Silvia Mercado escribió un nuevo libro, “El relato peronista”, y me invitó a compartir la presentación con Juan José Sebreli, situación que agradezco y me honra. Es un ensayo meticuloso sobre la construcción del peronismo, una profundización de la idea de que estamos frente a un “relato”, palabra que según Sebreli sustituye lo que ayer definíamos como “ideología”. Obviamente sobre ese camino se llega a la conclusión de que el kirchnerismo es también un relato y en consecuencia la democracia termina siendo débil porque existe una masa, pueblo, humildes, engañables por el relato y entonces votan a cualquiera, digamos, al peronismo. A eso antes lo llamaban demagogia y ahora lo rotulan populismo. Sería así, una clase dirigente lúcida, capaz, brillante, que no logra ser votada por los pobres que votan a los que los engañan diciendo que los van a beneficiar cuando en rigor los arruinan. Moraleja: los pobres son brutos “desubicados” que cuando votan se dañan a sí mismos. Si votaran a los ricos no saben lo bien que les iría.
En un dilema que nos hace buscar un culpable. O es la clase dirigente que nunca se hace cargo de nada y jamás ofrece una alternativa digna de ser votada, o es el pueblo que vota a los que lo engañan. Primero opino que la suma de intereses individuales no genera un proyecto colectivo. Nuestros empresarios son, para mi opinión, mucho más limitados que el supuesto pueblo. Es complicado conformar una sociedad capitalista si a los ricos no les importa. Recién ahora algunos asumen que el valor de sus empresas está ligado a la solidez de las instituciones. Como ahora -sin Parlamento y al borde de quedarnos sin Justicia, asediados por la mafia de “Justicia Legítima”- no podremos arribar ni al capitalismo ni a la democracia, solo al poder mafioso.
Los partidos políticos son apenas estructuras de las que nos ocupamos cada tanto y no surgen de ellos candidatos dignos de ser votados. Cuando critican al peronismo, intentan olvidar que luego de derrocarlo, a ese supuesto “relato”, durante dieciocho años no supieron qué diablos hacer. Frondizi les resultaba demasiado comunista, pensaba y era inteligente -y como bien sabemos esos son los marxistas. Illia les resultaba demasiado decente y, como era decente, era lento. Y vino Onganía, que destruyó la Universidad dando origen a la guerrilla. Perón retornó después de esos dieciocho y no había dos demonios, pero entre la guerrilla que se imaginaba invencible y la derecha militar que seguía soñando con el golpe salvador -entre ambos- nos volvieron a la guerra y al atraso. Pero escribimos libros donde la culpa la sigue teniendo Perón. Que desde ya tuvo la suya, pero al volver planteó la paz y la unidad nacional. Pero eso que sólo Perón planteó desde el poder no tiene herederos, nos queda grande y entonces unos reivindican al suicidio de la guerrilla y los otros, al escepticismo de los que no creen en nada. No somos capaces de crecer a partir del gesto pacificador.
No nos interesa la política porque somos tan egoístas que a nadie lo convoca el destino colectivo. El peronismo fue mucho más que un partido político, fue una cultura, una pertenencia de los desposeídos, de los que no estaban incluidos en el proyecto de ser una reproducción de Europa por estos lados. Demasiada inmigración nos fue diluyendo la identidad, la pertenencia, y entonces el peronismo les otorgó una identidad a los de abajo, o mejor dicho, los de abajo se forjaron su propia identidad. Inventaron su mito fundacional, invulnerable al análisis racional de los otros, los individualistas. Aquí está el debate de fondo, para Wilfredo Pareto “la historia es un cementerio de elites”, ese no sería peronista. Para nosotros, el mayor nivel de conciencia se expresa en el seno del pueblo. Ahí nace el peronismo. Es el partido político de los de abajo, de la mucama, cosa que molesta a los cultos, que son demasiados pero tan egoístas que cuando se juntan solo se amontonan, no proponen nunca nada o tan sólo algún proyecto económico de vender algo que les deje una comisión.
Yo creo en la conciencia colectiva, que no es la suma de los individuos, sino algo muy superior. El peronismo no es el todo, pero es un aporte importante.
Un viejo amigo, ya en el cielo, que era muy gorila y había sido comando civil, ese gran amigo me dijo una noche con sabiduría: “Nosotros pensábamos siempre que había que darle ideales a los ricos y dinero a los pobres. Perón se dio cuenta que todo eso era al revés y les dio ideales a los pobres y nos dejó su vigencia para toda la vida”.
Como digo siempre, populismo es la degradación de lo popular. Gardel y Perón son lo popular, cada vez cantan mejor; los Menem y los Kirchner son el populismo, son pasajeros, duran el tiempo del poder y luego regresan al olvido. Al peronismo lo engendraron los trabajadores; a las minorías que se creen lúcidas, a ésas la academia. Se me ocurre que popular viene de pueblo y eso dura.
La relación con el pasado debe ser parecida a la que uno tiene con los padres: para superarla, necesita dejar de confrontar. El libro de Silvia Mercado me invitó a debatir y eso siempre es positivo. Le cuento mis diferencias y le agradezco la invitación. Le dije a Sebreli que debíamos ser capaces de unir a Borges con Discépolo; él me dijo que le gustaban más Cátulo y Homero. En el fondo, los tres eran peronistas porque Borges expresaba la otra parte imprescindible de nosotros. Intentemos una síntesis, vale la pena hacerlo