¿Qué queda de aquellos sueños?

La izquierda latinoamericana se cae a pedazos. Si por izquierda consideramos la revolución bolivariana de Venezuela, el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño, el kirchnerismo argentino, más los Gobiernos de Ecuador y Bolivia, nos encontramos con un claro panorama de crisis. Son todos movimientos muy distintos, pero ellos se proclaman de izquierda y desde esa definición los identificamos así. Con ellos también se ha identificado el Frente Amplio uruguayo, que reconoce la legalidad democrática pero se considera afín con todas esas tendencias, especialmente el PT brasileño.

Los hechos nos hablan de una crisis global en Venezuela, con un Parlamento electo por el pueblo con dos tercios de opositores; un terremoto judicial en Brasil, donde el tema de corrupción hace tambalear a la Presidente y al ex Presidente; un kirchnerismo derrotado en las urnas y ya en dispersión; un Evo Morales al que el pueblo le paró su intento de re-reelección indefinida y un Rafael Correa que anuncia que se va, porque teme que las derrotas municipales que ha sufrido se lo lleven como correntada…

Esos hechos políticos incuestionables dan cuenta del fracaso de los viejos eslóganes, así como del vaciamiento ideológico y moral de movimientos que se soñaron revolucionarios, que creyeron inaugurar un tiempo histórico, que hablaban contra el imperialismo norteamericano y proclamaban la construcción del hombre nuevo del Che Guevara, soñaban con una economía colectivista y una sociedad arrasadoramente igualitaria, al estilo cubano. Continuar leyendo

¿Qué es el “Ateneo Libre”?

El martes pasado, en la Casa del Partido Colorado, presentamos, junto al Dr. Jorge Batlle y un calificadísimo núcleo de ciudadanos colorados, lo que hemos llamado “Ateneo Libre”. Somos, simple y sencillamente, un conjunto de gente que ha tenido responsabilidades institucionales y se siente en la obligación de generar discusiones, análisis y aun pronunciamientos sobre la vida del país, que enfrenta un momento particularmente neblinoso.

No se trata de una agrupación con finalidades electorales ni nada que se le parezca. Ni lo es ni lo será. No venimos a competir con nadie en ese terreno, sino a contribuir con todos, tratando de ayudar al Partido en la difusión de sus ideas y en la permanente actualización de sus enfoques. Por eso el primer acto fue presentarnos ante el Comité Ejecutivo Nacional, la mayor autoridad partidaria, para informar de nuestro emprendimiento y ponernos a sus órdenes en el esfuerzo de recuperación en que está empeñado.

Ha pasado el tiempo de la bonanza que nos regaló el mercado internacional en la última década y nuestra economía vive una situación que comienza a ser realmente difícil. Lo hace desde la debilidad de un Gobierno jaqueado y superado por el sindicalismo. La fractura social se sigue profundizando y la situación de seguridad es una expresión tan rotunda que hasta los inmigrantes sirios, que vienen de una guerra, se quejan de ella.

La educación sigue en manos de las gremiales y el futuro del país se ve comprometido por la sobrevivencia, en el Frente Amplio y el PIT-CNT, de una mentalidad sin convicción democrática ni aceptación de la economía de mercado. Es duro decirlo pero es la verdad. Si hubiera un verdadero sentimiento democrático, no se podría seguir creyendo que Cuba o Venezuela son democracias. Si se entendiera lo que es la economía moderna, globalizada, no se estaría impugnando negociación para alcanzar la liberalización del comercio de servicios, desde un país en que su economía cada vez más se basa en ellos.

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Desprecio al trabajo

Nuestro Presidente una y otra vez ha repetido, entre resignado y divertido, que los uruguayos somos “atorrantes”. Como una especie de periodista costumbrista, ha hecho de eso un tópico gracioso, que llegó hasta el punto de apostrofar a quienes tenían dos trabajos, considerados una especie de egoístas que le estarían quitando la posibilidad a otros..

Lo malo es que no estamos ante una simple ocurrencia de alguien que acostumbra hacerlas sino de un concepto ya afirmado en algunos miembros del gobierno, originarios del comunismo, que siguen al pie del colectivismo.

El Ministro de Desarrollo Social Daniel Olesker ya lo dijo en un programa de televisión del canal 10: “… tampoco tenemos que tener la convicción de que por trabajar más somos mejores, ¿no?, o sea que el trabajo dignifica… El trabajo es también una forma de alienación del ser humano. Ojalá pudiéramos trabajar menos, y con ello conseguir los medios y dedicar una mayor parte de nuestro tiempo al ocio y a la recreación”; “… en realidad el trabajo es una forma de ganarse la vida, pero al mismo tiempo tenemos un 80% de la gente en Uruguay —capaz que estoy exagerando— que trabaja en cosas que no le gustan”.

