Una sociedad depende esencialmente de su grado de integración. Los marxistas imaginaron que ese objetivo sólo era posible a través de un Estado y su consecuente burocracia como poder superior. Tuvieron su tiempo de ensayo, parecían comerse al mundo y terminaron atragantados y derrotados en la caída del muro. Recordemos que tuvieron su tiempo de gloria, que el satélite Sputnik y la perra Laika los mostraron avanzando más rápido que el resto. Pero la experiencia terminó en derrota.
La iniciativa privada se mostró mucho más eficiente que la burocracia degradada en “dictadura del proletariado”. En Rusia y en China todo terminó en el poder de las mafias. La experiencia estalinista nacional y popular transitaba hacia el mismo destino. Habría rusos y chinos parecidos a Cristóbal y Lázaro, esos mandaban, y también un diario -Pradva- que explicaba las bondades de la revolución. Esos aplaudían, “casas más, casas menos, igualito a mi Santiago” diría el poeta.
En nuestra sociedad quedaron vigentes dos propuestas de “derecha”: la de Scioli, detrás de quien se ocultaba la peor y más corrupta burocracia, y la de Macri, que es una derecha democrática que piensa como vive. Hay muchos gerentes que me generan bronca por sus limitaciones mentales de ejecutivos -claro que algunos burócratas delincuentes explicando los avances desde su obediencia a discursos llamativamente incoherentes, eso sí me obligaba a enfrentarlos.
Martinez de Hoz ponía un banco o una financiera en cada esquina, hijos de una oligarquía parasitaria sólo conocían el negocio de la renta. Cavallo y Dromi imaginaban con Menem que privatizando el Estado estaban convocando a la bonanza. Y los Kirchner se enamoraron del juego, la obra pública, ambos para ellos y el empleo del Estado para la burocracia propia y el subsidio para el caído del sistema. Fue un típico modelo de señor feudal que impuso la novedad de convocar a las agonizantes izquierdas y convertirlas en su defensora a cambio de una cuota secundaria de poder.
Ahora Macri sueña con las inversiones; en rigor usan la palabrita abrochada a otro concepto que quedaría así: “inversión extranjera”. Nuestra tierra es muy buena para hacer fortuna pero a nadie se le ocurre guardarla por estos lados. La supuesta maravilla de la inversión casi siempre viene a comprar lo que ya tenemos y terminamos como Cavallo, todo igual pero en manos extranjeras y más endeudados que antes.
Las sociedades se piensan, no son el fruto del despliegue de las ambiciones de los ricos. El Estado debe tener objetivos, quienes gobiernan necesitan proponer un proyecto tomando en cuenta todos los elementos en juego desde las capacidades a las necesidades. Si Japón o los países de Europa se hubieran manejado como nosotros ya habrían desaparecido del mapa. No logramos una dirigencia que ponga las necesidades colectivas por encima de sus ambiciones individuales. En rigor, hasta hoy no tenemos dirigencia con decisión de trascender.
Cada supermercado elimina decenas de pequeños y medianos comerciantes, cada cadena de farmacias, confiterías, librerías y hasta quioscos va disolviendo las redes sociales y convirtiendo clase media con iniciativa en clase baja dependiente de capitales concentrados. Los ferrocarriles y las eléctricas fueron “privatizaciones falsas para concentrar subsidios y corrupción”. Somos capaces de exigirle a los que apenas llegan a fin de mes sin siquiera revisar los números de las grandes empresas que no compiten con nadie que sólo nos esquilman a todos. ¿Y los peajes? Eran para invertir en rutas y terminaron en manos de vivos que cortan el pasto. El capitalismo tiene dos enemigos, el tamaño desmesurado del Estado y la concentración ilimitada de lo privado.
A veces la inversión genera trabajo; otras –muchas- lo destruye. A veces el subsidio ayuda al necesitado, otras –muchas- lo convierte en un marginal de la cultura del trabajo. El subsidio sin conciencia social termina generando clientela electoral para las burocracias que parasitan la pobreza. Mucho de eso es lo que hizo el kirchnerismo, los colectivos que acompañan sus encuentros son una muestra que desnuda su vocación de burocracia que vive de los necesitados.
Llegamos a fabricar aviones, desde ya vagones; los dos últimos gobiernos compraron hasta los durmientes, la comisión de comprar afuera era más atractiva que el trabajo que se generaría adentro.
El autoritarismo burocrático kirchnerista es un nivel de conciencia más atrasado y retrogrado que todas las limitaciones gerenciales y empresarias que muestre el macrismo. Si hubiera ganado Scioli con los burócratas pseudo-izquierdistas pero enamorados del poder y el dinero, si eso hubiera sucedido, es complicado imaginar donde andaríamos ahora. Estamos en un gobierno democrático y conservador. Es el mejor camino hacia un progresismo en serio -de verdad- como tienen los uruguayos o los chilenos, izquierdas democráticas, progresismos sin fanatismos; en fin, sociedades que avanzan sin necesidad de dedicarse a cultivar la enfermedad de la confrontación.
Necesitamos crear trabajo y eso implica forjar entre todos un proyecto de sociedad. Para los liberales esto es un exceso de prospectiva, para los que por suerte se fueron, una excusa para someter a los que piensan distinto. Pero estamos necesitando pensar juntos, al menos los que no tenemos dogmas ni jefes absolutos, los que creemos en las instituciones. Solo entonces encontraremos como integrar a los caídos, que son muchos, demasiados.
Cuando la intermediación derrota a la producción nacional, entramos en una etapa de retroceso y decadencia. El comercio no da un modelo de sociedad, propone tan sólo una estructura de negocios. Bancos ricos y ciudadanos pobres. El problema no es la supuesta inversión, necesitamos repensar nuestra realidad y que la riqueza vuelva a distribuirse de manera más equitativa. Cuando el Estado no les pone límite a los ricos estos terminan siempre siendo grandes fabricantes de pobres.