Al término de la batalla de Pavía, el derrotado rey francés Francisco I, que había sido arrollado por las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, escribió a su madre, María Luisa de Saboya, una frase que llegaría hasta nuestros días: “Madre, todo se ha perdido menos el honor”.
Aunque más no fuera eso, difícil sería que pudiera hoy nuestro Gobierno decir lo mismo luego de esta pulseada trabada con los gremios de la educación, ufanos dueños del terreno.
Lo paradójico es que la pulseada la empezó el propio Gobierno al aplicar la ley de servicios esenciales a la educación. Los gremios de la educación venían parando y parando y la opinión pública reclamaba acciones. Hasta que se decreta un paro de tres días que terminaba el lunes pasado. Ante ello, el Gobierno da el salto adelante y los ministros de Trabajo y Educación explicaron que acababan de firmar con el Presidente la declaración de esencialidad de la educación.
Aplicar la esencialidad era necesario en aspectos como la alimentación de los niños. En general, en cambio, era -y es- muy difícil de aplicar la esencialidad a diez mil docentes.
El Gobierno, mal asesorado y con un apresuramiento de tono demagógico, que trató de contemplar el claro hartazgo de la población hacia las abusivas medidas gremiales, se lanzó sin paracaídas.
La reacción fue inesperada en su profundidad. Se sublevó la bancada parlamentaria del Frente Amplio, notoriamente dependiente del mundo sindical, y los gremios realizaran enormes manifestaciones. El 25 de agosto, en Florida, el Presidente fue manoseado y ofreció “fondos de Inefop”, con notable imprecisión. Anunció, ya en retirada, que si levantaban las medidas, levantaba enseguida la esencialidad. Siguió el desacato. Al día siguiente aclaró que hasta el lunes no se aplicarían sanciones.
O sea que, ante el desacato proclamado y consumado, la reacción del Gobierno fue de total retroceso: Si no aplicaba sanciones hasta el lunes, ¿por qué no esperó hasta entonces para declarar la esencialidad? Que el martes iban a trabajar, ya se sabía desde antes… Aunque en el último escalón del retroceso, el domingo 30, el Gobierno declara que levanta la esencialidad y que el martes comienza el diálogo. El lunes igualmente pararon todos, para ratificar el desacato. Y, como si fuera poco, en el colmo del esperpento, las gremiales de secundaria y de primaria también pararon el martes…
Los hechos descarnados dejan muy desamparado al Gobierno, lo que ciertamente no nos alegra, porque el Gobierno es el Gobierno y la institucionalidad está por encima de partidos y personas. Ahora ha quedado en evidencia que el Frente Amplio político es totalmente dependiente del sindicalismo. Y que el Presidente no cuenta con su bancada para dirimir junto a ella una disputa de las tantas que ocurren en la puja por salarios, impuestos y precios, que es el corazón de la constante e inevitable negociación social.
A la hora de la verdad, nadie se alineó con el Gobierno. Ni siquiera las autoridades de la educación, que guardaron un ominoso silencio durante estas cinco jornadas tan particulares. Ni abrieron la boca. Los ministros pedían de modo patético que no se dejara solo al Presidente.
El saldo es muy penoso. Se ha debilitado un instrumento legal importante que el propio Gobierno ha usado ya y que el de José Mujica aplicó varias veces (reparto de combustible, hospital Español, etcétera). Se ha fracturado el apoyo político al Gobierno. Se ha desairado a todos aquellos que aplaudieron inicialmente el gesto fuerte del Gobierno y hoy se sienten decepcionados ante este final.
Lo peor es que nada ha terminado. Ahora el Gobierno tendrá que afrontar, en medio de la debilidad, dos períodos más de mensajes complementarios, con gremios fortalecidos. Gremios que no serán solo los de la educación, porque todo lo que se les conceda a ellos estimulará el reclamo de otros.
Si malo es este desenlace, peor puede ser lo que venga. Porque cada retirada gubernamental significará más gasto y más inflación. ¿De qué vale acordar aumentos que, como en viejos tiempos que creíamos superados, la inflación los carcomerá con su implícita injusticia?