La semana pasada, una sala repleta del Hotel Radisson asistió a la presentación del libro de Luis Hierro López, “Las Raíces Coloradas”, en el que tuvimos la alegría de participar. Lo decimos con la perspectiva de unos días, que nos valorizan la dimensión del acto, al evocar el sentimiento fervoroso de los asistentes.
En la platea había algunos nobles blancos, amigos de Luis, pero la inmensa mayoría —como es natural en un libro de esa índole— eran colorados. Que se sintieron reconfortados con las sobrias palabras de un historiador no colorado, como el Profesor José Rilla; la explicación sustanciosa de porqué escribió el libro que hizo el autor y mi propia declaración, que —más allá de su mérito— fue acogida generosamente por el público, al encontrar en ella una exposición de las esencias de nuestro partido vistas a través de la historia que narra la magnífica obra que convocaba.
Todos quienes allí estuvimos salimos alegres, contentos, con un claro sentido de pertenencia y la expresión inequívoca del deseo fervoroso de que el futuro vea a la colectividad forjadora del país nuevamente en el ejercicio responsable de su conducción. Esa gente expresaba el anhelo de que algo ocurra para encender nuevamente el optimismo en un partido que continúa siendo una garantía fundamental para la ciudadanía democrática y liberal.
En el Frente Amplio, que a veces invoca al Batllismo, está claro que una mitad no es demócrata, no cree en las libertades y por esa razón sigue soñando con Cuba y abrazada al esperpento autoritario y rústico del Maduro venezolano. Nos separa esa enorme distancia de principios.
En el Partido Nacional por cierto que hay una sustancia democrática que nos hermana, pero también hay diferencias que nos distinguen: concebimos la república laica desde concepciones distintas y miramos al Estado desde veredas opuestas, ellos con mucho recelo para con el mismo, nosotros —desde dentro de él— con un espíritu reformista basado en la convicción de que no hay otra herramienta para sustentar los equilibrios de la sociedad. Eso ha sido siempre el Batllismo, desde los liceos de hace cien años hasta las escuelas de tiempo completo de hace veinte.
Estas son convicciones profundas, sustantivas, que confían aun en que vuelvan a reverdecer. Por eso pensamos que en esta hora debemos estimular a los que luchan, pedirles paciencia a los impacientes, fraternidad a quienes se enojan, los brazos en alto a los desalentados, y convocarnos todos para el esfuerzo de mañana. Quienes no aspiramos a posiciones públicas desde hace años, y hemos dado cumplida muestra de estar todo el tiempo ayudando, en todos los terrenos a nuestro alcance, nos sentimos con derecho a decirlo.
La última elección fue un mal momento, pero no debe hacer desfallecer a quienes se sienten responsables, por haber estado al frente de las candidaturas principales al Ejecutivo y al Parlamento. Justamente, el sentido de responsabilidad impone, más que nunca, salir a reconquistar lo perdido y a tratar de escalar. Quienes hoy les cuestionan, muchas veces con alguna razón, han de saber que protestando y descalificando nadie ha construido nada y que si se sienten firmes en sus razones, más que nunca deben ofrecer propuestas de valores, que colmen los vacíos a llenar. No se trata de hacer zancadillas sino, a la inversa, saltar por encima hacia lo alto; convocar, alentar, crear esperanza y no enojo.
Nuestra treintena de candidatos a Intendentes en todo el país son hoy un gran ejemplo. He estado con algunos de ellos, aún en departamentos donde saben que no ganarán, pero sienten que es fundamental mantener en alto la bandera partidaria, agrupar a los fieles, estimular a los muchos jóvenes que hoy son candidatos a alcaldes o ediles y prepararse para el porvenir.
Después de este mayo, que esperemos sea mucho mejor que lo que los encuestadores dicen, tendremos todos que vernos las caras, darnos la mano y reemprender la marcha. Habrá muchos grupos, seguramente, con sus identidades; aparecerán novedades; a las agrupaciones hasta hoy representativas, se les sumarán otras. Se tratará de abrir puertas y no cerrar ventanas. Para que ese día llegue pronto, empecemos por votar a los candidatos colorados y batllistas, y —una vez más— arriba los corazones, como dijera el gran Baltasar.
El libro de Luis Hierro nos ha refrescado los raíces; sobre ellas hemos de regar para que vuelvan frutos.