“Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”
Rebelión en la Granja, George Orwell
El caudillismo o populismo de tendencia totalitaria tienen una característica bien marcada. La presencia de una “supraestructura” que trasciende al líder o caudillo. El objetivo de los gobernantes que siguen este camino es suplantar toda simbología superior. Aparece entonces omnipotente y omnipresente en algunos proyectos con nombres como “El Estado Nacional”. El Estado Nacional debe sumar entonces un “supralenguaje” donde todo se resignifica. A fuerza de discursos, relatos, epopeyas, mensajes subliminales o mensajes directos, van construyendo este poder que tiene un objetivo: aplastar al individuo, hacerlo sentir impotente y abrumado. Santiago del Estero, Argentina, es un fiel reflejo de este modus operandi, casi un “miniexperimento de la Nación”.
Invitado por una organización nacional abocada a la transparencia electoral y a la capacitación de fiscales, visité Santiago. Fórmulas gubernamentales hereditarias, control absoluto de los principales medios de información, ver sólo un candidato en los afiches de la ciudad con truco lingüístico del apellido en la campaña electoral y la siniestra cantidad de “locales partidarios”, en el futuro órganos de “control político vecinal”. Eso es lo evidente, pero el poder también gusta de expresarse muchas veces en lo simbólico, como la arquitectura. La arquitectura es parte de este “supralenguaje” y alcanza su máxima expresión en una dictadura totalitaria. Puentes hacia la nada, aeropuertos en medio del desierto, obras monumentales donde rendir culto a los “próceres elegidos” donde se controla la historia, y se rescata el pasado, “su pasado”.