Tuve un problema de salud recientemente. Recurrí primero a Malvinas Argentinas, donde me atendieron médicos idóneos y me diagnosticaron. Mi obra social incluía el Sanatorio Anchorena, no la había utilizado nunca. Allí fui tratado muy bien y el médico que me dio de alta al ver mis estudios me contó que había hecho su especialización en Malvinas. Hace tiempo que hablando con mi amigo y compañero Jesús Cariglino lo interrogué sobre cómo había construido semejante estructura sanitaria, social y administrativa, y terminamos convirtiendo nuestro diálogo en libro. Tardé en darme cuenta que viviendo en pleno centro había confiado un tema de salud que me asustaba en una estructura del conurbano. No era solo conocimiento personal, eran dueños de un prestigio científico indiscutible y socialmente compartido.
Cariglino puede ser amontonado entre los “barones del conurbano”, pero en rigor no tiene nada que ver con ellos. Enfrentó a la Presidenta en el 2011, en la plenitud de su poder, y logró triunfar contra el oportunismo y la obsecuencia. Y fue el único, o sea que además de la obra es dueño de su propio pensamiento. Y con todos estos años con el poder oficial en contra, logró continuar su obra, mientras muchos obsecuentes convertían sus beneficios oficiales en clientela electoral y deterioro social.
Somos fanáticos del fútbol y conocemos a fondo las virtudes y defectos de cada jugador, somos displicentes en política y decimos barones, peronistas o políticos como si todos fueran iguales. Y así nos va. Lo mismo nos pasa con cada uno de los candidatos. La política es un arte de sutilezas, no podemos convertirla en un pintura de brocha gorda. Tucumán y Jujuy nos muestran el rumbo de la peor política, de aquellos lugares donde la decadencia se instala y además se desarrolla, donde hace tiempo que la degradación de la dirigencia se va convirtiendo en degradación de la misma sociedad.
Uno puede votar o no a un candidato, pero además debería conocerlo y poder hablar de su gestión. Nadie puede negar el avance económico que los Rodriguez Saá implicaron para San Luis, tan evidente como el atraso que Gildo Infrán implantó en Formosa. Hay gobernadores y legisladores que son una verdadera vergüenza para la política, no piensan ni ejecutan, ni opinan otra cosa que no sea adular al oficialismo de turno. El kirchnerismo fue la degradación de la política en obediencia, y los que no tienen otra forma de vivir que el oficialismo es normalmente porque no sirven para nada. Para poder enfrentar al oficialismo actual, enfermo de personalismo e impunidad, para poder hacerlo había que tener obra y no ser vulnerable a la obsecuencia de sus servicios de informaciones. Lo mismo paso en el sindicalismo, donde un sector decadente se convirtió en mero administrador del sistema de obras sociales dejando siquiera de opinar de política.
Escuché a un personaje de La Campora que va a salir a enfrentar a Cariglino. Nadie tiene que quedarse para siempre, pero esa agrupación es ahora tan solo una expresión del peor atraso. Usan el Estado para ganar elecciones, aprenden de la Presidenta que quiere seguir ganando votos usando la cadena oficial. Y nadie todavía se anima a decirle la verdad, no se atreven a avisarle que sus enojos están más cerca de espantar votos que de seducirlos.
El kirchnerismo agoniza como intento de totalitarismo sin otro sentido que el de satisfacer la ambición de un grupo más parecido a una secta que a una fuerza política. La Presidenta no quiere a nadie, ni al candidato que ella misma eligió. Nos recuerda a Menem, que trabajaba para impedir el triunfo de Duhalde. Scioli todavía no nos dice si va a ser un candidato o un simple delegado. Se retira Cristina y no van a tener más mayoría absoluta, por suerte la democracia se está recuperando. Y salgo en defensa de Cariglino como un símbolo de los que pelearon cuando nadie lo hacía y además porque su gestión es digna de ser rescatada. Obra y rebeldía, dos temas tan escasos que merecen ser respetados.