Un viejo sabio me decía siempre: “Se debe mirar el proceso, no el suceso”. Eso a veces cuesta y mucho, es el famoso árbol que nos impide ver el bosque.
Hubo un festejo del Día del Trabajador que dio mucho que hablar y, para mi gusto, poco para pensar. La segunda vuelta fue entre Scioli y Macri, y sucedió algo importante: el derrotado por Macri no se convirtió en la primera minoría sino en el pasado -tan pasado que Ricardo Forster dice que quiere el fracaso del Gobierno. Debe imaginar -como algunos perdidos en la noche de la política- que si Macri se equivoca vuelve Cristina.
El acto del Día del Trabajador fue positivo porque mostró que el kirchnerismo ya no es una alternativa de la política nacional. Los discursos fueron mesurados y el centro del poder quedó en manos del anti-kirchnerismo, un buen dato para la democracia. Estamos atravesando un momento difícil, por eso tantos se refieren a la orilla de la que partimos con miedo al retorno, porque no ven todavía el horizonte al que nos quieren llevar. Los sectores trabajadores mayoritarios, los obreros de verdad, no se engancharon nunca con el kirchnerismo, que con esa estructura de clase media intelectual y resentida eran tan retrógrados que reivindicaban todavía la lucha de clases. El peronismo, o lo que queda de él, al menos no tiene nada de clasista y eso es importante. El acto fue masivo y fruto de una necesidad de la dirigencia sindical que sufre a diario la tensión y las exigencias de sus afiliados.
Esto no es soplar y hacer botellas; Cristina dejó una herencia nefasta, pero eso no justifica a Mauricio Macri subsidiar a las empresas petroleras con la excusa de ayudar a sus trabajadores. Los grandes grupos concentrados no son como los sindicalistas -no salen a la calle- pero vacían los bancos y nos saquean a diario. No estamos planteando un socialismo, solo que si no le ponemos un límite a la concentración económica esta sociedad va a sufrir demasiado. Macri no entiende que la principal función del Estado capitalista es defender los derechos de los más débiles y que el enemigo de los ciudadanos son los grandes grupos concentrados, esos que apenas vieron dólares en el mercado se los llevaron corriendo.
El sindicalismo actúa en nuestra sociedad como el partido de centro-izquierda que no tenemos. Aquello que intentó ser el radicalismo y luego la Alianza -que finalmente quedó en la nada- hoy lo expresan los sindicatos con rostros un poco más morochos. Aceptemos que llevamos dos décadas de retroceso y las dos en nombre del peronismo. La primera con Menem enamorado de los liberales y la segunda con los Kirchner con amantes marxistas. Dos décadas de retroceso en todo sentido, en patrimonio nacional e integración social, en educación y vivienda, en trenes y hospitales, en salud y donde queramos mirar. Somos una sociedad que viene retrocediendo desde los 70, que estuvo integrada como ninguna otra en el continente hasta el golpe del 76, y que luego fue acumulando fracasos en todos sus sectores.
El relato de Cristina era con mucho odio y discutible justicia, pero el discurso de Macri todavía no logra surgir, no atraviesa la barrera de los gerentes y los asesores, no logra la vitalidad necesaria para enamorar o al menos convencer. Estamos viviendo algo muy avanzado en relación al autoritarismo derrotado, recuperamos la democracia y comenzamos a discutir con pasión pero sin dogmatismos. Debemos entonces asumir la dimensión de la crisis y no caer en simplificaciones, no imaginar que con sólo combatir la corrupción tenemos un futuro digno. Necesitamos revisar la distribución de la riqueza en nuestra sociedad, producimos lo necesario para vivir todos con dignidad, pero hemos permitido concentraciones económicas que son antagónicas con la misma esencia de la democracia. Un capitalismo con dispersión de propietarios funciona; uno de avance desmedido de la concentración simplemente termina estallando.
Hay muchos enojados, imaginaban que Cristina se llevaba puesto al peronismo. Se equivocaron, era solo una limitación, un tope de izquierda aburrida. El acto sindical fue el estallido de alegría de una clase trabajadora que volvía, un poco burocrática, pero hasta el momento, absolutamente leal a sus representados. No son clasistas, no lo necesitan, ellos son en serio la expresión de su clase, la columna vertebral del peronismo. Y buena parte de ellos enfrento con valentía al autoritarismo kirchnerista, no recuerdo a ningún empresario compartiendo esa digna trinchera.
Los supermercados y los laboratorios, y cada una de las grandes telefónicas o empresas de cable, eléctricas o concesiones de peaje, todo ese invento que prometía inversiones y terminó en saqueo, todo eso debe ser revisado. El menemismo regaló propiedades y generó más deuda mientras que el kirchnerismo duplicó el juego y los empleados públicos; ambos lo hicieron en nombre del peronismo, pero en rigor eran sólo señores feudales portadores del virus del atraso.
Mauricio Macri tiene el apoyo de la gran mayoría, aún de muchos de los que salieron a festejar el Día de los Trabajadores, pero necesita asumir que si no impone el poder del Estado sobre los ricos está perdiendo la autoridad que necesita para pedirles sacrificios a los pobres. Los rumbos de la historia no los guían ni los proletarios sublevados ni los mercados inversores, son el fruto maduro de una dirigencia capaz de convocar a la unidad nacional y forjar un futuro entre todos.
No es fácil, al contrario, es muy difícil, pero estemos seguros de que no hay otro camino.