salido del drama de la deuda para terminar retornando a ella.  Tanto cacarear con una Suprema Corte digna para intentar el grotesco de “Justicia legítima”.

El Kirchnerismo retornó a todos los males de los que decía habernos liberado. Pero hay algo que debemos asumir y aprender: no por cambiar de gobierno, vamos a lograr superar esta triste sensación de fracaso. Necesitamos gestar un proyecto de sociedad, basado en un sólido compromiso político. Sólo la política entendida como madurez tanto de la dirigencia como de los votantes nos puede sacar de la crisis. Y bajarnos de las certezas para acostumbrarnos a las dudas. En especial, a dudar de nuestras propias propuestas. Cuando dejemos de tener salvadores de la patria habrá llegado el momento de asumir que únicamente lograremos salvarla entre todos. Esperemos estar cerca de alcanzarlo.

Cuando la Presidenta convoca a la unidad, queda claro que la imagina como una sumisión a su proyecto. La unidad es tan necesaria como la de asumir que la verdad no tiene dueño. Lo demás es poco democrático, y en este caso esa imposición no se disimula ni siquiera en el discurso. La unidad es necesaria, pero para ser válida necesita integrar a las demás visiones. La convocatoria  actual es nada más ni nada menos que una simulación del autoritarismo. En rigor, cuando la Presidenta convoca a la unidad está reiterando un simple llamado a profundizar la fractura.