Recalculando el modelo

Los resultados económicos del primer bimestre no fueron buenos para la economía argentina. Desde la oposición se apresuraron todo tipo de especulaciones, editoriales devastadoras, proyecciones de máxima y demás artilugios. Lo cierto es que si alguien decía a fines de enero que la economía argentina iba a retomar su rumbo de estabilidad y crecimiento hacia Marzo, pasaba por loco.

Los datos de enero y febrero son malos, sí. Incluso aquellos que aún no se conocen (como los relacionados al comercio exterior) van a ser malos también. Inflación, desaceleración y flojo desempeño externo, son producto del reacomodamiento macroeconómico que el gobierno nacional realizó a principios del año en curso, reacomodamiento que dista mucho de ser un tradicional ajuste. En efecto, lo que hay es una devaluación significativa (que ni se le asoma a los valores de devaluación de los verdaderos ajustes: Rodrigazo ´75 o Crisis de salida de la Convertibilidad 2002) y su consecuente aumento en las tasas de interés. Consecuente y lógico en un modelo traccionado por el consumo interno y la inversión, con una coyuntura de expectativas devaluatorias y corridas cambiarias.

Asimismo, lo que no hay congelamiento de salarios. Por el contrario el gobierno sigue garantizando los convenios colectivos que restituyó por decreto en 2003; siguen aumentando las jubilaciones (11% en el último anuncio) acorde a la ley de movilidad sancionada también por este gobierno, aumentó también la asignación escolar (200%), sigue extendiéndose el sistema de seguridad social para los sectores más vulnerables de la sociedad (Plan Progresar, por ejemplo) y, como si fuera poco, se profundiza y pone en el centro de la escena el programa Precios Cuidados para contener la inflación y defender el salario real de los trabajadores. En conclusión, sólo un necio insistiría en decir que esto es un ajuste. El gobierno está poniendo a disposición todas sus herramientas y más para evitar que el acomodamiento cambiario sea pagado por los que menos tienen.  Pero analicemos un poco ese “reacomodamiento”.

La crisis. Hacia enero la presiones cambiarias se exacerbaron fuertemente, el sector más concentrado del poder económico disparó la brecha cambiaria y comenzó a operar el Mercado Único y Libre de Cambios (MULC) con claras intenciones de generar una corrida al peso. La primera postura del gobierno fue desregular gradualmente los mercados para que el tipo de cambio se acomode a las pretensiones del poder económico, procurando que el mismo no alcance niveles que signifiquen un retroceso fuerte en la distribución del ingreso. El 2013 terminó con una escalada cambiaria del 6% en diciembre, escalada que se fue acelerando con el correr de enero y que estalló el día 23 de dicho mes. En esa jornada se llevó acabo una corrida cambiaria con precedentes; sí “con”. A diferencia de las otras corridas cambiarias que sufrió este gobierno, esta ocasión pareció tener cierto efecto. Ante la confirmación de que el gobierno estaba dispuesto a acomodar el tipo de cambio hasta un nivel próximo a los $8 por dólar, el poder económico decidió colocarlo a $8,50 en un día (16% de variación diaria, un disparate) y discutir un tipo de cambio de $10. Y la famosa expresión “poder económico” tiene nombre y apellido. En este caso la multinacional Shell, en colaboración del sistema financiero (fundamentalmente los bancos HSBC, BBVA y Citi), fueron quienes dieron el golpe de mercado.

La respuesta. El gobierno actuó rápidamente, no convalidó el nuevo precio, retornó a vender dólares y obligó a los bancos a reducir el nivel de tenencia en divisas. Inmediatamente el dólar se estabilizó y las reservas frenaron su drenaje, incluso aumentaron levemente. Claro, el diagnóstico fue acertado, el problema cambiario no era un problema de solvencia, sino de liquidez. Cuando el gobierno pudo contener las intenciones desestabilizantes de una fracción del gran capital, logró mostrar al resto de los actores que los dólares estaban y, fundamentalmente, que quien gobierna son las personas que votamos, no los empresarios. Y esta demostración fue más que importante, vale recordar el nivel de inestabilidad y conflictividad social en la que nos encontrábamos inmerso a principio de año.

Lo que viene. Hoy el tipo de cambio flota en torno a los $8, las reservas están estables, la economía retorna al crecimiento (los últimos datos de la construcción lo demuestran), el empleo se mantiene e incluso avanza, entre otras buenas señales. Ahora la principal apuesta del gobierno se centra, acertadamente, en controlar el proceso inflacionario. Proceso que debería comenzar a ceder dado que Marzo, a diferencia de enero y febrero, no incluirá ningún efecto de corrimiento cambiario, durante todo el mes el tipo de cambio se mantuvo estable.

En conclusión, por mal que le pese a algunos, el gobierno obró de manera correcta y desinteresada, ya que estuvo dispuesto a reformular variables de su modelo económico para garantizar la gobernabilidad y el sistema institucional. También, como dijimos, su equipo económico acertó en el diagnóstico y procedió de la forma correcta. Los resultados están a la vista. Lo cierto es que sin hacer “futurología” -como tanto le gusta a los economistas del establishment- los datos de la actualidad pueden generar cierta preocupación pero son perfectamente lógicos y entendibles en el marco del reacomodamiento que describimos someramente en esta nota; y mejor aún: las perspectivas de lo que viene son más que alentadoras.