Laura López era maestra en un distrito escolar del sur de la ciudad de Buenos Aires, tenía cuarenta y siete años, dos hijas adolescentes. Demasiado parecidas, podría haber sido yo misma, podría haber sido cualquiera de nosotros. Laura López tenía diabetes y por eso el dengue la mató, porque el contagio de la más común de las enfermedades transmitidas por el mosquito Aedes aegypti terminó en descompensación al combinarse con una patología preexistente, también bastante común. La diabetes, la obesidad, la insuficiencia renal o cardíaca, o la hipertensión, como fue el caso del hombre de 49 años cuyo nombre no conocemos pero que murió hace dos semanas, son factores de riesgo que pueden agravar severamente el cuadro de dengue.
Sin embargo aun para quien sufre un cuadro leve, el contagio posterior con otro serotipo también es de alto riesgo, ya que aumenta las posibilidades de muerte por dengue hemorrágico.
El mismo día que a Laura López la lloraban su familia, sus compañeras, sus alumnos de segundo grado, llegó a mi casa la respuesta del Ministerio de Salud de la Ciudad a un pedido de acceso a la información pública que realicé como ciudadana a través de la ley 104. Ese informe data del 7 de marzo, tiene casi un mes y registra 3.041 casos sospechosos en la ciudad, de los cuales se confirmaron 622 (267 autóctonos), se descartaron sólo noventa y el resto continúa en estudio. En ese informe no está Laura López. Tampoco están decenas de casos que se declararon en pleno pico de la epidemia en la Villa 20 de Lugano. Continuar leyendo