Lo de Nicolás Maduro es rotundo. Todos los días amenaza y trata de sembrar el terror entre la gente para poner a la ciudadanía en el dilema “Yo o el caos, yo o sangre en las calles”.
Su solo lenguaje violento y grosero, que califica de “basura” al secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y hasta insulta a los muertos, desnuda ese espíritu. Pero sus intenciones también están claras: de perder las elecciones, ya ha dicho que gobernará “con el pueblo y las Fuerzas Armadas”, o sea, que desprecia el pronunciamiento popular y se sentará encima de las bayonetas. De un modo u otro, sigue repitiendo el concepto. Esta semana volvió a decir algo tanto o más terrible: que si lo obligan a salir a la calle, va a salir “con el pueblo” y que arderá “candela”. Añadiendo que él no va a entregar la revolución bolivariana, que peleará de todos los modos posibles.
Cuando ocurre un asesinato político, como pasó días pasados, nada menos que en un acto público, no se precisa ninguna investigación para saber quién es el instigador de esos actos de violencia, quién es el que crea el clima para que sus partidarios se exalten o sus esbirros actúen.
Lo peor del asunto es que en nuestro país hay quienes avalan esta realidad y esta prédica antidemocrática. Continuar leyendo