En la última década se ha generalizado entre los economistas de renombre la práctica de poner a Brasil como el país ejemplar del cuál Argentina debe aprender. Esa postura de sobredimensionar el éxito ajeno para denostar el propio entró en crisis cuando se hizo imposible tapar las imágenes llegadas desde el gigante verde-amarelo. De repente, el país de ensueño que nos describían algunos se veía bañado de violentas manifestaciones sociales, azotado por el descontento público de parte de los sectores populares en un franco rechazo a los últimos años de gobierno.
El estallido del conflicto no fue arbitrario, desde hace algunos años la economía brasilera muestra signos de agotamiento, signos que en muchos casos son más alarmantes que los de nuestro país y que no son mencionados por los adoradores del Brasil. Cierto es que, en el marco de un mundo en retroceso, algunos indicadores nacionales que per se no lucen como “óptimos”, se convierten -al menos- en atractivos. El caso de Brasil sirve, también, para contrastar y ver un poco donde estamos parados.