En esa misma línea, la futura Ministra Marina Arismendi criticó al Banco de Previsión Social porque le canceló la asignación familiar a numerosas personas que no enviaban a sus hijos a la escuela. Y desarrolló la singular teoría que exigir contrapartidas a cambio de las transferencias monetarias era “culpabilizar” a los beneficiarios. En el delirio colectivista razonó: “¿A los que tienen más, los que nacieron en cuna de oro, qué contraprestación le estoy pidiendo?”. Por supuesto que no le pide nada porque no le está dando nada, tan elemental como eso. ¿Y por qué no piensa mejor en que le damos a la gente que se rompe el alma trabajando para criar y educar a sus hijos del mejor modo posible?, ¿qué le decimos a esos padres con dos empleos o a esas madres que, además de atender a sus hijos, tienen que salir a trabajar diez horas fuera de sus casas, para volver a ellas a seguir trabajando? ,¿qué le decimos cuando ven que el dinero que ellos pagan con sus impuestos (y hoy día todos pagamos) va a dar a gente que no está dispuesta a nada para mejorar?

Está claro que la señora Arismendi y el señor Olesker viven en la utopía comunista, sin propiedad privada, si remuneración del esfuerzo, con el Estado dueño de todo y cada persona haciendo lo que el Leviatán le pide u ordena, todos igualados hacia abajo. Esta fórmula ya se probó hasta el hartazgo, ya se demostró que no funciona, y no debiera ser materia de debate porqué está la historia rusa, yugoeslava o la que se quiera tomar como ejemplo, de que esa sociedad no crece, desalienta a los mejores y termina empobreciéndose e instalando una tiranía, al quitarle a la gente la menor iniciativa individual. ¿No ven lo de Cuba?

¿Cómo podemos seguir hablando de crecimiento y desarrollo si fomentamos que la gente no trabaje y que al Estado no le preocupe la escolaridad? Estamos de acuerdo en que la asignación familiar no es el único medio para lograrlo, pero también tenemos que convenir en que si el Estado ofrece la señal espantosa de que sigue remunerando a gente joven aunque no mande hijos a la escuela, estamos destruyendo las bases mismas de la prosperidad (y la libertad).

Lo malo es que hasta la CEPAL le encargó un trabajito a unos técnicos que concluyeron que no se debían quitar las asignaciones, porque no hay suficiente información y no es algo que “las familias tengan internalizado”. En lugar de “internalizarlo”, como se dice en esa jerga seudocientífica, se elimina la exigencia de contrapartida y a otra cosa… Esa es la condena definitiva para los más pobres: si no se les muestra el valor de la educación, si no se les ofrece una oportunidad con el mínimo de exigencia (que se beneficien a sí mismos), todos quedan condenados a la pobreza y a la ignorancia. Es horroroso. Es la congelación máxima de la desigualdad.

Por cierto, el Dr. Vázquez no piensa así, habiendo sido el constructor de una importante empresa médica y si el Ministro Astori, ominosamente, reconoció el concepto de su futura colega de gabinete solo nos lo explicamos en el contexto de alguien que está muy cuestionado desde la izquierda de su partido y trata todos los días de demostrar, en ese mundo de simplismos, que él no es “neoliberal” ni “de derecha”.

El tema es muy profundo. No son anécdotas. No es simplemente un programa social más o menos. Es la concepción de la vida y la sociedad. Si el trabajo no es un valor y si desde los bancos de la escuela no lo mostramos como lo que es, un motivo de realización personal, un sustento de la dignidad, la base de asiento de una familia, estamos en reales problemas. Somos un país de democracia y libertad, no somos una sociedad colectivista. Sí bien el país está construido en torno a valores de justicia social, que desde los albores del siglo XX se incorporaron a la matriz nacional, bien sabemos que es connatural al mundo de la libertad que haya desigualdades. El desafío del Estado, justamente, es mitigarlas y que haya un “mínimo ético”, como dice Bobbio, en que la sociedad asume un compromiso de solidaridad. Si ese mínimo ético llega hasta el desprecio al trabajo, al esfuerzo, a la creatividad, vamos camino —como sociedad— al peor de los fracasos. Lo malo es que son procesos que no se ven en un día sino en el largo plazo. Y cuando se advierten, ya es tarde.

Después de todo, no es muy distinto a lo que le está pasando a Grecia.

El Frente Amplio es peronista, no batillista

La analogía entre Batllismo y Frente Amplio es profundamente equivocada, salteándose las profundas diferencias filosóficas e ideológicas entre ambas formaciones políticas. En cambio, cada vez más, el Frente Amplio se aproxima a la práctica histórica del peronismo.

