Año a año he propiciado la reiteración de la condena al genocidio armenio a manos del gobierno de Jóvenes Turcos del entonces Imperio Otomano, que costó un millón y medio de vidas entre 1915 y 1923, y su homenaje y solidaridad con las víctimas del mismo y con el pueblo Armenio. Porque alguien clamó en su momento que `Nunca Más’, podemos hoy sentir que el derecho a la memoria forma parte de los anhelos no revisables de nuestra comunidad. Entonces, ¿cómo no comprender desde allí el genocidio armenio y la dolorosa lucha de su pueblo para que no se silencie, que no se lo suma en el olvido?
Armenia no está lejos de Argentina. Está muy cerca, en primer lugar porque nuestro país es el hogar de la mayor población de armenios en América latina y la tercera en el mundo. Pero también se acercan ambas comunidades por la lucha por la memoria, combate que persigue vencer a la segunda muerte que sigue a la perpetrada por los genocidas: la que produce el olvido, el silencio, la indiferencia, ante todas las manifestaciones del mal absoluto.
Si bien existen referencias acerca de la presencia armenia en la Argentina desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, la primera oleada migratoria –definida por los mismos protagonistas como una emigración forzada– comenzó en la década de 1910. Las matanzas de Cilicia (región sobre las costas del mar Mediterráneo en la actual Turquía) de abril de 1909 marcaron el comienzo de una inmigración parcial que se generalizó con el Genocidio de 1915 a 1922.
Durante muchos años los argentinos entendimos el valor de la memoria y la necesidad de erradicar cualquier atisbo de tolerancia a los crímenes genocidas. Aprendimos con mucho dolor que el silencio, el mirar para otro lado y, en definitiva, la impunidad son el más perverso caldo de cultivo para las repeticiones.
Este texto fue pronunciado ante el Foro Global Contra el Delito de Genocidio en la ciudad de Ereván, Armenia, en abril de 2015.