El 24 de marzo los argentinos haremos un alto en nuestras tareas para reflexionar sobre la memoria, la verdad y la justicia. Esa fecha fue instituida por el gobierno nacional porque el 24 de marzo de 1976 un golpe de Estado desalojó a las autoridades elegidas legítimamente y con el uso de las fuerzas militares instaló en el país una dictadura con graves consecuencias.
Los pueblos construyen su identidad a partir de su historia, de asumir culturas, tradiciones comunes y de proyectar un futuro. Recuperar nuestra historia no significa solamente recordar la epopeya de la independencia, la organización del Estado y la conformación de nuestra nacionalidad, sino también asumir capítulos dolorosos de nuestro pasado, signados por la violencia y la sinrazón. Hacer el esfuerzo de recuperación de la memoria histórica nos permite entender, explicar el presente, no solo justificar situaciones coyunturales o acciones de gobierno. Cuando esto último sucede, la historia se transforma en “relato”.
El golpe del 24 de marzo de 1976 constituye uno de esos capítulos dolorosos de nuestra historia. La Junta militar que lo encabezó instauró un terrorismo de Estado que, con el pretexto de terminar con la “subversión”, usó la misma metodología que aquellos a los que quería erradicar. Las consecuencias fueron exilio, tortura, desaparición forzada de personas, expropiación de niños, detención de personas sin el debido proceso; además de voces acalladas, libros censurados, carreras universitarias eliminadas. Es decir, derechos conculcados.
Recuperar la memoria es una deuda que tenemos las generaciones adultas sobre las más jóvenes. Hacerles conocer lo que no vivieron para que no que no suceda nunca más, para que juntos asumamos la defensa de nuestra democracia participando, defendiendo los derechos de todos. La verdad nos hace libre, porque nos da certezas para elegir los caminos más adecuados. Muchas veces las personas y las comunidades evitamos aquellas verdades que nos duelen. Nos duelen los desaparecidos, nos duelen los muertos en Malvinas, nos duele el horror y también la mentira. Durante los años de la dictadura se trató de ocultar los hechos. La censura a los medios de comunicación impedía manifestarse a las personas que conocían lo que sucedía. Además el miedo asustaba e impedía conocer la verdad. Recuperada la democracia en 1983 durante el gobierno del Dr. Alfonsín, con el Nunca Mas, el juicio a las Juntas, hecho inédito que significo juzgar a los máximos responsables, empezamos a conocer de a poco la verdad, pero costó mucho asumirla quizás porque nos daba algo de responsabilidad en lo que había sucedido.
La justicia va de la mano de la verdad. A 30 años de recuperada la democracia todavía no se termina con los juicios a los responsables de delitos de lessa humanidad. La justicia permitirá cerrar deudas con un pasado doloroso y afrontar el futuro con la certeza que el Estado de Derecho es la forma en que los seres humanos podemos vivir en sociedad, en el marco de la ley y en respeto a cada uno de nosotros.
Memoria, verdad y justicia con la mirada puesta en el futuro. Afianzar nuestra democracia poniendo en valor las instituciones de la República debe ser nuestra meta. Del golpe de Estado aprendimos que la democracia quizás no nos garantiza buenos gobiernos- los que eligen y son elegidos son seres humanos, a veces se equivocan- pero las instituciones, la división de poderes, la participación de la ciudadanía, la libre circulación de ideas permiten controlar, modificar acciones y además el voto y el Estado de Derecho garantizan que el gobierno que no nos satisface tenga fecha de caducidad. En las dictaduras no hay controles y solamente se irán cuando el peso de las circunstancias adversas sea mucho, pero ya será tarde.
Afianzar los consensos, he ahí otra meta. Es allí donde las dictaduras hicieron mella en el entretejido social, es esta quizás la tarea urgente que queda a los dirigentes y a la sociedad civil en su conjunto. La idea de una Nación que reconoce su pasado vislumbrando el porvenir necesita elementos constitutivos de consensos, que no se alteran, que no se rompen aunque cambien los gobiernos.
El golpe de Estado nos enseñó a valorar la libertad. Hoy los argentinos gozamos de nuestras libertades. La deuda a asumir, lo que nos falta, es la igualdad. Ese es el primer consenso que debemos encarar. Una auténtica sociedad democrática es aquella donde se conjuga al unísono libertad e igualdad. Igualdad de oportunidades, de acceso a bienes materiales y simbólicos, en el acceso al conocimiento. En síntesis, a derechos y bienestar. Los altos niveles de pobreza, hacen que parte de la población se debata al límite de la supervivencia y así es muy difícil lograr un clima de convivencia democrática, ya que ésta no se siente como prioridad.
Hicimos mucho en la recomposición de los Derechos Humanos violados durante la dictadura. El presente nos reclama afianzar, consolidar derechos humanos vinculados al bienestar, a la calidad de vida de todos y cada uno de nosotros y a la vigencia plena de las instituciones republicanas, garantía esencial de esos derechos.