Dejándose llevar por una prédica que viene realizando el Frente Amplio desde hace algún tiempo, algunos calificados periodistas han establecido un paralelo entre el Batllismo y el Frente Amplio, a partir de que éste se ha convertido en un partido cuasi hegemónico, que ha logrado ganar tres elecciones seguidas. El éxito electoral del Frente Amplio es obvio y, en ese sentido, puede entenderse que se establezca una comparación con lo que fueron los tiempos de mayoría batllista, antes y después de la dictadura. Si vamos a la sustancia, en cambio, nada tiene que ver el Frente Amplio con lo que fue —y sigue siendo— el Batllismo, sustantivamente distinto al corporativismo de raíz peronista hacia el cual se ha deslizado el oficialismo uruguayo.

Ante todo, el Batllismo es “democracia liberal” y el Frente Amplio no puede decirlo cuando su Presidente acuñó ya el siniestro concepto de que “la política predomina sobre lo jurídico”, ampliamente publicitado cuando el Mercosur suspendió arbitrariamente al Paraguay y habilitó el ingreso de Venezuela. Como ha dicho el Dr. Hebert Gatto en reciente artículo, “está claro que pese a las mutaciones ideológicas que atravesó la izquierda, es su fuerte antiliberalismo el que aún la domina”, lo que pone “en juego diferentes valoraciones sobre el individuo, las clases sociales, el constitucionalismo, las garantías de los derechos y las formas futuras de convivencia económico-social”. 

La catarata de leyes inconstitucionales, votadas deliberadamente bajo esa condición, ratifica la idea de que el Estado de Derecho no es un valor a cuidar para el frentismo. Nada debería sorprender cuando, al lado de dirigentes demócratas, militan comunistas y tupamaros, que si bien hoy actúan bajo los códigos, lo hacen por interesada resignación y no por una convicción claramente asumida. El modo abusivo en cómo han empleado su mayoría parlamentaria es reveladora de esa estirpe autoritaria que alienta en vastos sectores frentistas.

Ello se refleja también, inequívocamente, en nuestra política exterior, arrastrada hacia la devoción a la dictadura cubana y a la cripto-dictadura venezolana, que todos los días pisotea las más fundamentales libertades. Por cierto, el Uruguay mantuvo siempre relaciones diplomáticas con regímenes contrarios a su sistema, en una línea de pluralismo ideológico que no contaminó los vínculos formales de nuestra República. Con Cuba y Venezuela, nuestro gobierno ha actuado, más allá de ese rumbo, adhiriéndose a sus prédicas liberticidas; se han declarado hermanados y han defendido aun las disparatadas disposiciones del Presidente Nicolás Maduro. En esa misma línea, se ha enterrado la clásica defensa de la existencia del Estado de Israel para sumarse del peor modo al coro de sus enemigos.

En otro terreno fundamental, es evidente que las corporaciones sindicales ejercen el verdadero poder en la estructura frentista. Los episodios en la administración de la salud, la vivienda, la educación o el voto parlamentario impuesto a sus legisladores por el SUNCA en la conocida ley de responsabilidad empresarial, son testimonio irrefutable de esa subordinación política a la imposición gremial. La actitud del Batllismo fue históricamente distinta, porque respetó el valor del sindicalismo sin que desde el gobierno se le contaminara políticamente. En los tiempos en que el Batllismo estaba en el gobierno y manejaba los resortes de la política social, siempre consideró que el Estado debía ser el árbitro entre el capital y el trabajo y que éticamente el partido de gobierno debía abstenerse de cooptar a la dirección gremial. No hay duda de que Batlle y Ordóñez podía haberlo hecho en su tiempo, pero su política fue explícitamente la de no interferir en la vida gremial.

Por esta razón, el gobierno frentista es perfectamente comparable con el peronismo histórico y el kirchnerismo actual, que asientan su poder en el manejo de una poderosa estructura gremial que ejerce un poder de hecho y es administradora de fondos públicos. Si algo faltara, como definición, basten las recientes expresiones de la Senadora Topolanski, que afirmó en reportaje a Brecha que “las mayorías que no se consiguen en el Parlamento, se consiguen con la gente en la calle”.

En el ámbito de la concepción democrática, el Batllismo rechazó la lucha de clases como motor de la historia y sostuvo siempre que la democracia, con el voto ciudadano, era el camino para que los más pudieran influir en el rumbo del país. Por el contrario, el Frente Amplio se ha alejado de esa línea de conciliación social y ha estimulado con rencores la división de la sociedad. En ese sentido, son ejemplares las palabras del Presidente Mujica en su reciente audición, llamando al odio entre pobres y ricos, como si nuestra sociedad no fuera una gran congregación de clases medias, con minoritarios extremos a sus dos puntas, que no desfiguran la igualdad ante la ley que es código histórico de nuestra nacionalidad.

Son demasiado profundas estas diferencias para deslizarse hacia esa comparación equivocada. El Frente Amplio es cada día más peronismo y menos socialdemocracia y, más allá de la retórica, así lo dicen los hechos.