Llegué a la mañana a mi oficina de jefe de prensa del Ministerio de Economía y, de casualidad, miré la pila de diarios extranjeros. Arriba de todo estaba La Tercera de Chile, que llevaba en tapa un recuadro sobre el peligro de los Fondos Buitres. Le pedí a José Luis Gimenez, el secretario privado de Cavallo, que me consiguiera un minuto con el jefe, que justo estaba libre, mirando unas planillas. Le mostré el diario. Era el año 2001.
Un par de horas después, volví a reunirme con él para hablar sobre cómo comunicar el corralito. Sábado, al final del día estaba programado que hablara por cadena nacional haciendo el anuncio. Le sugerí que diera entrevistas a Clarín, La Nación, Página/12, Ámbito Financiero y El Cronista antes de su alocución. Me parecía clave aparecer con el mensaje claro en los diarios del domingo. Aceptó.
Desde el mediodía hasta el final de la tarde, Cavallo respondió preguntas en la mesa para ocho que fue de Sarmiento y que ahora está en el despacho del Ministro de Economía. Cada diario fue con cuatro periodistas, entre editores, columnistas y redactores de la sección económica.
Apenas empezó la primera entrevista, con Clarín, Cavallo me dijo que el esquema que había armado era malo y que había que suspender todo. Le pedí que siguiéramos y que, si salía mal, al otro día me echara. Cavallo siguió respondiendo preguntas, explicando punto por punto el porqué del corralito, comunicando su idea sobre qué había que hacer para salir de la crisis, sin decir que estábamos al borde del precipicio, consciente del eco que tiene la palabra de un ministro de Economía cuando el bote está movido.
Cuando me acuerdo de ese día pienso particularmente en Sergio Moreno, todavía vivo, vestido como un inglés, tuteando a Cavallo de una manera afectuosa pero nada convencido de todo lo que escuchaba.
Aquella jornada vi a Cavallo dar una lección privada sobre cómo trata un hombre de Estado con el periodismo.
Después de cinco o seis horas de entrevistas en continuado, empezó la charla con El Cronista, que un mes antes había dado la primicia de que el FMI no iba a darle prórroga a un vencimiento de mil doscientos millones de dólares que la Argentina debía pagar. Esa noticia había tenido un efecto negativo en los mercados.
Cavallo saludó con cordialidad a los periodistas y con un abrazo a su amigo Daniel Naszewski, después volvió a responder preguntas durante una hora, punto por punto, con contenido, sin tirar la pelota afuera.
Cuando la entrevista terminó, Cavallo se calentó estilo Cavallo y les dijo que lo de los mil doscientos millones había sido irresponsable y malo para el país. Hernán de Goñi, secretario de redacción de El Cronista, le dijo “Mingo, era una noticia”. Sentí que Hernán era muy considerado con él, y que entendía perfecto el lugar en el que estaba mi jefe. La discusión duró dos minutos. Cavallo dijo lo que tenía que decir, después de dar la entrevista y sabiendo que los periodistas están para dar noticias por más que al Poder le venga mal.
Un rato después empezamos a trabajar en el discurso para la cadena nacional, en el que Cavallo había trabajado desde muy temprano en su casa. “Me hiciste pasar un stress espantoso, en media hora tengo que hablar en cadena”, me dijo. Esa fue una de las dos o tres veces que se enojó conmigo, en cinco años en que trabajé cerca de él. Me puse solemne y le dije que le pedía disculpas. “Estás disculpado”, me dijo, y pasamos a otro tema.
Cavallo dijo en su discurso que existían Fondos Buitres con ganas de ganar plata con un default del país. A la noche, Lanata empezó su programa con un buitre al lado. La idea había prendido.
A la noche, volví caminando a mi casa, sintiendo poco las piernas. Cavallo me llamó por teléfono para decirme que hablar de los Fondos Buitres había estado muy bien porque el presidente De La Rúa y los otros que lo habían llamado para comentar el discurso habían mencionado ese tema. Me dio la impresión que no le había gustado retarme unas horas antes, y que me estaba llamando por si yo me había quedado preocupado.
El gobierno de la Alianza terminó mal en un país mucho más complicado que ahora, pero el ministro Kicillof tiene algo para aprender de cómo hicimos las cosas ese día. Cavallo se rompió el lomo para llevar certidumbre. El actual ministro hace lo contrario. Cavallo entendía que los periodistas están para preguntar, por más que sean un incordio. Kicillof los trata como enemigos.
Cavallo habló de los fondos buitres en cadena nacional porque había que alertar que el país corriera riesgos de default. Kicillof tiene que dejar de hablar de ellos, convertirlos en acreedores con menos plumas y garras, cerrar ese frente con poco ruido, sin épica.