La cuestión de Crimea abrió una línea de falla que dejó de un lado a Rusia y los BRICS, y del otro al bloque occidental liderado por los Estados Unidos y la Unión Europea. Esto alineó a los países del mundo en dos filas diferentes. La Argentina y los países del Mercosur optaron por una de ellas.
La secuencia de los hechos en Ucrania es conocida. La polarización entre las poblaciones eurófilas del oeste ucraniano y las rusófilas del este es un fenómeno de antigua data, que se profundizó a lo largo de los últimos quince años y ello se vio claramente reflejado en los procesos electorales recientes: los votos se dividen entre los candidatos antirrusos con bastiones en las repúblicas y provincias del oeste, los prorrusos con predominio en el este.
Esta tensión llega al paroxismo cuando el presidente Viktor Yanukovich, que proviene de una coalición rusófila pero venía ejerciendo el poder por vía de un sinuoso equilibrio entre opciones proeuropeas y prorrusas (por caso, negociando en forma simultánea la asociación de Ucrania a la UE y a la unión aduanera conformada por Rusia, Bielorrusia y Kazhajstán) abandona los matices y, tras un pacto con Vladimir Putin, hace fracasar el proceso de incorporación de Ucrania a la UE en noviembre del año pasado. La oposición proeuropea (que incluye al partido ultranacionalista y antirruso Sbovoda, protagonista clave de las violentas movilizaciones callejeras) inicia una serie de protestas que culminan en la toma del poder por parte del Parlamento, que vota el retorno al sistema parlamentario; Yanukovich se declara víctima de un golpe de estado y pide asilo político a Moscú, que lo concede rápidamente. Establecido en Rusia, hoy Yanukovich sigue considerándose el presidente legítimo de Ucrania.
Ante la ascenso de los europeístas al gobierno de Kiev, y en el marco del retorno de viejos debates sobre la identidad ucraniana, el parlamento de la República Autónoma de Crimea (perteneciente a Ucrania) y el concejo municipal de la ciudad autónoma de Sebastopol, por amplias mayorías, declaran su independencia de Kiev y piden su anexión a Rusia; acto seguido se realiza en ambas regiones un referendum (originalmente previsto para el mes de mayo, pero adelantado por decisión de la asamblea) que arroja también un resultado aplastante: 97% a favor de la anexión, con una participación electoral del 85%. En la península de Crimea, donde viven más de 2 millones de personas, la mayoría de la población es rusa, con minorías de ucranianos y tártaros rusoparlantes que también se identifican con Rusia; el presidente depuesto había ganado allí las elecciones de 2010 con el 80% de los votos. Rusia aprobó la anexión -el discurso completo de Vladimir Putin ante la Duma el pasado 18 de marzo es de lectura obligatoria para todos aquellos que quieran entender qué está sucediendo en el mundo- y envió tropas en forma inmediata.
La anexión de Crimea podría ser entendida como una solución de equilibrio para los sectores en pugna, ya que los prorrusos del este ucraniano resuelven un antiguo conflicto, Rusia recupera su histórica península y los europeístas del oeste están en mejor posición que nunca para concretar la anhelada asociación entre Kiev y Bruselas. No obstante, la Unión Europea y los Estados Unidos se vieron compelidos a reaccionar políticamente, y promovieron una serie de acciones: sanciones económicas, comerciales y diplomáticas contra Rusia, y una resolución en la Asamblea de Naciones Unidas favorable a la “integridad territorial de Ucrania”, que declara inválidos los resultados del referéndum.
Argentina decidió abstenerse en la votación, al igual que el resto de los países del Mercosur, y adicionalmente la Presidenta realizó unas declaraciones públicas simpatizando con la posición rusa, criticando el “doble estándar” en las relaciones internacionales y lamentando las sanciones económicas contra Moscú que “impiden el diálogo constructivo”. Los diarios informaron que hubo una conversación telefónica entre Putin y la mandataria argentina antes de sus declaraciones.
Los alineamientos de los países del mundo, en las Naciones Unidas, en contra o a favor de Moscú, estuvieron fuertemente correlacionados con sus alianzas económicas y comerciales. En América del Sur, los miembros de la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile, y pronto también Panamá) votaron ordenadamente detrás de la moción occidental, y los del Mercosur, con idéntica disciplina, se abstuvieron. Rusia no es un país demasiado importante para nuestro comercio exterior. Pero los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) sí lo son. Son, de hecho, el principal destino de nuestras exportaciones. Con Crimea, todos los BRICS se alinearon en defensa de Moscú y debutaron como bloque de poder político internacional. Y Buenos Aires, en forma consistente con sus alianzas económicas actuales, se posicionó de su lado.
La centralidad de los BRICS para la Argentina es innegable. Brasil y China son, actualmente, los dos países más importantes para nuestro comercio exterior. Y si tomamos los datos de las exportaciones del año 2012 (casi 81.000 millones de dólares), y lo organizamos por regiones geopolíticas, surge que el 30,7% de las mismas (24.850 millones de dólares) fueron a los BRICS: 16.495 a Brasil, 5.336 a China, 1.183 a India, 1.050 a Sudáfrica – SACU, y y 785 a Rusia-CEI. Mientras tanto, 22,5% del total (18.207 millones de dólares) fueron al Bloque Occidental: 11.880 a la Unión Europea, 4.132 a los Estados Unidos y 2.194 a Canadá. El 21,34% de nuestras exportaciones fue a otros países de Latinoamérica, y el resto a otros del mundo, en su mayoría de Asia y África.
La matriz comercial de Argentina cambió radicalmente en los últimos años, aumentando en forma significativa el peso de los BRICS en nuestra economía, en desmedro de nuestra histórica relación de dependencia comercial con las potencias occidentales. Los países de la Alianza del Pacífico, en cambio, están mucho más asociados a las economías del bloque occidental. La opción internacional de Argentina, en la medida que no haya otros valores superiores en conflicto, es consistente con la lógica de sus alianzas económicas, como sucede con casi todos los países del mundo. La geopolítica de nuestro comercio exterior, como vemos, es un dato insoslayable a la hora de explicar nuestro voto en las Naciones Unidas.